Prólogo

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"Habentes solatio nobis est mors"

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"Habentes solatio nobis est mors"

"Nuestro consuelo es la muerte"

Soy un niño de ocho años, corriendo cerca de la orilla de un hermoso lago con agua cristalina, me rodea un campo de flores y una vereda de verde hierba espesa por donde arrastro mi viejo coche de madera. A lo lejos veo a mi madre, me está llamando.

—Philip, Philip— grita.

Acelero mi paso, casi puedo oler la deliciosa tarta de manzana que se está enfriando con el roce de la brisa de verano entrando por una ventana de mi casa.

—Philip— grita de nuevo.

Me detengo en una colina y observo mi hogar cubierto por maleza y ramas enredadas que con el tiempo ganaron su lugar entre las paredes de piedra y roble desgastado; las raíces de los árboles se elevan de la tierra y acunan el piso mientras el resto protege mi hogar del clima cambiante de las montañas.

Al llegar a la entrada, me lanzo a los brazos de mi madre, ella me estrecha suavemente y puedo sentir su calor en mi cuerpo, su piel tersa y limpia entra en contraste con la mía, sucia y magullada, envuelta en lodo y hojas que acarreé del bosque cuando jugaba. En sus ojos veo el reflejo de los míos como un espejo de sombras negras en la noche mientras que en su cabeza veo el viejo otoño de tonos marrones y rojizos cubriendo su rostro.

Juliana, mi madre, es hermosa en todos los sentidos que importan, dura como roca pero a la vez ligera y blanda como el más puro algodón, el tiempo ha desgastado su ropa y el trabajo su mente, pero ella siempre se mantiene perfecta, divina, como un ángel a los ojos inocentes de un niño, y es así como la amo con el único amor que puedo entregarle, el de un niño.

Su abrazo se vuelve más persistente, y poco a poco pasa a ser asfixiante, se prolonga por lo que parece demasiado haciéndome olvidar el mundo a mi alrededor y sumergiéndome en el aroma de su perfume.

Pero al cabo de poco tiempo noto algo extraño, la calidez ha abandonado sus brazos, su piel sonrosada ahora estaba pálida como el granizo, y sus manos en un movimiento imperceptible pasaron de mi espalda hacia mi cuello para aplastar mi tráquea.

Asfixiándome.

—Suéltame, mamá— sollozo— me haces daño.

Pero ella parece no escucharme, forcejeo y me muevo con toda la fuerza que aún me queda pero es inútil; con terror veo como la humanidad de mi madre es arrancada de un tajo y se convierte en algo más, algo horrible, un ser de ojos negros vacíos sin señal de luz perceptible. La oscuridad toma forma y se apodera de mí quitándome el último aliento y lanzándome hacia la muerte.


Inferno: RadianceWhere stories live. Discover now