Una vez listo, me siento en el sofá, observando a Lawrence con detenimiento al verlo comer, pidiéndole perdón en silencio por todo y por tener un padre como yo, cuando él es perfecto. Sus ojos son de un azul intenso, mucho más obscuros que los de Ciel, yo diría que es una mezcla perfecta entre él y yo, agradeciendo que la mayor parte del tiempo sea tranquilo y se la pase durmiendo, pero cuando llora me es casi imposible lograr que vuelva a dormir.

Sonrío y recuerdo que Ciel me preguntó ¿dónde estaba la magia de ser padre? Yo creo que la magia viene cuando los veo dormir tranquilamente, cuando Lawrence sonríe o me mira maravillado, moviendo sus bracitos en busca de mimos. O cuando Beast me busca únicamente para abrazarme y decir te quiero... 

—Papi... —levanto la vista, viendo a Beast bostezar y frotarse los ojos mientras se acerca a nosotros—. No puedo dormir.

—Ven amor, ¿quieres que te lleve a tu cama?

—No sé…  

—¿Quieres un vaso con leche?

—No… —niega lentamente con la cabeza mientras se sube al sofá, acurrucándose junto a mí, quedándose dormida en cuestión de minutos.

Cuando le dije que tendría un hermanito se alegró, diciendo que finalmente tendría a alguien con quien jugar, aunque mi preocupación más grande no era que no lo quisiera, porque al final acabaría amándolo, sino que preguntara por Gregory, y es que sigo sin saber cómo explicarle que su papi está en el hospital y jamás despertara, porque ella sigue creyendo que tuvo que irse a trabajar, e inconscientemente sigo esperando que despierte...

•••

—Michaelis, luces horrible.

—Gracias, que amable —ironizo, viendo de soslayo a Claude. 

Llegó a casa hace dos horas y ha estado jugando con Beast y Lawrence, dándome un respiro de todo, pero aun con su presencia me sigo sintiendo obligado a no perder de vista a mis hijos, como si en cualquier momento algo terrible les pudiera pasar y todo sería mi culpa. Al mismo tiempo deseo salir, subirme a la moto y conducir sin rumbo fijo, sintiendo el frío viento golpear mi rostro conforme aumento la velocidad. Sería tan fácil pero una parte de mi me mantiene anclado al sofá buscando una mejor posición, luchando con la tentación de ir al mini bar y tomar la botella de whisky de malta, bebiéndomela en tiempo record aun cuando se debe disfrutar.

—Son preciosos —susurra en cuanto Lawrence se acurruca contra él, analizando detenidamente un par de tarjetas con dibujos de animales—. Y me encanta jugar con ellos, tal vez la próxima semana los lleve al zoológico o el acuario, aun no me decido. ¿Tú qué opinas?

—Si tanto te gustan, te los regalo —conteste con fastidio.

—Sebastián... son mis sobrinos y sabes que me encanta venir a verlos —sonrió dejando a Lawrence sobre la alfombra—, y pese a que la oferta es tentadora, por ahora tendré que rechazarla.

—Deberías conseguirte tus hijos, piénsalo. Puro amor y diversión con altas dosis de ternura —ironice pero él pareció no notarlo o si lo hizo, decidió que era mejor omitirlo a enfrascarse en una discusión sin sentido, en donde nadie saldría ganando.

—No es tan sencillo.

—¿No? —levante una ceja, intentando no soltar un comentario ácido, aunque al final no lo logre porque ya estaba harto de sonreír afable y fingir que estaba bien con la situación, entonces explote—. Mírame a mí, siempre, en el momento más inoportuno al destino se le ocurre darme un hijo únicamente para mí, vienen con nota de entrega por parte de su padre doncel, quienes desean salir corriendo como si hubiera algo toxico en todo esto y pensándolo bien, tal vez toda esta situación es nociva y yo soy el único imbécil que no lo nota, por eso sigo aquí. Ambos me advirtieron que se irían... y qué crees, lo cumplieron en cuanto hubo una oportunidad. ¡Se largaron por un maldito capricho infantil! 

Sexo casualDonde viven las historias. Descúbrelo ahora