014 | Fluctuación

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KANSAS

En cuanto abro la puerta, todas las personas en la sala se giran para clavar sus ojos en Gabe. Tengo la intención de salir al pórtico con él porque sé que nada bueno saldrá de esto, pero antes de poder hacerlo, alguien habla.

—¿No vas a presentarnos, Sunshine? —interroga Joe con voz expectante, arqueando una ceja.

Observo al moreno a los ojos, quien me mira con una mezcla de diversión y falsa inocencia. Gabe es inoportuno desde temprana edad.

—Olvidé mi gorra cuando vine esta tarde —explica con las manos en los bolsillos, de forma casual.

—Así que tuviste visitas y no nos dijiste, Sunshine —sonríe Ben, recargado en sus codos, boca arriba en la alfombra. Hacer énfasis en mi apodo no ayuda a apaciguar la tensión, y toda la gratitud que sentí por él se esfuma en cuestión de segundos cuando abre la boca.

Me están haciendo esto a propósito, y estoy segura de que el equipo completo va a lanzar comentarios perspicaces y afilados en cuanto Gabe ponga un pie dentro de esta casa.

—¿Quién es? —interroga Bill dándole pausa al televisor, en el medio tiempo.

Es tan fanático que graba todos los partidos y los ordena por fechas en uno de los estantes. Me gustaría que fuera tan organizado con las facturas de la casa o con el cajón de sus calcetines.

—Beasley, ¿qué parte de lo echas a patadas no entendiste? —le susurra a Malcom mientras yo lo observo con una mezcla de desconfianza y desconcierto—. ¿Quién es el tipo, Kansas? Hazlo pasar.

No es buena idea.

—¿Qué hay, Billy? —saluda Gabe adentrándose en la sala, con su usual atrevimiento—. Estás más gordo, hombre — añade escudriñándolo.

Escondo los ojos bajo mi palma para evitar ver la reacción de mi padre, pero termino viéndola entre mis dedos de todas formas. Bill se incorpora y se cruza de brazos, estrechando sus ojos en dirección al castaño.

Además de inoportuno, Gabe no sabe controlar su lengua, pero lo dice de una forma tan amigable que es imposible enojarse con él.

—El mocoso de los Hyland —reconoce mientras su equipo lo respalda en silencio—. Me acuerdo de ti, Gabriel. Eras un dolor de trasero bastante encantador cuando eras niño —le sonríe, pero sé que no hay ni una gota sinceridad en sus palabras—. ¿Qué te ocurrió? —añade escaneándolo como a un código de barras.

—Bill... —advierto, clavando mis ojos en él.

A mi padre nunca le agradó, siempre sostuvo que Gabe era una mala influencia. Sin embargo, mi madre adoraba al castaño y a Bill Shepard no le quedó otra opción más que aceptar compartir oxígeno con el precoz Gabriel.

—Mi encanto perdura, Billy —replica el vecino, y siento la necesidad de coserle la boca. Definitivamente no debería decirle así. La única persona que puede decírselo sin que se enoje ya debe estar durmiendo, y su hámster también—. Al igual que tu apetito —se ríe palmeándose el estómago y observando el de mi padre.

—Toma —dice una voz a nuestras espaldas. Malcom le lanza la gorra al castaño. Su expresión no es para nada divertida, pero en este momento no puedo juzgar su trato con Hyland ya que estoy metida en un aprieto de lo más incómodo—. Creo que ya tienes todo lo necesario para irte.

—Gracias, Marcos —replica Gabe. Se la coloca y sonríe.

Mala idea.

En cuanto mi padre y los Jaguars ven el logo de los Denver Broncos en la parte delantera de la visera, un incómodo silencio llena la sala.

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