Capítulo XVII

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Seirim está irreconocible, lleva los trapos que Isabelle le trajo además de una capa de porquería que untó minuciosamente. Yo en cambio desaparecí toda señal de mi antigua armadura y la reemplacé por suciedad y desechos humanos. Nos encaminamos por un sendero con la lentitud clásica de un carroñero. Isabelle descansa sobre mí, su cuerpo contra el mío se siente cálido casi electrizante pero se ve eclipsado por el vacío de sus ojos cerrados y su rostro simulando estar abatido.

Parece que fuera ayer que reposé sobre una de estas inhumanas carretas con cientos de cuerpos quitándome el aliento, amenazando con asfixiarme todo el camino hasta llegar hacia el próximo sitio. Los gemidos han sido reemplazados por el vacío crepitar de las ruedas desgastadas, la sangre aún puede sentirse pegajosa sobre el piso astillado de la carroza y además las cadenas tintineantes agrupadas a nuestro alrededor me golpean como antes y me recuerdan la realidad a la cual fui testigo una vez.

— Silencio — murmura Seirim y me paralizo, el sonido de pies cansados acercándose cortan mi aliento y hacen que el cuerpo de Isaballe se tense. El camino fue fácil hasta ahora, solo dos demonios tuvieron la oportunidad de advertir nuestra presencia, sin embargo, su mirada se desvió hacia una disputa entre sus subordinados. Frente a nosotros un batallón de condenados con su verdugo al mando emerge. El demonio parece encolerizado, jala de ellos, desgarra su carne y rompe varios huesos, los condenados gritan, gimen mientras yo solo puedo cerrar los ojos con fuerza y rogar por nuestra buena suerte.

— Quítate del camino — espeta el verdugo y siento un látigo cortar el espacio sobre nosotros, Seirim grita y asumo que el golpe fue directo hacia él. Siento sus ojos alzarse encolerizados pero a la vez temerosos, un gruñido escapa de su torso seguido casi de inmediato de silencio paciente.

A medida que avanzamos mis oídos captan como los desgraciados se alejan poco a poco, siguiendo con su camino y devolviendo mi aliento.

— Eso estuvo cerca — susurra Isabelle.

— Espero que tu idea funcione — le respondo abriendo solo por un segundo los ojos.

Continuamos el viaje sin muchos percances, como Seirim supuso nadie presta atención a los carroñeros, sus cuerpos amorfos vagan prácticamente libres limpiando los desperdicios que deja la tortura. El tiempo de a poco va pasando y con él mis instintos se agudizan, de pronto, mis oídos captan gritos dolorosos, pero no los gritos vívidos de los condenados torturados, sino los alaridos guturales de los malditos que ya no tienen voz.

— Nos acercamos al Flegonte — murmuro cuando reconozco la música tenebrosa que emana de su torrente.

Seirim asiente e Isabelle se levanta despacio para colocarse de tal forma que su pecho queda contra el mío y su piernas recorren las mías en un arco listas para levantarse en caso de ser necesario un ataque. Los tres nos mantenemos alerta pero curiosamente ni un solo demonio aparece para cortarnos el paso. Entramos fácilmente por una abertura quebradiza a lo largo de una pared rocosa, las personas que una vez recorrían el sitio han desaparecido por completo, las reservas han sido vaciadas, las armas no están por ninguna parte, todo nuestro intento bélico fue borrado pieza por pieza.

Encontramos el callejón principal y Seirim decide que no hay razón que justifique seguir acarreando el cacharro, así que lo abandonamos tras de una veta y seguimos a pie serpenteando por las paredes, esperando no ser vistos.

La puerta de mando se alza solo unos metros por delante de nuestra posición, está extrañamente abandonada y en silencio, no hay rastro ni de un guardia ni siquiera de cadenas o barricadas que obstruyan la entrada, no ha quedado nada más que vacío.

— ¿No les parece extraño? — pregunto a mis compañeros que cuidan mi espalda mientras observo.

— Si, es muy raro — responde Isabelle y se aventura a dar unos cuantos pasos hacia adelante.

Inferno: RadianceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora