20| Paz

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Disfruten <3

EPÍLOGO

La muerte pasó frente a sus ojos, frenética, en busca de un alma al que sumir en pena. La cárcel de las almas estaba gritando, igual que lo hacía Keera. La vida, ella daba inicio. El renacimiento.
Su tormenta se calmó, sus alas despegaron. Los disturbios dieron fin, y la nueva vida dio inicio.

Keera gritó, incapaz de soportar aquél dolor. La transpiración habitaba en su cuerpo y el miedo la domaba. No sabía en qué momento había despertado en un hospital, tampoco recordaba cuándo Finnick había aparecido a su lado, junto a varias personas vestidas de blanco.

—¿Qué está sucediendo?— preguntó la castaña, gimiendo y sollozando. Una mujer, de cabellos rubios y unos profundos ojos verdes estaba al lado de la luz. Era bella y su piel parecía porcelana, ocupada por varias pecas en su mejillas.

—¡Keera!— gritó Finnick, su vista se nubló y él hombre se asimiló a un holograma. Todo brillaba, igual que cuando ella había probado las drogas por primera vez. Había sido una estúpida, y el recuerdo le daba vergüenza. Trató de no pensar demasiado en eso, pero era inevitable. Parecía que todos sus pensamientos se dirigían a otras cosas. La situación le abrumaba, y necesitaba dar un largo respiro.

Más personas entraban a la habitación, muchos enfemeros y doctores, trayendo consigo los recursos necesarios para salvar a la muchacha. La tecnologías del Capitolio eran lo mejor de lo mejor y rogaban para que funcionaran con ella.

—Estás sufriendo un colapso, has perdido demasiada sangre y la herida ha dañado algunos de tus órganos. Necesito que te quedes con nosotros, ¿Sí?— la muchacha asintió, apenas podía levantar la cabeza. La mujer rubia yacía allí y la otra doctora castaña era la encargada de hacerlo todo. Parecía fantasmal, pues su mirada parecía atravesar muros y almas.

—¿Mi bebé?— preguntó Keera, él rubio a su lado parecía querer hacer la misma pregunta. Su rostro estaba demacrado, igual que lo había estado cuando los charlajos lo atormentaron. Su cara tenía sangre, sudor y tierra, acto que significó que no había pasado mucho de los mutos. Tal vez hacía pocas horas habían sido atacados.

Mutos. Mutos. Katniss. ¿Seguiría viva? ¿El sinsajo había abierto sus alas en busca de libertad?

—Haremos todo lo posible para salvarte.— reiteró la doctora. Un enfermero de piel morena, se acercó a ella y Keera juró haber creído que era él estilista del distrito doce. Cinna, creyó que se llamaba, así le había dicho su amiga una vez. Realmente no estaba segura de su nombre, pero había apoyado a la revolución. Y cuando enfocó bien su atención, todo aquello había sido una falsa ilusión; no era un hombre muerto, sino que un hombre de Panem, un desconocido. Él tomó unas bolsas con sangre y empezó a transferirlas poco a poco por su cuerpo.

¿Qué pasaba con su bebé? ¿Por qué Finnick parecía tan apenado?

No sintió dolor, tampoco miedo. Era paz lo que sentía. Observó los atentos ojos de la mujer de cabellos rubios, mientras Keera sostenía la mano de su esposo, sin poder dejarlo ir.

En sus recuerdos, regresó a cuando era una niña. Ella corría por la maleza, viendo a las personas pasar por su lado. Reía y carcajeaba. La secuencia pasó, ella traía el mismo vestido. Era el mismo día. A su lado estaba Malik, su querido primo. Él tenía una flor de loto en sus manos, una apreciada flor que habían conseguido y adoraban como a los dioses. Ambos niños estaban sentados, contemplando tal belleza.

—Es asombroso.— dijo él. No tenían más de nueve años.

—¿Qué cosa?— preguntó ella.— La hubiéramos dejado allí, acá morirá. No debimos haberla arrancado.

Hurricane ✓ ⋆ Finnick OdairDonde viven las historias. Descúbrelo ahora