9. ¡Al oeste, vaqueras!

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Lo peor de ser reconocida por tu padre divino en la noche es que cambian automáticamente tus cosas de una cabaña a otra, para que no pases ni un segundo más donde ya no te corresponde. Lamentablemente debía partir a la mañana siguiente, por lo que no pude disfrutar realmente de la compañía de mis medios hermanos, ni siquiera tuve tiempo de admirar la cabaña por dentro. Apenas todos se habían dormido, salté por una de las ventanas, cuidando de no pasar a llevar los números instrumentos musicales que estaban ordenados meticulosamente sobre las paredes, como en una tienda de música. Sabía que las harpías vigilaban que ningún semidiós saliera de sus cabañas por la noche (un grupo de ellas casi atrapa a Percy una vez) pero me las ingenié para no ser descubierta y llegar sin ser vista al porche de la Casa Grande. Ahora todo estaba cubierto de nieve blanquísima y en el aire podía respirarse la frescura invernal, la cual había tardado en apreciar, ocupada como estaba en tratar de entrenar y sobrevivir de las amenazas de Clarisse.

Y estaba verdaderamente feliz de haberlo hecho, de haber decidido entrenar por amor al arte, ya que de no haber sido así, las probabilidades de terminar muerta el primer día fuera del campamento se hubieran elevado más allá de las nubes, lo suficiente para alcanzar el dorado trono de Apolo y decirle es "¿Así como cuidas a tus hijos?". Apolo... en otras circunstancias no me habría parecido nada de mal ser reclamada por él; dios de varias cosas bastante geniales, hermano de la grandiosa Artemisa e hijo del mismo Zeus, sin embargo, su oportuna muestra de compromiso paternal me había metido en un lío.

- Podrías meterte en graves problemas si te pillan aquí. O podrías resfriarte.

No me asusté demasiado con aquella voz, podía ser un semidiós cualquiera, que, como yo, había decidido reflexionar sobre su extravagante vida mirando la nieve sobre el campamento, bajo un cielo negro como boca de hombre lobo y una brisa curiosa que mezclaba el aroma salino de la playa, el del ponche de las cocinas y los eucaliptos del bosque.

- Déjame sola- le pedí- Parto en una misión mañana, que problema podría ser más grave o peor que eso.

- ¡Oh vamos! No es para tanto-dijo la voz, que correspondía a un chico poco mayor que yo. Aunque vestía ropa invernal (y de marcas bastante caras) podía ver su piel perfectamente bronceada y rizos rubios bajo el gorro- Hay muchos semidioses que ruegan por partir en una misión. Clarisse y Anabeth han sido de las más entusiastas a la hora de ser elegidas ¿Por qué tu no?

Mire al chico a sus profundos y electrizantes ojos verde azules, los cuales parecían brillar con un extraño brillo dorado. Eran bastante bonitos, la verdad.

- Porque no soy fuerte como Clarisse ni inteligente como Anabeth. Si voy allá afuera moriré pisoteada por un gigante y luego me comerá una hidra.

Recibí una sonora risa como respuesta, la que curiosamente era en verdad melódica, como si hubiera cantado en lugar de haberse reído.

- No sé qué te parece tan gracioso- le reproché poniéndome de pie y dispuesta a darle un buen empujón si seguía fastidiando.

- Me parece divertido que para ser una hija de Apolo confíes tan poco en ti misma. Los hijos de Apolo son geniales- añadió con una sonrisa. ¿Este idiota era mi medio hermano? Genial.

- Oh claro, geniales- lo imité- Si ves a un monstruo no dudes en tocarle una canción de cuna con tu ukelele mágico para que se vaya al Tártaro. Nunca falla.

- No subestimes el poder de los ukeleles, Camelia- me dijo con severidad- Ni a ningún otro instrumento musical. Por sencillo o extraño que parezca, todos esconden un poder que pocos son capaces de manejar.

Hijos del Sol y el Fuego [COMPLETA]Wo Geschichten leben. Entdecke jetzt