Pistas

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Mientras iba deambulando por la calles de Villa Kennedy. Hablaba en voz baja.

—Calle dos...

...

—Calle cuatro, avenida diecisiete...

—¡Aquí es! calle cinco con avenida veintiuno.

Era una calle ciega.

Camino por todo el orillo y solo ubico en el fondo de la cuadra una gran casa empedrada dentro de las proximidades de un césped muerto y una acera descuidada de años. Quizás un poco abandonada por no decir olvidada.

Contaba con una puerta muy grande de madera que conservaba una añeja manilla. Y también poseía uno de esos herrajes para sonar la puerta al más clásico estilo medieval.

Toco la puerta.

Nadie responde.

Vuelvo a tocar con más intensidad.

Otra vez nada.

No me doy por vencida y vuelvo a intentarlo. Pero cuando estaba a punto de tocar, sale una anciana de la casa de al lado.

Sorprendida, observo bien la casa de la señora y al parecer también era un pequeño negocio de variedades. Que impresión.

—¡Hola muchacha!

—Hola, buenos días señora ¿como esta? ¿sabe si esta el Sr. Oakley por aquí?

—Oh, lo siento por decírtelo niña pero el murió hace mucho. Ya en esa casa no habita nadie, pero ven, te invito a la mía. Aquí todavía me queda otro vaso de leche—dijo muy sonriente.

Vaya que estoy de buena suerte.

—Claro con gusto.

...

—Ven siéntate aquí—replicó la anciana.

Al momento me siento en una silla de madera y enfrente había una mesa hecha de lo mismo, madera. Tienen aspecto de antaño.

La anciana quizás contaba con unos 75 años, pelo recogido y un vestido largo blanquecino. De muchas arrugas en cara y brazos, pero se veía muy conservada para su edad.

Acto seguido coloca el vaso de leche para mi en la mesa.

—Gracias.

—No me des las gracias. Te las doy a ti—Agarra su vaso de leche con ambas manos y toma un sorbo—. La última vez que recibí a alguien aquí, fue a un hombre de corbata naranja hace algún tiempo.

—¿Naranja?—conteste un poco dudosa.

—Si. Porque estoy segura que vienes aquí para saber sobre alguno de esos hombres de corbata—sentenció.

Impresionante. Sabe a que vengo y la otra es... ¿hay más de esos hombres?

—Pues si...—exclamé como si fuera una niña pequeña que quería saber algo pero ya lo sabía.

Ella replicó con tímidas risas y dijo:

—Me recuerdas a mi juventud. Llena de vida y salud. Que grandiosos años...

—Bueno aunque no soy tan joven como parezco, ya tengo 29 años.

—Yo tengo 92 y me siento una niña pequeña—admitió.

—Pues déjeme decirle que se ve deslumbrante, no parece de esa edad.

—Gracias—declaró de muy buen animo—. Ese collar que cuelga sobre tu pecho es del niño del Sr. Oakley. Todavía me recuerdo cuando vivía aquí ese niño precioso. Tenía el pelo plateado, le decían ricitos de plata. Su madre se llamaba Sendra.

—¿Y por qué ya no vive allí?

—Por cosas que han de suceder supongo. Todo comienzo tiene un fin. Él se quedó huérfano muy joven y no logró conocer mucho a su padre. Fue criado por su abuela, mi mejor amiga. Doña Amarilda. Que en paz descanse.

—Cuanto lo siento.

—No. No te preocupes. Era una gran mujer al igual que su hija. En realidad fueron espectaculares mujeres, y bueno apenas al morir, el niño ya transformado en chico cayó en una gran depresión. Al perder la única familia que le quedaba en la vida.

—Que triste...

—Un mes después de eso, enfrente de su casa, un hombre golpeaba a su mujer y el nieto de Amarilda tan caballeroso como siempre, fue en su rescate. Y confrontó a ese gigantón que medía como dos metros, siendo él un pequeño chico. Al concluir su intervención, él le dio su merecido al hombre y le dijo unas palabras que nunca olvidaré y jamás escuché decir a un chico.

—¿Qué le dijo?

—Le apuntó con el índice y dijo: "Malagradecido. Da gracias a Dios que tienes a una buena mujer a tu lado y vuelve a dar las gracias otra vez que no te ha abandonado. Y por último repite la dosis de gracias, porque si le vuelves a pegar otra vez, no dudaré en desfigurarte la otra mitad que todavía queda de tu cara". Tenías que haber visto el rostro de ese hombre, estaba completamente apenado y derrotado.—manifestaba entre pequeñas risas agradables.

—¡Guao!, asombroso. Que buen chico.

—Si, y posterior a eso un gran hombre que estaba cerca al sitio le preguntó algo y el respondió con una sonrisa. Luego de aquello, se fue junto a ese hombre y nunca más volvió por estos lares.

—¿Un hombre?

—Si, un hombre alto de pelo rubio con cara cuadrada y una barba completa. Al final no pude saber el nombre de ese sujeto, pero estaba segura que se fue en buena manos. Se veía que era alguien muy importante.

...

Después de eso estuve media hora en la casa hablando con ella de algunos otros temas sin mayor importancia, entre algunas risas y recuerdos de su juventud. Ella vivía algo solitaria pero era feliz.

—Hasta pronto doña Cecilia, ¡cuídese mucho y gracias por la leche!

—Solo dime Cecilia—exclamó con enorme sonrisa.

Asentí con la cabeza y partí hacia mis próximas pistas. Que no eran muchas tampoco.

Cuando caminé por la calle y quise sacar monedas de mi bolso para pagar el bus, me golpeé fuertemente con alguien y caí al piso.

Quedé eclipsada.

La misma temática del hombre rosa, pero esta vez... con corbata naranja.

Corbata rosaWhere stories live. Discover now