• El fin.

14.2K 1.7K 1.1K
                                    

—Tengo sentimientos encontrados —dice Yuri abrazando sus rodillas, sentado en el sofá de su habitación. La mirada chocolate confundida y perdida en algún punto del suelo —. Siento que el enojo, la comprensión, el dolor, la emoción, la furia y la tristeza son pequeñas y molestas abejas revoloteando en la colmena que es mi mente.

Víctor intenta sonreír ante la comparación de su esposo —¿Zumban mucho, amor?

—¡Quiero que se callen porque ya no sé qué pensar!

Nikiforov suspira y cierra la puerta de la habitación para acercarse al sofá verde donde su hermoso cerdito está temblando en ansiedad. Con cuidado, toma al azabache en brazos para recostarse en el mueble y colocar a su esposo sobre su cuerpo.

Las manos níveas acarician la espalda de Yuri con suavidad en un intento por tranquilizarlo aún cuando él mismo siente todo menos tranquilidad.

—Sabiamos que pasaría pronto.

—¡No estaba preparado para que sucediera tan pronto!

Víctor asiente y sigue con sus caricias.

—Nadie está preparado para saber qué su hijo a perdido la inocencia, Yuri...

—¡Yurio no ha perdido nada! Sólo ya no es... Virgen. —La voz del japonés fue bajando el volumen hasta murmurar de forma ahogada esa última palabra. Como si digera una blasfemia.

Puede escucharse un gruñido saliendo de la garganta de ambos padres indignados.

Víctor está tan molesto como Yuri, sin embargo sabe que ya nada ganan con portarse como dos niños pequeños a los que les han roto su juguete favorito. Su hijo mayor es una de las dos representaciones de su amor que hay en el mundo.

Yuratchka Nikiforov es su primer bebé. Le importa jodidamente poco el hecho de que su sangre no corra por las venas de ese joven altanero pero amable. Sin importar cuanto crezca y cuán maduro puede ser Yurio, para el matrimonio Nikiforov siempre será el bebé que lloraba noches enteras por un resfriado o cólicos; el niño que se colaba en su cama cuando los monstruos atacaban sus sueños; el niño al que abrazaban cuando se caía y al que le compraban banditas con dibujos coloridos para cubrir sus heridas y el que los hizo llorar cuando lo vieron más de una vez cantándole a su hermano menor.

Pero de repente, sin darse cuenta, ese nene creció hasta convertirse en un apuesto joven de 18 años; campeón del mundo en el patinaje artístico dos veces hasta ahora y campeón nacional desde los 13 años; fuerte y seguro de sí mismo; amante de los gatos, quien gasta su mesada comprando ropa con estampados de felinos; y el que se va una semana completa cada verano a Kazajistán para ver a su novio tres años mayor.

Y de buenas a primeras ese joven regresa sonriente y sonrojado con un brillo precioso en los ojos y el olor inconfundible del sexo y Otabek Altin arraigado en la piel.

Claro que nadie notaría ese sutil y casi imperceptible aroma. Nadie que no fuesen sus padres. Víctor y Yuri están tan adaptados al aroma de vainilla y lavanda de su hijo que era prácticamente imposible que no notarán la pisca del olor amaderado y almizclado de Otabek.

Yuri fue el primero en darse cuenta al abrazar a su hijo en el aeropuerto. El azabache soltó al rubio tan rápido como corrió para atraparlo en sus brazos al verlo traspasar las puertas de salida, para sorpresa de Víctor. Los instintos Alfas de Nikiforov lo hicieron soltar un gruñido al percatarse de la situación; su cachorro fue tomado.

El camino a casa fue incómodo y silencioso, Yuri no habló y Víctor prefirió no abrir la boca porque sabía que soltaría su furia de manera poco poética.

Somos tu familia. Dove le storie prendono vita. Scoprilo ora