Bestia.

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Capítulo 18

Bestia

—¿Te encuentras bien?— indagó Uriel, ya que una vez dentro de la mansión Yang, cuando se encontraban subiendo las escaleras, Ricardo comenzó a tener dificultades para respirar.

—Ss-sí... es sólo que... — hizo una pausa y se sostuvo, el otro lo auxilió, —no te preocupes, no es nada.

—¿Estás seguro?

—Claro— contestó un poco mejor, —ven, vamos— señaló con la cabeza la sala en donde se encontraba el gran y viejo piano de cola.

Aún sin convencerse del todo, Uriel siguió a Ricardo por lo que quedaba de las enormes escaleras y los largos pasillos.

—Ya extrañaba tus melodías— exclamó justo a la mitad de la pieza musical; de pie, observando el perfil de Ricardo.

—Es una sonata famosa— contestó sin despegar la mirada de las teclas, estaba en tal posición que su flequillo caía al frente y no dejaba ver sus ojos; —pero eso es algo que obviamente desconoces— sonrió de lado, —no eres más que un ignorante— el tono de su voz cambió, ya no parecía amable, —con el gran poder que tienes de leer la mente y percibir el aroma de los sentimientos de los que te rodean serías capaz de resolver muchas cosas en vez de venir a esconderte a esta casa.

—¿Eh?— parpadeó varias veces, pensó haber entendido mal ya que tiempo atrás el mismo Ricardo le había sugerido no hacer un uso inadecuado de sus habilidades.

—De seguro peleaste con la perra de Ariel y ahora no sabes qué hacer ni adonde ir, por eso estás aquí, ¿verdad?

—Ricardo, basta— frunció el ceño.

—¿Ricardo? ¿Te refieres al tonto que prefiere disculparse en vez de ser quien realmente es?

—¿Qué dices?— Uriel se acercó lo suficiente para poder verlo a los ojos. El pianista levantó el rostro y lo encaró.

Tenía dibujada una burlona sonrisa y sus pupilas estaban dilatadas; pronto las áreas blancas de sus globos oculares desaparecerían.

—¿Quién eres?— instintivamente retrocedió un paso.

—Llámame Owen— suspiró, cerró los ojos y comenzó a balancearse de adelante hacia atrás al ritmo de la melodía que no había dejado de interpretar.

**

Durante el camino de regreso a casa las lágrimas no dejaban de salir. ¿Acaso era la naturaleza de ambos lo que había hecho que sintieran esa atracción? La pregunta asaltó a Abel y lo hizo sentir miserable, enojado e impotente; aún así cuando aparcó en la puerta de la gran mansión, se limpió el rostro de manera descuidada y bajó del vehículo.

Estando en el recibidor pudo percibir la música interpretada por su hermano; sorbió su nariz y nuevamente se limpió el rostro, pensó en dirigirse al salón donde estaba el piano; debía hablar con Ricardo, él mejor que nadie podría entender lo que era querer a alguien literalmente diferente.

**

—¿Owen?— indagó Uriel tras varios segundos; —¿qué le hiciste a Ricardo?— él estaba consciente de que su amigo no había tenido dificultades al cumplir los dieciocho años. ¿Podría ser que fueran síntomas rezagados? Eso tendría sentido y coincidiría con sus desmayos en la escuela.

—Lo encerré— contestó sin abrir los ojos; —si desea ser un retraído, entonces lo será.

Apretó el puño, el toque de prepotencia que tenía su voz no le gustaba en lo absoluto, —¿Y qué es lo que ganas; qué es lo quieres?— masculló.

Medianoche. (GDV 01)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora