Capítulo III

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-Philip, mi querido hijo-

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-Philip, mi querido hijo-

- Pequeño ángel de luz-

-Rayo de sol perdiéndose en el ocaso-

-Mi corazón es tuyo-

-Tu madre, Te ama-

-No te alejes nunca de tú camino-

-Regresa a mi lado-

- ¡PHILIP! -

Como un susurro en el olvido escucho los versos horrorizados que mi madre alguna vez me cantó, mientras soy estrangulado, quemado y golpeado en la carnicería.

Sangre emana de las heridas profundas en mi cuerpo mientras danzo entre la inconciencia. Cuanto ha pasado, ¿Tres horas? ¿Tres minutos?, no podría asegurarlo, el tiempo dentro de esta tortura es eterno, transcurre a cuentagotas ensuciándose con la mugre de mi piel carbonizada.

Las primeras visitas a este lugar fueron aún más difíciles, mi cuerpo albino se conservaba inmaculado a pesar de las cicatrices que recibí en la bienvenida, mi espalda aún no probaba el beso implacable de las fustas y el calor de las bramas. Era joven, muy joven como todos por aquí, todavía rezaba por mi espíritu y esperaba el gran escape que nunca vendría. Colocaron cuerdas sobre mi cuello mientras pataleaba y gritaba groserías, mis verdugos divertidos me golpeaban con todo lo que tenían a mano. Un empujón y estaba pendiendo sobre un acantilado lleno de fuego hambriento esperando por llevarse mi cuerpo mutilado. Sentí mi cuello roto, mis piernas cocinadas, y mi espalda ardiendo por los azotes que caían como gotas de lluvia en una tormenta.

Podría mentirme y fingir que ahora después de tanto tiempo logré acostumbrarme, pero no, mis pulmones ruegan por el aire que nunca viene, mi piel pelea renuente a aguantar semejante barbarismo y en mi interior la llama casi extinta de la esperanza inútil sigue implorando porque mi alma sea salvada.

— Mil cuatrocientos noventa y tres — grita el verdugo. Es el número de mis males, el número de las cicatrices nuevas en mi cuerpo.

— Mil cuatrocientos noventa y cuatro.

La cuenta continua...

-¡Phil! - la voz de mi madre se escucha de nuevo. -Phil hijito mío debes aguantar, no estás solo, yo estaré contigo, te amo...

— Mil cuatrocientos noventa y cinco.

-Phil, debes regresar a tu casa, conmigo...

-Te estoy esperando...

— Mil cuatrocientos noventa y seis.

Su voz continúa en mis pensamientos, y me da fuerzas, no sé cómo es que la escucho, pero maldita sea, gracias a eso aún resisto este martirio.

Abro mis ojos por unos segundos, mirando la devastación, Krain, se encuentra de cabeza sobre las llamas, sujetado por sus tobillos, su rostro está completamente desfigurado, casi no puedo distinguirlo, ha perdido el cabello enmarañado y sus facciones ahora forman otra parte más del magma acumulado debajo de él.

Inferno: RadianceWhere stories live. Discover now