Ladrón.

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Capítulo 10

Ladrón

—¡Diez vueltas a la cancha!— exclamó el entrenador antes de sonar su silbato e inmediatamente los futbolistas obedecieron.

A varios metros de allí, hasta arriba, en el último lugar de las gradas estaba Abel observando, su mirada no se despegaba de la silueta esbelta y atlética del moreno.

—Pasarán los años y los verás morir; te dejarán sólo; su eterna e incondicional amistad es una farsa.

Esas palabras aún las recordaba, por varios años le dio vueltas al asunto y siempre llegaba a los mismo: era verdad, no existía nada eterno, excepto su propia familia.

Había decidido no estrechar lazos con los humanos, se había vuelto frío para alejarlos, se había propuesto "matar poco a poco esa simpatía" que sentía por ellos; entonces, ¿por qué cuando Cristian le había ofrecido su amistad fue diferente? ¿Por qué cuando lo buscaba sentía algo cálido y reconfortante?

No debía desaprovecharlo, ya que como Ariel dijo, no sería eterno, por eso pensó que era hora de abrir su corazón y disfrutarlo mientras pudiera.

—¿Cómo está Ricardo?—, de entre las penumbras, Uriel apareció a sus espaldas.

—Mucho mejor, gracias a ti hermano— contestó sin voltear a verlo.

Sonrió y luego tomó asiento a su lado, —pensé que sólo Ricardo acechaba a los humanos.

—¿Me estás espiando?— preguntó.

—No puedes reclamarme, tú haces lo mismo, en especial con ese— señaló a Cristian.

—¿Soy muy obvio?— dejó escapar un leve suspiro; el mayor se sobresaltó al escuchar aquello, probablemente porque esperaba un insulto o una rotunda negación, y no lo que podría tomarse como una confesión.

—Pues... — buscó las palabras exactas, —algunos cambios en tus hábitos te delatan. Además de que puedo oler tus sentimientos. ¿Recuerdas?

Abel alzó una ceja y analizó la respuesta; luego sonrió levemente, por supuesto que había cambiado, no podía negarlo; pero ante ello, recordó a una persona.

—¿Y Ariel? ¿Cuando llega?— lanzó la pregunta.

—Ee-ella... no lo sé— mintió.

—¿No lo sabes? Pensé que siempre te informaba de todo.

—Conoces lo caprichosa que es, así que puede que esté aquí mañana o la próxima semana.

El pelirrojo rodó los ojos, —ojalá no regrese nunca— musitó.

"Demasiado tarde, Abel" pensó el otro, luego exhaló, —bien, debo irme— se puso de pie, —saluda a Ricardo por mí.

—Claro— contestó.

**

Sábado por la mañana, hoy era el día, hoy debían terminar esa tarea, sino el profesor les asignaría más deberes el lunes por no cumplir a tiempo.

Tomó su mochila, la colocó sobre su hombro derecho y salió de su habitación.

—¿Ya te vas? ¿Tan temprano?— cuestionó su madre al verlo bajar las escaleras.

—Sí— contestó, —debo terminar mis deberes— fue a la cocina, abrió el frigorífico y sacó la botella de jugo de naranja, tomó un vaso de la alacena y se sirvió.

—¿A qué hora regresas a casa?— ella también entró a la cocina.

Miró su reloj, pasaban de las ocho de la mañana, —probablemente al medio día— informó.

Medianoche. (GDV 01)Where stories live. Discover now