Se enfocó en la situación importante. Era momento y estaba jodidamente nerviosa. Prefería escuchar la cuenta regresiva de los juegos, antes que la cuenta regresiva en su mente, haciéndola recordar todo. Era uno de los momentos más intensos que estaba viviendo, mejor dicho, todo lo que había ocurrido estos últimos meses había sido intenso. Desde el Vasallaje, lo que sucedió ahí dentro, la revolución, la desaparición de su familia, y ahora, parecía que todo estaba yendo mejor. Había recuperado a sus hermanos con vida y se casaría con el muchacho de sus sueños. Quizás toda la intensidad de su vida pararía después del tiempo.

—¿Estarás bien?— le preguntó a su hermana, con la duda reflejada. Artemis puso sus ojos en blanco.

—No te preocupes por mi, es tu día.— respondió, aunque Keera no pasó por alto la respuesta. La castaña no dijo que iba a estar bien, tampoco mal.

Con pasos decididos, avanzó por el distrito trece, con el sinsajo a su lado. Sin embargo, sabía que su cara reflejaba miedo cuando Katniss sostuvo su mano por unos segundos. Ella murmuró un «todo estará bien». Keera asintió en respuesta.
La boda no sería como las que se celebraban en el Capitolio, donde todo era riqueza: empleados que llevaban la comida a cada invitado, manjares que costaban más que su vestido y adornos extravagantes. Era bastante lo contrario. Había sido algo reciente, así que tampoco se esperaba la gran cosa. No le importaba en lo absoluto.
Las cámaras iban a estar grabando minuto a minuto, para que todos supieran que ellos seguían alli y que podían ser felices nuevamente. Que a pesar de tener una vida de mierda, podían amar.

Artemis Pevensee observó a su hermana mayor salir de la habitación y se apresuró junto a Rocco a ir a la sala donde se celebraría la boda. Keera tardaría unos minutos más, puesto que primero llegaban los invitados y luego la novia. A pesar de que estaban en el distrito trece y nada era como antes, las tradiciones seguían siendo tradiciones.
La joven observó la sala. Estaba adornada por cintas de colores blancos y dorados, y algún que otro tono azul. Eran en honor a los distritos de ambos y sus colores favoritos. Después de aquello, estaba todo bastante común. Habían colocado varias sillas en los rincones para que los invitados se sentaran cuando lo desearan. Las personas sonreían, mientras comían del banquete que habían preparado para ellos.

La muchacha se quedó plasmada y dudó sobre tomar otra pastilla más, pero no lo hizo, no se convertiría en una drogadicta. No en el casamiento de su hermana. Su frente comenzó a sudar y sus manos a temblar. Se sentía sofocada con todas las personas allí.

—¿Estás bien?— cuestionó él niño, viendo la desesperación de su hermana.— Nadie va a herirte, yo lucharé con cualquiera.

Artie quiso soltar una carcajada ante las palabras del castaño. Era gracioso ver a un niño atreverse a luchar con personas de gran tamaño. Su hermano había perdido algunos kilos y jamás había sido bueno en las peleas. Muchas veces volvía golpeado tras venir de la escuela, puesto a que había algunos bravucones que creían que podían hacer lo que quisieran con él. Rocco jamás se acobardaba, era igual que Keera, prefería recibir una paliza antes que correr temeroso.

—Ellos no van a herirme.— se dijo, tratando de convencerse, soltando varios suspiros.— Ellos no lo harán.

Agarró una copa de alcohol que posaba en una de las mesas y tragó, sintiendo el puro sabor del vino tinto. No era lo mejor para relajarse, pero algo era algo. De todas maneras, no era muy fanática de las bebidas. Sostuvo la copa en manos, aún cuando las ordenes sobre dejar la entrada libre llegaron y todos comenzaron a moverse, incluídos ellos. Dejaron una especie de pasarela libre, para que su hermana pasara con su vestido.
Se sentía un clima cálido en esa habitación, las voces altas y contentas, las risas. Supuso que los casamientos causaban eso en la mayoría de la población. Varios metros de ellos, se encontraba el prometido de Keera. Finnick yacía con un traje de color marrón claro, o de color crema, tal ves gris, no pudo distinguirlo demasiado, pero estaba bastante guapo. Él movía sus manos y se sacudía su cabello cada unos tantos segundos, supuso que estaría igual de nervioso que su hermana. Cuando las personas que sostenían las cámaras dijeron que en un instante comenzaba el espectáculo, Finnick Odair sonrió. Artemis, quien solía ser muy fanática de casi todos los vencedores y siempre estaba escuchando los chismes, se dio cuenta de que jamás había visto al Vencedor sonreír de esa forma. Sus ojos azules transmitían realmente lo que sentía dentro, era algo muy real y no esa falsa sonrisa que solía hacer para atraer mujeres. Él realmente la quería a su hermana.

Hurricane ✓ ⋆ Finnick OdairWhere stories live. Discover now