Poseída.

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Capítulo 25

Poseída

Cuando Ariel comenzó a sentir ese cariño especial por su joven amigo y pariente lejano no sabía cómo reaccionar; al principio pensó que era un sentimiento de fraternidad y tal vez protección, pero luego al verlo convivir con otros chicos supo que todo iba un poco más allá.

Una tarde, pensando en cómo podría hablarle de sus sentimientos, decidió pasear por los innumerables túneles de la mansión; sus pasos lo llevaron a la biblioteca donde, hasta ese momento, no solía frecuentar mucho.

Su abuela Leonor tenía una enorme cantidad de libros, y una gran parte yacía en ese lugar.

Se perdió entre los estantes, mirando los títulos sin prestarles atención porque solamente Abel estaba en su mente.

¿Y si la rechazaba? Eso tal vez no era mayor problema. ¿Pero y si ya no quería ser su amigo? Eso sí sería algo que no podría soportar.

Suspiró tratando de ser positiva, apoyó la espalda en uno de los estantes y se deslizó hasta quedar sentada en el suelo; ella era bastante tímida cuando se trataba de esas cosas. En ocasiones pasadas, chicas y chicos le había propuesto citas, ella no estaba interesada pero el sólo hecho de rechazarlos le causaba problemas al hablar; en verdad lo que tenía que ver con el romance la cohibía. Entonces, ahora que ella sería quien expresara lo que estaba experimentando, y tal vez propusiera una cita, no sabía cómo abordar el tema.

—De seguro me rechazará— dijo para sí misma. Se sentía insegura, tonta; vulnerable.

Cerró los ojos y echó la cabeza hacia atrás, su cabello, que en ese entonces era oscuro con centellas de color rosa, se deslizó y su rostro quedó descubierto.

—Debes tomarlo desprevenido; no dejar que te dé un no por respuesta—; una voz siseante murmuró esas palabras.

Se removió inquieta y algo asustada por ello, buscó con la mirada pero estaba completamente sola.

—Tú eres un ser perfecto, no puedes ser rechazada—, otra vez las palabras de un desconocido flotaron en el aire.

—¿Quién anda allí?— preguntó cuando por fin pudo armarse de valor. Nadie respondió.

Con ayuda de sus brazos, se deslizó y se acomodó mejor en un rincón.

—No temas, el fracaso no existe; sólo las personas débiles.

Trató de prestar más atención, buscó con la mirada algún indicio de compañía, tal vez algunos de sus primos le estaba jugando una broma.

—Oigan, esto no es divertido—, exclamó tratando de ocultar su nerviosismo, porque en ese entonces no destilaba tanta seguridad y autoestima.

—Puede que ahora no, pero pronto lo será; verás que todo se hará de la manera que tú desees. Eso si me dejas salir.

—¿Salir?— frunció el ceño confundida, entonces observó con detenimiento un libro cerca de ella, ubicado en uno de los últimos estantes.

De forro color canela rojizo, no más grueso que su diario, el tomo no parecía ser especial, salvo por el brillo dorado que emanaba de él.

—Vamos, libérame; verás que juntos podremos hacer muchas cosas.

Tragó saliva de manera pesada; esa voz parecía adormecerla, apaciguarla; convencerla.

Estiró el brazo y con sus delgados dedos deslizó el libro para sacarlo de entre los demás. Acarició la portada, tenía grabadas unas letras negras en un idioma que desconocía, lo abrió y justo en el medio había una fotografía antigua.

Medianoche. (GDV 01)Où les histoires vivent. Découvrez maintenant