Jelliot: Cumpleaños, ¿mejor en familia?

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Jelliot: Cumpleaños, ¿mejor en familia?

Jane

8 años después de unas declaraciones de amor en un baño.

Oía el despertador sonar y el sentimiento de rabia ascendía en mi pecho. Un recuerdo fugaz vino a mi memoria. Un recuerdo de aquellas mañanas en las que no era capaz de levantarme para ir al instituto y creía que eso era lo peor del mundo. Que ingenua que era, lo peor del mundo es levantarse para ir a trabajar. Para bendición de mis oídos, este ruido cesó. Me arropé un poco más para retomar mi sueño, hasta que una voz me hizo maldecir en mi interior.

—Buenos días, dormilona —susurró el chico tumbado a mi lado. Más que un susurro fue una voz de alegría, como si tener que levantarse de la cama pudiese ser algo bueno. Abrí mis ojos con cansancio y le miré mal. No se si dio cuenta de ello, porque seguía sonriéndome.

–Serán buenos días para ti —bufé. Tiré de mi parte de las sabanas para cubrirme la cabeza. Oí sus suaves carcajadas, él estaba disfrutando de la situación. Claro, no tenía que tomar el coche para ir al trabajo. Es más, ni tenía que salir de casa.

Instantes después retiró las sabanas provocando que se me despeinase todo el pelo. Más carcajadas de su parte y más caras molestas por la mía. Iba a recolocar mi pelo cuando él me detuvo. Sentí sus manos peinando con suavidad mi cabello, mientras miles de escalofríos me sacudían. Este chico de verdad que tenía buenas manos.

-¿Quieres que te lleve hoy? —preguntó acercándome a él. Nuestros cuerpos chocaron, transmitiéndome su habitual calor que solo hacía más que relajarme. Cada vez tenía menos ganas de tener que salir a la calle. Además, ya comenzaba a hacer frío.

—No hace falta —respondí recostándome en su pecho. Me distraje pasando mis dedos en su suave torso, disfrutando del tacto que este me proporcionaba. Escuché su respiración en mi oído, haciéndome ver que le afectaba. Bien, porque a mí me ocurría lo mismo.

—Yo que tú apartaría esa mano —dijo, agarrando mi mano. Entrelacé nuestros dedos y le miré arqueando una ceja.

-¿O sino qué? —inquirí coqueteándole. Me encantaba ver que por más que pasaban los años ninguno de los dos cambiábamos. Me imaginaba a ambos siendo ya unos ancianos y gastándonos los mismos chistes.

—Lo pasarás mal —concluyó incorporándose de lado para observarme. No pude despegar mi mirada de su cuerpo tan solo cubierto por su ropa interior . Y lo más jodido del asunto es que él sabía lo bien que estaba y solo lo hacía para provocarme.

-¿Debería estar asustada? —le seguí desafiándole. Él se desplazó hasta mí, apoyando su mano "casualmente" muy cerca de la parte baja de mi espalda. Se inclinó, colocando su otra mano en mi rostro. Pensé que iba a besarme, pero cuando a penas centímetros nos separaban, su mano situada a mi costado me sujetó con firmeza de la cintura y tiro de mí, haciendo que rodara hasta su lado de la cama.

-¡Elliot! —protesté—. Eres un idiota.

Él estaba encima de mí, con sus dos manos a cada lado impidiendo que su peso cayera encima de mí. Desde mi lugar pude ver de cerca la sonrisa confiada que se extendió a lo largo de todo su rostro. Vale, él era el que me tenía contra las cuerdas, no como yo pensaba que iba a ser.

—Eso no es lo que decías anoche —contestó guiñándome un ojo. Me sonrojé ante su comentario. Desplazó sus labios a mi oído, mordisqueando mi oreja. Juraba que tenía una sonrisa triunfante al ver todo lo que provocaba en mí.

—Elliot —suspiré al sentir sus labios bajando hasta mi cuello—, tengo que ir a trabajar.

—Te dije que lo pasarías mal. Si juegas con fuego, Jane terminas quemándote —susurró esto último en mi oído. Maldito Elliot Stratford, siempre sabía qué decir para arrancarme suspiros. Claro que no era lo único que él arrancaba.

Más allá de la música © Where stories live. Discover now