Capítulo I

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Una ola de dolor invade mi cuerpo cuando despierto de ese horrible sueño

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Una ola de dolor invade mi cuerpo cuando despierto de ese horrible sueño. « Solo era una pesadilla»  me repito a mí mismo, tratando de acallar el miedo que recorre mis venas.

Medio abro mis ojos acostumbrándome a la oscuridad casi completa, y al brillo de las grietas anaranjadas fluorescentes que recorren las paredes. Por unos segundos, no reconozco el lugar en el que me encuentro y empiezo a desesperarme, veo cuerpos tirados en el piso en varias posiciones extrañas, gimiendo, retorciéndose, con varios niveles de quemaduras, y partes enteras de piel faltantes.

Me levanto de golpe aún confundido y veo los barrotes que me rodean y separan de cientos, o quién sabe miles de celdas pegadas una junto a la otra. 

—¿Dónde estoy? —susurro cuando un grito desesperado, y varias sombras acercándose a mí, envían un golpe de reconocimiento a mi mente.

Estoy en el infierno.

De pronto estoy de vuelta en una esquina, cubriéndome la cara con una mano, mordiendo mis nudillos y buscando a tientas una roca afilada con la otra para marcar una vez más la pared.

19656 marcas. Nunca conseguí diferenciar otra cosa sino el lapso de tiempo entre el último castigo, y el primero de una serie continua, un lapso demasiado corto para aludir el dolor, un período que pasa fugaz en contraste con el de tortura.

—Deja de hacer eso— susurra alguien detrás de mí. Su rostro familiar, me alivia lo suficiente para parar de llorar.

—Hola Krain— digo, y antes de que pueda contestarme, el sonido lejano de la alarma anuncia el comienzo.

Un ente desgarradoramente hermoso abre nuestra puerta. Es un demonio, un verdugo.

—Basura apestosa— espeta sosteniendo unos enmohecidos grilletes en las manos—, hora de irse.

Mis pies apenas pueden sostener el peso de mi cuerpo al levantarme, evidenciando las grandes jornadas de caminos tortuosos y tormentos horribles. Mis compañeros no se ven de mejor forma, su pellejo resuena cuando se despega del suelo dejando una marca de suciedad plasmada en la roca.

Formamos una fila india lo más pronto que podemos, tratando de no caer en picada de nuevo al suelo. Nuestro verdugo nos espera en la puerta, mostrado su mejor sonrisa macabra.

El dolor que siento cuando los grilletes atraviesan la carne y hueso de mis tobillos es espantoso, mi sangre recorre los bordes de las heridas formando surcos nuevos donde antes estaban los viejos. Todos los demás gimen y lloran, algunos caen y se retuercen gritando, enviándonos a los demás un tirón hacia nuestros amarres. Somos por lo menos veinte personas amarradas juntas, destinadas a aguantar el castigo del otro.

El camino hacia la plaza, es largo y empinado, subiendo por un estrecho callejón de rocas y acantilados. Detrás de mí uno de mis compañeros resbala y cae por la ladera llevándose consigo a tres personas más, mi tobillo es arrastrado hacia atrás por unos metros hasta que logro sostenerme con ayuda de las personas de adelante, todos jalamos y luchamos para devolvernos al camino, mientras más grupos se quejan detrás de nosotros. Necesitamos de todas nuestras fuerzas para levantarnos y seguir, el condenado que cayó se había roto ambos tobillos al subirlo y los otros sangraban profusamente de sus heridas.

Inferno: RadianceWhere stories live. Discover now