Necesidad.

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Capítulo 5

Necesidad

Colocó las manos sobre su cabeza mientras las gotas frías caían fuertemente. Corrió hasta el edificio y una vez que estuvo refugiado comenzó a sacudirse el rojizo cabello.

Unos pasos se escucharon, un par de personas se acercaban así que se ocultó tras una columna; luego una voz femenina se hizo presente —¿Tanto te gusta Cristian?—, era Fanny quien cuestionaba a Pamela.

—Por supuesto, y no voy a darme por vencida— respondió la otra con su singular aire de grandeza.

—Pero tú no le gustas; bueno, al menos no parece— refutó su amiga.

—Eso no importa, es prácticamente una ley que los futbolistas salgan con las porristas— rió.

—Estás loca— dijo en tono burlesco Fanny; fue lo último que escuchó Abel, ya que las chicas continuaron su andar por otro pasillo.

Bufó fastidiado, en verdad la actitud de Pamela le molestaba, hubiera sido muy fácil acabar con ella desde hacía mucho tiempo, pero lamentablemente Samuel no se lo había permitido. Debían llevarse bien o al menos "tolerar a los mortales".

De repente, sintió ese olor de nuevo: chocolate.

Agudizó sus sentidos y lo confirmó; caminó en dirección hacia su aula y allí estaba el moreno, concentrado devorando una barra de chocolate mientras que con la otra mano sostenía un tarro con más de ese betún café.

—Lo sabía— dijo él provocando que el alto se sobresaltara; y de un sólo movimiento le arrebató el bote.

—Oye, dame eso— frunció el ceño, ya que él mismo había hurtado eso de la alacena de la cocina de su madre y ahora era la víctima.

Abel lo ignoró y con su dedo índice recorrió la orilla del recipiente para limpiarlo y luego se lo llevó a la boca. Le supo a gloria.

—Devuélvelo— Cristian intentó quitárselo pero el otro parecía más ágil ya que lo esquivó y emprendió la carrera. El alto exhaló irritado segundos antes de iniciar la persecución.

Pero no contaban era con que muy cerca de allí los integrantes del grupo de arte llevaban sus utensilios y justamente estaban cruzando los pasillo, y cuando Cristian estuvo a escasos centímetros de alcanzar al pelirrojo ambos chocaron con aquél grupo, regando algunos litros de pintura y manchando el suelo y paredes.

Como era de esperarse, Abel y Cristian fueron llevados a la oficina del director después de limpiar el desastre que ocasionaron.

La plaquita al frente del escritorio brillaba como nunca y detrás de él estaba el mismo sujeto que había recibido a los Krell, pero esta vez con una expresión de pocos amigos.

—Cristian— dijo el hombre, —no esperaba este comportamiento, vi tu expediente y no tienes ninguna falta o amonestación. Pero tú,— miró a Abel, —tú no me sorprendes.

—Qué novedad—rodó los ojos.

—Señor Yang, desde el inexplicable incidente con el estudiante de intercambio pensé que sus actos vandálicos acabarían.

—¿Actos vandálicos?— frunció el ceño, —¿así les llama?

—Pues es que no hay otro nombre; no entra a clases, pinta las paredes, destroza mobiliario escolar y ahora inmiscuye a uno de los nuevos alumnos en sus travesuras; ¿por qué no puede ser como su hermano?

—No soy mi hermano, nunca lo seré; y aunque respeto mucho a Ricardo, por favor no nos compare— fulminó con la mirada al directorsucho; este se aclaró la garganta y se acomodó en su asiento, cuando se lo proponía, esos ojos marrones eran de temer.

Medianoche. (GDV 01)Wo Geschichten leben. Entdecke jetzt