Salvación

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—¡Adonis! ¡El gran corbata roja! ¡ilumíname con tu presencia!—exclamaba Caín sarcástico.

—Qué cojones intentas hacer Caín. Si te entrometes con Feliciano y su familia también lo haces conmigo y todos los corbatas.

—Ains, bonito discurso... ¿ya terminaste?

Al acabar sus frases llenas de ironía salió disparado como un león, Adonis, dispuesto a castigarlo con un puñetazo en el rostro.

Caín lo esquivó de milagro.

Sabía que Adonis no era cualquier rival. Era el corbata más difícil de enfrentarse mano a mano.

Adonis lanzó el puño izquierdo y Caín lo detuvo en sus dos palmas con dificultad.

Bright se intentó acercar pero era inútil, ya Adonis lo evadía encorvándose un poco y le conectaba un puntapié a media altura con su pierna derecha.

Sin saber que ése iba a ser su peor error.

Desde atrás apareció Altamirano con uno de sus nudillos de acero impactando con desmedida fuerza al tobillo de la pierna alzada de Adonis, quebrándose en dos.

El crujido de los huesos de Adonis retumbó en toda la casa.

La estrategia fija había resultado. Lesionaron a corbata roja.

—¡Caín! ¡Maldito seas!

Adonis caía al suelo cercano a Feliciano, con tortuoso dolor.

Altamirano sostenía con sus dos manos el brazo derecho de Adonis y Bright hacía lo mismo con el izquierdo. 

Ya permaneciendo inmóvil en el suelo, Caín desde arriba envió un golpe en dirección al estómago de Adonis dejándolo sin aire.

Corbata roja resistía con suplicio el golpe y Caín solo reía.

—Disculpa amiguito por esto. Pero te necesito para que me digas algo—dijo decidido—. Y quiero que hables—exclamó seriamente.

—Tsk, siempre jugando sucio Caín—replicó Adonis dolorido.

Luego desde afuera apareció Evan.

—¿Así que ustedes dos forman parte de esto? Cómo pudieron... y ¡tú también Evan! cómo son capaces de emparejarse con estos asesinos...

Y en medio de la confrontación surgió una voz desde las tinieblas.

—¿Dónde... está Robert?—exclamó.

—¡SAMUEL!—gritó Adonis exaltado—. ¿¡Cómo es posible!? si habías muerto en la batalla de Salzburg, yo mismo vi como el maestro te arrojó al vacío ¡¡¡Imposible!!!

Todos los corbatas se sorprendieron con las palabras a excepción de Adonis que bajó la cabeza después de hablar.

—Lo siento chicos... pero el maestro... Todavía sigue vivo—sentenció Adonis.

...

Corbata rosa.

Llegué por fin a la casa de Feliciano pero antes de conseguir  entrar me encontré con alguien muy incómodo de ver.

Un hombre parecido a un monstruo por el rostro desfigurado. Era enorme de abundante corpulencia y poseía mucha estatura. Tenía guantes de carnaza.

No solo medía más que Demetrio, sino que superaba con matices los dos metros.

—¿Quién eres?

—Lo siento rosadito, pero aquí no pasas. Primero te las tendrás que ver conmigo.

La voz me parecía muy familiar, en el pasado recuerdo haberla escuchado.

—Vente ya detestable, te destrozaré la ca...

Sin acabar de contestar, recibí un golpe en la cara sin chistar. Y quedé derrapando por todo el pavimento de la vía quedando en medio de la calle.

Este tipo no lo sé, pero era muy rápido. 

Tengo que tener cuidado. No es cualquier rival.

En el suspiro de mi corto análisis, ya lo tenía a centímetros nuevamente. Seguía yo todavía en el asfalto.

Giré rodando sobre mí mismo y él impactó el guantazo a la calle, quedando deteriorado parte del pavimento.

Conseguí esquivar de milagro.

Me levanté en posición de defensa y ese hombre gigante me golpeó en la pierna y rodilla izquierda sin detenerse.

El ataque era muy fuerte y me delegó hacia la otra acera. 

No logré recuperarme de la dura embestida y otra vez estaba enfrente. 

Su velocidad es envidiable. Pero estoy seguro que puedo competir contra él. 

Se preparó con su codo a perforar sección de mi hombro. Lo evadí.

Con mi mismo impulso me apoyé de mi brazo en el suelo, para darle una patada en el rostro.

Y al estar a tres pulgadas de su cara. Alcanzó a interceptarme, enganchando su mano con mi tobillo.

Gran error.

Y como si fuera un muñeco, me abalanzó sobre el asfalto con todo su vigor.

Mi cuerpo resonaba muy fuerte contra la calle al sonido de los tambores.

Hizo lo mismo repetidas veces sujetando de mi integridad y volvió a lanzarme al otro lado

Como una almohada al darle sacudidas.

Mi herida de hace unos días por Evan se abría un poco y mis piernas no conseguían cicatrizarse bien de las heridas.

Nada podría ser peor que eso.

Estaba en total desventaja.

Y ya en el suelo otra vez como antes con Evan, me encontraba hecho añicos.

—¿No me recuerdas corbata rosa? ¿no recuerdas mi cara?

Se acercó a mí.

—¡Soy yo! ¡Weasen! al que creíste muerto pero nunca lo estuvo.

¡Oh Dios! ya lo recordé... era ese hombre en la batalla de Salzburg

El que maté con Caín y era imposible herirlo.

Tenía bastante fortaleza, era una muralla. Nada pasaba por encima de él.

Junto a Caín logramos acabarlo, pero al parecer... sobrevivió a nuestras intenciones.

—¡Ahora morirás! ¡porque a mí nadie me vence!—replicó con aires de triunfo.

Preparó una de sus dagas especiales.

Eran tres dagas que tenía en esos días de guerra.

Pero ésta vez solo le quedaba una. Y la apuntó directamente a mi cabeza.

Solo un milagro es capaz de salvarme.

Y cuando la destinó con toda decisión hacia mí...

—¡Weasen! ¡Vámonos ya! estamos listos—gritó desde lejos Caín, en la ventana del segundo piso de la casa de Feliciano.

Weasen detuvo su estocada final a centímetros de mi rostro.

—Te salvaste rosa. No te mato porque sencillamente esperaré a que nos busques. Y sufras todavía más—dijo acercándose despectivamente a mi oído, lleno de furia y enojo.

Ese hombre me odiaba, pero mi pregunta era: ¿Por qué estaba aliado con Caín?

Weasen partió con Caín y otros hombres misteriosos, mientras me conservé desplomado en el pavimento.

Corbata rosaOn viuen les histories. Descobreix ara