Capítulo 31

54.1K 4.9K 1K
                                    

No podía respirar. Quería tirarme al suelo y llorar. Pero una vez más quede paralizada viendo aquella escena. Ahí estaba Evan, en medio de un beso con Ava, una de mis compañeras de la zona de preparación. En cuanto me vio, acabó con el beso, que tuviera el coraje para mirarme a los ojos me hizo empezar a llorar.

—Avril, no es lo que crees— me logró decir antes de que saliera corriendo.

Corrí por los pasillos que llevaban a mi habitación, tomé el camino largo para no tener que pasar por el vestíbulo y que todos vieran y pensaran sobre mi dolor, no lo soportaría.

En cuanto entré en la habitación, cerré con llave por si Evan me seguía. Acto seguido me arrojé sobre mi cama y empecé a llorar como nunca, repito ¡Nunca!, había llorado en la vida. Todo dentro de mí estaba completa y absolutamente destrozado. Mi corazón no lo podía soportar.

No entendí que fue lo que hice, pero un tornado comenzó a formarse al rededor de mí, además una nube, que hizo que lloviera sobre mí. Mi dolor estaba ocasionando todo esto. Un sentimiento tan fuerte y poderoso hizo que todo lo que hice hoy fuera en vano, pues mi segundo elemento había vuelto a despertar y estaba reaccionando, no solo, pues el agua también actuaba. Pronto mi habitación se convirtió en un huracán, no sólo de aire y agua, sino también de dolor.

Desperté al siguiente día llena de cólera. El huracán aún estaba aquí pero ya no era tan fuerte. Con mi simple voluntad lo desintegré. Me puse en pie, pero no duré mucho. Mis piernas estaban débiles y caí de rodillas al suelo. Era insoportable. ¿Qué hice yo para merecer esto? Confié en él, confíe en su amor, confíe en el amor que yo sentía hacia él, y todo eso me había decepcionado. El solo recordar aquella escena era una fuerte punzada en mi corazón, ahora roto.

No pude irme, ni siquiera moverme, me estaba consumiendo. Ya ni siquiera salían lágrimas de mis ojos, solo el alarido de mi dolor.

Sabía que iba a ser un día difícil, no quería salir de la cama. Hoy harían esa estúpida prueba para encontrarme, así que los pasillos debían estar vacíos. No iba a ir. No quiero y no lo haré. Si me descubren, ¡pues al diablo!, en mi vida ya nada tiene sentido.

Debía comer o tomar algo si no quería morir en mi cama, aunque en ese momento no sonaba tan mal, liberarme de todo, de la traición, de la cólera, del sufrimiento... Debería pensarlo. Estaba dispuesta a ir por aunque fuese una botella de agua, pero, al abrir la puerta, Evan estaba en posición fetal con la cabeza entre las piernas justo al lado de la puerta. Cuando me vio se puso en pie de golpe.

—¿Qué rayos haces tú aquí?— pregunté enfadada pero con la voz entre cortada.

—Yo...— trató de decir. Noté en sus ojos que había estado llorando, claramente no tanto como yo. ¿Tenía el maldito descaro de llorar por algo que él hizo?

—No, no me respondas.

—Avril...

—Vete.

—¿Qué?

—No lo voy a repetir.

—Déjame que te explique— la gota a colmado el vaso.

—¡¿Cómo puedes venir aquí a mi puerta después de haberte besado con una de mis compañeras, después de que prácticamente te entregué mi corazón, a pedirme que te deje explicar?!— pude ver que mis palabras le dolían, pero esa era claramente mi intención. Una ráfaga de viento empezó a recorrer el pasillo, cada vez más fuerte.

—Avril, por favor...

—¡Cállate! ¡Cállate de una maldita vez! ¡¿No crees que ya hiciste suficiente daño?! ¡Lo único que te estoy pidiendo, es que te largues maldición!— le grité con lágrimas en los ojos.

Instituto de ElementosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora