Pinocho

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—¡Kai! ¡Kai! ¡Anda...! Sé que tienes hambre...toma, quizás no es tan nutritivo como lo que deberías comer, pero te gustará mucho la pizza.

Kaufmann le extendió al niño un slice de pizza, pero este seguía oculto detrás de un montón de cajas y muchos archivos en un rincón del laboratorio. Encogido en ese rincón parecía un ratón asustado acechado por un gran gato malvado. El mayor suspiró decepcionado al ver que todos sus intentos por hacerlo salir de allí eran inútiles.

—Kai... ¡Lo siento! Sé que no debí gritarte ni tratarte de forma tan ruda. Yo no soy como Mike, él es bueno y muy simpático contigo, pero él no está, viene mañana en la tarde y no puedes quedarte allí todo este tiempo.

—¿Dónde está...? —Se escuchó apenas su vocesita detrás de todo ese montón de cosas que lo ocultaban.

—Con su familia.

—¿Él tiene una familia? —preguntó el niño con mucha curiosidad.

—Sí, Kai. Mike tiene una esposa, hijos, su propio hogar.

El niño entonces recordó lo que había visto en la televisión, aunque aún no comprendía mucho el concepto, tenía una idea, algo realista de lo que significaba la palabra "familia".

—¿Y tú también tienes una familia...? ¿Verdad? Tienes una esposa y un hijo. Yo te vi junto a ellos. Yo uso la ropa de tu hijo, él tiene cosas muy bonitas, me gustan sus libros y sus juguetes. A él si lo quieres mucho, siempre estas sonriendo y juegas con él. Nunca eres así conmigo, me gritas, me encierras, me alejas de ti. Me odias y no sé qué hacer para que me quieras. Yo quiero que seas así conmigo también.

—Kai...es que...tú no eres mi hijo. Ese niño en las fotos si lo es.

—¿Yo no tengo una familia...?

—No, no tienes una familia. No tienes papá, ni mamá, ni hermanos.

—Entonces, ¿tú no eres mi papá?

—No. Yo soy...la persona que te trajo a este mundo, pero no soy tu papá.

Kai se encogió nuevamente en su rincón. Después de escuchar esas palabras comprendió que Kauffmann nunca sería con él lo que era con su hijo. Sus ojos se llenaron de lágrimas y comenzó a llorar allí escondido sintiéndose muy solo. El mayor seguía en cuclillas frente al escondite del niño y comenzó a escuchar el gimoteo de este. Empezó a sentir remordimientos por la forma en la que lo había tratado desde que nació, si bien su corazón se mantenía firme en la idea de no encariñarse con él, no podía evitar compadecerse de su tristeza.

Se levantó de allí y salió del laboratorio. Una vez en la casa buscó las llaves y entró de nuevo en la habitación de Emil. Tomó varios de sus libros de cuentos y los recogió en un pequeño montón, así como algunos juguetes que Kai había dejado regados. Bajó con todo esto de nuevo al laboratorio y sentándose frente el escondite del niño los dejó  allí.

—Kai...sé que te gustaron los libros de cuentos de mi hijo. Te traje algunos para ti y unos juguetes que estaban en su habitación. Sólo quiero decirte que yo también estoy solo: Perdí a mi familia. Mi hijo, el que viste en las fotografías se llamaba Emil, ya no está, murió. Mi esposa Natasha y yo nos separamos, no sé dónde está ahora, hace mucho tiempo que no he vuelto a verla.

El niño dejó de llorar y desde donde estaba observó el rostro triste de Kauffmann. Fue en ese momento que entendió que él también sufría.

Kauffmann esperó un buen rato con la esperanza que Kai saliera de allí, pero no fue así. Decidió entonces dejarle solo. Se acercó a Atlas y le acarició el hocico.

—Te lo dejo a ti, trata de hacer que salga de allí.

Y diciendo esto, el mayor se retiró del laboratorio.

Luego de unos minutos, al ver que Kauffmann se había ido, Kai asomó la cabeza y vio a Atlas que movía su cola alegre al verlo salir. El niño tomó los libros y los juguetes, y sonrió. Se sentó allí en el piso a observarlos con mucha curiosidad. Ahora eran suyos.

Comenzó a hojear los libros. Kai ya sabía leer, aunque aparentaba no prestarle mucha atención a Simmons cuando este le enseñaba, este le comprendió fácilmente. Su aburrimiento era porque Simmons intentaba enseñarle a un ritmo muy "básico", como a cualquier niño de edad escolar; pero el cerebro de Kai procesaba demasiado rápido la información y exigía retos muchos más complejos para mantener su desarrollo evolutivo.

Pero lo que atraía a Kai de estos libros era el hecho de que pertenecían al hijo de Kauffmann y quería a toda costa comprender qué lo hacía tan especial para este. La lectura era muy simple, muchas más imágenes que texto. Las personas y animales eran representados en unos muy coloridos y alegres personajes que sacaban una sonrisa al niño. También había personajes muy curiosos, como los dragones y los magos, Kai se preguntaba si estos seres existían en la realidad.

Se entretuvo allí un buen rato leyendo hasta que se topó con una historia que de pronto se le hizo muy conocida: Se trataba de una curiosa y traviesa marioneta que quería ser un niño de verdad. La historia cuenta que un viejo carpintero talló la madera hasta formar la marioneta, y como vivía triste y solitario deseó que esta fuera un niño real para quererlo como a un hijo y tener compañía. Un hada se apiadó de él, así que le dio vida a la marioneta y desde ese momento fueron como una familia. Kai se identificó de inmediato con el personaje de Pinocho, al igual que él deseaba que "su creador" lo quisiera como a un hijo. Leyó todo el cuento en pocos minutos y se alegró de que al final este lograra su meta de convertirse en un niño de carne y hueso, viviendo feliz con su padre.

—¡Atlas! ¡Yo también puedo ser como Pinocho! Si consigo un "Hada Madrina" esta podrá convertirme en un niño de verdad y él me va a querer, ¡Viviremos felices por siempre! Ahora... ¿Cómo encuentro a un "Hada Madrina"?

En la mayoría de las historias que leyó, las hadas se aparecían a los niños que eran buenos y obedientes. El hada del cuento de Pinocho se le aparecía al ver sus buenas acciones o cuando este estaba en dificultades.  Antes de quedarse profundamente dormido esa madrugada,  deseó entonces con todo su corazón de que alguna se le apareciera,

Al día siguiente, Kauffmann despertó algo pasada la hora en la que siempre solía levantarse. Sobresaltado, se puso una bata encima del pijama y se dirigió al laboratorio para ver si Kai había salido de su escondite. Pero al pasar por la cocina un olor muy delicioso atrajo su atención, se acercó entonces a esta y se sorprendió al ver que el niño había sacado los alimentos que trajo el día anterior y había preparado el desayuno. Además de eso la casa lucía muy limpia y hasta Atlas estaba bañado y olía muy bien. Kai al ver al mayor parado allí con la boca abierta contemplándolo, se acercó algo temeroso a él y mirando hacía el piso le habló:

—Siento lo de ayer. No volveré a desobedecerte ni a hurgar entre tus cosas. Limpié y preparé el desayuno, espero que te guste.

—¿Dónde aprendiste a cocinar así? —le preguntó Kauffmann al ver un plato tan exquisito y perfectamente presentado.

—Ayer en la televisión. También aprendí hacer pavo para Navidad, tarta de Chocolate y frambuesas, pescado al estilo italiano y otras recetas más, pero no tienes aquí los materiales para prepararlas. ¿No vas a comer?

—Sí, gracias.

El mayor se sentó a la mesa y el niño le sirvió. Pero Kauffmann notó que sólo le sirvió a él y Kai no se sentó acompañarle.

—¿Dónde está tu comida? ¿No vas a desayunar?

—Yo me llevaré mi comida y comeré en mi espacio en el laboratorio.

Entonces, antes de que este saliera de la cocina, le tomó del brazo y esto sorprendió al niño.

—No, come aquí conmigo en la mesa. Nos haremos compañía mientras desayunamos.

El niño sonrió y tomó asiento frente a él. Aunque comieron en silencio, Kai se sentía feliz de que este le hubiese permitido comer allí a su lado, parece que después de todo tenía esperanzas de que algún día pudiera alcanzar su deseo, como el "Final Feliz" de Pinocho.

CONTINUARÁ...

A.D.A.NDonde viven las historias. Descúbrelo ahora