Mentiras.

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Capítulo 8

Mentiras

Era la una de la tarde, tenía tiempo suficiente para llegar a la biblioteca, por nada del mundo dejaría a Abel esperando, no quería hacerlo enfadar.

Tomó el autobús y escogió un asiento junto a la ventana; se dedicó a mirar el paisaje, era un día soleado y había gente en las calles, eran escenas realmente alegres, pero de repente los recuerdos de sus recientes sueños llegaron a su mente.

Había escuchado dos veces la misma voz femenina que lo llamaba por su nombre, eso era muy extraño, ya que la recordaba claramente pero no podía identificar de quien era.

—No te asustes; habrán grandes cambios, sólo te pido que confíes en la familia, ellos te guiarán—

Algo así había dicho la mujer, aunado a ello juraba haber percibido cosas y sucesos inexplicables, como el lápiz que se quedó suspendido y la aparente relación del clima con sus estados de ánimos; pero lo que le preocupaba más era lo que había soñado justo esa madrugada, donde Abel estaba involucrado.

Era tonto pensar que los sueños, o mejor dicho, sus pesadillas de alguna forma pudieran hacerse realidad, sin embargo todo era una coincidencia, estaba seguro, o al menos se quería convencer de ello.

Perdido en sus cavilaciones el trayecto pareció más corto de lo habitual, bajó del colectivo y caminó unos metros hasta la entrada de la biblioteca, allí, recargado en uno de los pilares, esperaría.

**

No tenía apetito, aún así se obligó a ingerir algo.

Se encontraba solo en el enorme comedor, André estaba en el jardín cuidando de sus plantas medicinales, Claudia había salido desde temprano con Brenda, la hermana menor de los dos anteriores. Brenda era una chica menuda de cuerpo, muy callada y que prácticamente pasaba desapercibida ante los ojos de los mortales, a ella no le gustaba llamar la atención, siempre estaba en su alcoba estudiando o practicado para ser algún día tan fuerte y hábil como su hermana Claudia. Samuel se encontraba en el estudio, y Ricardo aún estaba descansando.

¿Sería capaz de temerle a su propio hermano? Se preguntó, luego sacudió la cabeza de forma negativa. No, eso jamás, jamás desconfiaría de él; estaba seguro que ese había sido un episodio que no pudo controlar.

Terminó sus alimentos y fue directo a su habitación, debía buscar sus pertenencias, usualmente no llevaba muchas cosas a la escuela, sin embargo, gracias a la insistencia de sus hermanos había decidido que su imagen o mejor dicho, que la percepción que tenían sus compañeros de él, no afectara su desempeño.

Colocó lo necesario en su mochila, se miró al espejo y su vista se posó justo en su propio cuello, lo observó con detenimiento buscando alguna marca o cicatriz del incidente que gracias a André había recordado pero no hubo ni rastro de ello, aún así, le pareció mejor llevar el cabello suelto, se deshizo de la liga que lo sujetaba y salió a toda prisa de la mansión Yang.

**

Llevaba esperando cinco minutos cuando vio llegar al estacionamiento el lujoso auto deportivo color plata, en un sólo movimiento se estacionó y de él bajó Abel sosteniendo la mochila sobre su hombro derecho.

Se veía diferente, tenía el cabello desatado y ligeramente húmedo, una playera blanca evidentemente una talla más grande que su escuálido torso y pantalones ajustados, tanto que el futbolista podría afirmar que se los tuvo que poner con ayuda de vaselina o algún otro lubricante, ya que las telas se ajustaban a sus piernas como una segunda piel.

Medianoche. (GDV 01)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora