No es que me guste estar a la defensiva, pero su acento y el tono desdeñoso con el que habla no son una buena combinación.

—Si vas a disculparte preferiría que mantengas tus ojos en el hemisferio norte de mi cuerpo —replica encogiéndose de hombros antes de cruzarse de brazos.

Eso no ayuda en absoluto. Las únicas palabras que hay en mis pensamientos en este momento son bíceps, tríceps, deltoides. Bíceps, tríceps, deltoides.

Ahora tengo la certeza de que escuchó todo lo que dijo mi padre. Lanzo imprecaciones mentales al hombre por tener unas cuerdas vocales tan potentes.

—Lamento haber... —comienzo tras una exhalación, pero cambio las palabras al no estar segura de cómo seguir—. No habría escondido el vodka en la heladera si hubiera sabido que ibas a venir. Te habría ahorrado la resaca de saber que no sabías diferenciar el agua del alcohol —finalizo.

—Pero lo habrías hecho si no venía —apunta analizando con meticulosidad la oración. Sus ojos azules brillan con acusación bajo la mortecina luz del corredor.

—¿Qué quieres decirme, Beasley? —interrogo con cautela.

—Que sigues sin ser apta para cuidar niños, eso digo.

En cuanto termina de pronunciar las palabras, siento que la cólera se desprende por mi torrente sanguíneo. Su brutal honestidad junto con ese marcado acento provoca que un sentimiento de desagrado se origine y cobre fuerzas en mis adentros. Zoe jamás habría abierto la heladera si él no se hubiera presentado, de eso estoy segura porque, de otra forma, jamás hubiera dejado el vodka allí, a su alcance. ¡Zoe ni siquiera toma agua! Solamente refresco.

—¿Me estás llamando incompetente? —cuestiono para estar segura de que he entendido bien.

—Te estoy llamando por lo que eres, sin ánimos de ofender —dice con el ceño fruncido, como si estuviera desconcertado por mi reacción.

Cuando alguien te insulta, aunque sea de forma sutil, uno no suele responder con: «¡Hey, muchas gracias por expresar tu peor juicio sobre mi persona!»

—Jamás dije que fueras incompetente, sino que... —se toma un segundo para encontrar las palabras adecuadas—. Eres muy inmadura para cuidar de Zoe, o de cualquier otro ser vivo que requiera de la más mínima atención.

No es mi culpa que él no haya probado el alcohol en toda su vida y que esté tan absorto en su carrera deportiva como para no tener ni un gramo de diversión y jovialidad en todo su cuerpo.

—Tomar alcohol no me convierte en alguien irresponsable —le dejo en claro—. Mis responsabilidades están apartadas de mis salidas nocturnas, y es de mente muy cerrada decir que alguien no puede tener un equilibro con todas las facetas de su personalidad.

Discutimos con bastante energía, pero no me doy cuenta de eso hasta que siento que mi respiración está acelerada.

—Sigue diciéndote eso si te hace sentir mejor —repone encogiéndose de hombros.

Nunca quise utilizar a alguien como saco de boxeo hasta ahora.

—Toma —escupo estrellándole la tableta de pastillas contra el pecho—. Y ahógate con una.

Comienzo a atravesar el pasillo, pero recuerdo lo que mi padre dijo.

—Sería un placer que te nos unas a la cena —añado lo suficientemente alto como para que Shepard me oiga.

Los ojos azules del muchacho se encuentran con los míos a través del corredor y le dejo en claro con una simple mirada que su actitud no me gusta, mucho menos su criterio.

Y, para mi sorpresa, él me observa de la misma manera.

MALCOM

La cena transcurre fenomenal. Creo que eso se debe a que Kansas no nos acompaña en la mesa. La veo subir con un plato rebosante de tallarines a la que creo que es su habitación, al otro lado del pasillo. Bill se disculpa por su conducta y dice que probablemente tiene las hormonas revolucionadas por su período, y como ninguno quiere entrar en detalles ni entiende perfecta y completamente el mundo femenino, nos sentamos a hablar de lo que sí comprendemos, de lo que nos apasiona: el fútbol americano.

Él me cuenta todo sobre los Jaguars de Betland. Luego, discutimos sobre tácticas de ataque en el campo y sobre mi trayectoria futbolística. Se nota que es un apasionado por el deporte y no puedo esperar para mostrarle todo lo que tengo para dar en el campo. Su entusiasmo me da ganas de ponerme los botines. Luego, me habla sobre mi itinerario semanal. No estoy aquí para estudiar en la BCU, sino para enfocarme en mi carrera como futbolista de americano y para arreglar algunos asuntos.

Los Jaguars son un grupo renombrado entre los diversos equipos universitarios de Estados Unidos, y unirme a ellos me da la oportunidad de ampliar mi ámbito deportivo y conocer potenciales ligas de fútbol a futuro. Son muchos los representantes que vienen a ver jugar al equipo de Bill Shepard, muchos con los que ya me he contactado y muchos otros con los que no.

—Tú estadía aquí no será fácil, Beasley —dice apuntándome con su tenedor y salpicándome con salsa—. Entrenamientos matutinos de lunes a miércoles de nueve a once y media y de una a tres —comienza antes de enroscar más fideos alrededor de su tenedor —. Jueves al gimnasio de diez a doce y de siete a ocho en el campo, los viernes solo tienes clases y probablemente salgamos a correr. Los domingos son tus días de descanso. Los sábados son los días de partido, falta a uno y te patearé fuera del equipo —advierte—. Cinco comidas al día obligatorias. Alta ingesta de carbohidratos y vegetales, te quiero siempre hidratado y dispuesto. —Menea su cubierto en mi dirección mientras engullo los tallarines—. Sé que no hay drogas, alcohol o alta ingesta de azúcares en tu dieta, y espero que siga así. De otra forma llegarás a Guinea Ecuatorial con mi pie incrustado entre tus nalgas.

—¿Y cuáles son las reglas de la casa? —pregunto cuando termina de enumerar todo aquello que tengo y no tengo permitido hacer para obtener un buen rendimiento en el campo.

—No me interesa que salgas de fiesta los días que tienes libre, pero no puedes traer chicas a esta casa. Sería incómodo y desatento de tu parte. En fin, solo son bienvenidos los muchachos del equipo, cualquiera de los cincuenta y ocho. Si ves a un chico ajeno a los Jaguars, lo echas a patadas —dice sin pelos en la lengua. Y creo que esto último tiene algo que ver con su hija—. De verdad, échalo —recalca.

—¿Aunque sea invitado de su hija? —inquiero, pero creo que conozco la respuesta. Él habla de ser desatento e irrespetuoso, pero no parece ser muy cortés en general.

—Creo que nos estamos entendiendo. —Sonríe con un tallarín colgando de la comisura de sus labios.

—Usted parece ser algo paranoico, señor. Por eso me atrevo a preguntar qué hay con chicos del equipo, ¿no representan ninguna clase de... amenaza?

Él me regala una sonrisa haragana y de autosuficiencia, como si ya tuviera todo cubierto.

—Todos mis muchachos saben una cosa —explica limpiándose, por fin, la salsa que resta alrededor de su boca—. Para que lo profesional no se mezcle con lo personal, como ha ocurrido en el pasado, tengo una regla: cualquier jugador de la BCU que se acerque a mi hija —hace una pausa, mirándome directamente a los ojos—, no sobrevive para contarlo — exagera.

Está exagerando, ¿verdad?

Reprimo el impulso de contestarle que solo un joven necio e irreflexivo querría estar con alguien que posee el terco e imprudente carácter de su hija.

—No se preocupe por mí —lo tranquilizo—. Kansas no es mi tipo. Nuestras personalidades no congenian bien.

Y por mi propio bien, espero que nunca lo hagan.

TouchdownWhere stories live. Discover now