—¿En qué posición solías jugar en Londres? —interroga Ben. Lanza la Gatorade a un lado y escupe al césped.

Asqueroso pero agradable, me repito.

—Quarterback.

El cuerpo del chico de ojos carbónicos se tensa por los varios segundos en que nos envuelve el silencio. Se nota que la noticia le sienta como un grano en culo.

—No te preocupes, Beasley —masculla retomando el tono confiado y aparentemente amable, pero soy capaz de oír la soberbia en su voz—. Seguramente el entrenador te encontrará una buena posición. Un tackle ofensivo o algo así. — Sonríe, y eso me hace contraer hasta los más recónditos trozos del intestino. ¿Tackle ofensivo? Ni aunque volviera a alcoholizarme una niña de seis años tomaría ese puesto.

El tackle ofensivo casi nunca recibe un pase y pocas veces son las que le toca correr. Si este joven piensa que le voy a cuidar las espaldas, está muy equivocado.

Me tomo un minuto para observarlo en silencio.

—No llegué hasta aquí para jugar como tackle ofensivo —le aclaro antes de volver a ponerme el casco—. No es una posición que sea de mi total agrado, como tampoco creo que sea la tuya.

El silbato suena y no puedo encontrar las palabras exactas para describir las ganas que tengo de poner a este ser humano en su lugar.

Al número siete.

—¡Timberg, pedazo de mierda! ¡Mira lo que le has hecho a Ottis! —vocifera el entrenador frenando el juego improvisado.

El llamado Ottis, número 21, estaba tomando la posición de receptor para nuestro equipo. En cuanto comenzó a correr con el balón, el número dieciséis, como buen safety, se le abalanzó para detenerlo. El problema fue que Ottis cayó con la rodilla flexionada bajo su cuerpo y un botín se clavó en su trasero.

—¡Llévenlo a la enfermería! —ordena a dos de los jugadores antes de volver a enfrentarse al safety—. ¡Todo el mundo quiere a Ottis, ¿tienes un problema con Ottis, Timberg?! ¡Confiesa! —brama con el rostro al borde del enrojecimiento total.

—No, yo ta-también quiero a Ottis —tartamudea el chico—. ¡Lo amo! —declara intimidado.

—¡Entonces demuéstrale tu amor, Timberg! —le ruge, y si hay algo más potente que las cuerdas vocales de Bill Shepard, no me gustaría escucharlo—. ¡Ve con él y asegúrate de que esté bien! Porque si algo le pasa a mi segundo receptor, yo mismo te haré puré —añade en un tono moderadamente bajo, y mis oídos parecen respirar por primera vez—. ¡Y soy muy buen cocinero, Timberg! ¡Pregúntale a Beasley cómo estaban los tallarines de anoche! —retoma a los gritos.

El rostro del número dieciséis se cubre con desconcierto, probablemente pensando que este hombre necesita medicación psiquiátrica.

—¡Pregúntale! —insiste.

—¿Cómo estuvieron lo-los tallarines? —inquiere en mi dirección.

—Muy buenos, indudablemente sápidos —respondo. Me encojo de hombros e intento evitar que Shepard vuelque sus gritos en mi dirección.

Timberg sale trotando en dirección a Ottis, quién camina lentamente a las afueras del campo con dos chicos de soporte a sus costados.

—¡A sus posiciones! ¡Esto no ha acabado, muchachos! —Toca el silbato con esmero.

Me encamino al campo a trote constante. Como es un partido improvisado, algunos jugadores toman posiciones que usualmente no les corresponden. Esto es algo totalmente nuevo dado que jamás habíamos puesto en práctica algo así con mi equipo anterior. Este no es un partido oficial, por lo que estoy del lado del equipo rojo ocupando la posición de centro. Y, aunque quería que el número siete estuviese en el equipo blanco para cargármelo en cuanto sonara el silbato, Bill me lo había puesto como compañero.

Mercury está con su rostro a pulgadas de mi trasero. Él es el único que no fue obligado a cambiar de posición, y podrían colocar su nombre como sinónimo de favoritismo en el diccionario.

—Así que te hospedas en la casa del coach —dice con un tono aparentemente desinteresado. Yo tomo mi lugar, manos en la tierra y músculos tensos. Tal vez si lo ignoro se calle un rato, y espero que sea pronto porque no soy muy abierto a las charlas con altaneros.

—¿Quieres que te dé algo de información? —pregunta con un tono sugestivo. Mi silencio parece hacerle gracia porque comienza a reírse—. Te la daré de todos modos. El árbol del lateral de la casa da justo con la ventana del baño —murmura en cuanto estamos por retomar el juego.

—¿Y por qué querría saber eso? —espeto.

Estoy seguro de que una sonrisa se está extendiendo tras su casco.

—Porque Kansas toma su ducha a las ocho.

Mi cabeza da un giro de noventa grados para observarlo sobre mi hombro al mismo tiempo en que Bill hace sonar el silbato. Estoy perplejo, y uno de la defensa del equipo blanco carga contra mí tomándome con la guardia baja.

Termino bajo un chico que probablemente pesa más de 220 libras en músculo, creo que me rompió alguna que otra costilla. Empiezo a desarrollar un intenso desagrado por el número siete, por Logan Mercury.

KANSAS

—Nunca escuché a mi padre lanzar tantos gritos de gloria en un entrenamiento —confieso a Harriet a través de la línea telefónica—. Y eso no es una buena señal, no para mí.

Abro la puerta y dejo caer mi morral en el sofá. No entiendo mucho sobre este deporte, pero tengo la certeza de que lo que vi en el campo tiene potencial. Beasley tiene agilidad y resistencia en cuanto a fútbol americano se refiere, aunque no puedo decir lo mismo respecto a su tolerancia al alcohol. Es veloz, y mi padre hasta lo halagó a gritos por varios movimientos y tácticas que implementó. El único momento donde su talento brilló por su ausencia fue en el último minuto del partido improvisado. Un grandulón lo derribó como si fuese una hoja de papel, y no estoy segura de por qué perdió la concentración. No era como si estuviera prestándole demasiada atención en ese momento, teniendo en cuenta que intentaba perforar el cráneo de Logan Mercury con la mirada.

—No creo que ganes ningún juicio contra él —se sincera la rubia refiriéndose al hecho de que el inglés es una inminente y constante amenaza ante la ley tanto estética como moral.

—¿Lo dices como mi amiga o como mi asesora legal? —inquiero.

—Como ambas, Kansas —responde mientras abro la nevera para sacar un poco de leche. Esta vez, no está vencida, es un gran logro—. Bill parece bastante conforme con lo que ve en el campo y lo sabes —sigue ella mientras doy un trago de la

botella. Estoy segura de que a Harriet le daría un ataque si pudiera verme—. Así que creo que es cuestión de tiempo para que Malcom se mude, mientras tanto, sopórtalo.

—Me gustaría ver que Jamie o tú lo soporten —murmuro al cerrar la heladera—. Lo conocí hace menos de tres días y ya me pone del malhumor el simple hecho de verlo.

—Sobrevivirás —me alienta—. Y hablando de Jamie, ¿dónde diablos se metió? No se reunió con nosotras como habíamos planeado.

La bocina de la señora Murphy se oye desde la calle.

—Probablemente con Derek —respondo encogiéndome de hombros, aunque ella no puede verme—. Llegó Zoe, debo colgar. En cuanto abro la puerta veo que la niña corre en mi dirección con su estrambótica mochila de oso panda rebotando en su espalda.

—¡Kansas! —saluda mientras le sonrío a su mamá desde mi lugar, ella hace lo mismo antes de poner el auto en reversa— . ¿Podemos hacer mi pastel de cumpleaños hoy? —inquiere.

—¿Por qué tanto apuro? —pregunto riéndome de su repentina emoción.

—Porque estoy muy alcoholizada.

Y en cuanto las palabras salen de su boca, debo asegurarme de que la señora Murphy está lo suficientemente lejos como para no oírla. 

TouchdownDonde viven las historias. Descúbrelo ahora