Capítulo 8

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Los minutos pasaban y yo seguía sin pronunciar una sola palabra, por miedo a que entre plática y plática se me saliera confesar lo que ayer pasó entre Harry y yo. Igualmente quería evitar pronunciar su nombre frente a ella, seguramente si se da cuenta que ahora toda la escuela sabe su nombre iría directo conmigo y reclamaría, lo cual no podría soportar.

—¿Te hizo algo ese hijo de... – antes de que terminara yo negué. Me molestaba que creyeran esas cosas malas sobre Harry aunque no los juzgo ya que el tipo tiene un gran tamaño, mal temperamento y aspecto imponente.

—No Ross, sólo hablamos un poco y decidí irme para dejarle solo – explico.

Al terminar ella se levanta con prisa pues iba tarde a sus clases, se despide de mí y abandona el área. Unos cuantos minutos después imito a mi amiga y me retiro del comedor lista para las clases de artística.

Me introduzco al salón y noto la ausencia de gente, tan solo hay cuatro personas, entre ellas Harry. Retiro mis nervios de encima y me encamino en su dirección lista para tomar asiento al lado suyo. Dejo mis cosas en el respaldo y tomo asiento atrayendo su mirada. Las otras tres personas nos miran curiosos pero entonces el rizado les dedica una mirada asesina haciéndoles dirigir su vista a otro punto.

—Hola – saludo. — ¿Cómo estás? – prosigo.

—Hola – murmura – ¿Que cómo estoy? Pues deforme y con unas horribles cicatrices – dice con ironía mirándome a los ojos como si los quisiera perforar, lo cual me asusta pues parece tener efecto.

—No digas eso, eres todo menos deforme. Podrás ser odioso pero no por nada las chicas no alejan su vista de ti, con o sin marcas eres un imán de admiradoras – intento consolarlo pero su mirada de pesadez advierte que no doy para nada un buen apoyo moral.

—¿Y yo para que quiero tenerlas detrás mío? Te aseguro que si algún día me atreviera a salir con una de ellas terminaríamos en menos de una semana. Lo que quiero decir es... que la mayoría de ellas son unas completas huecas, sólo les interesa el físico y si alguna vez me conocen bien huirán despavoridas – comenta.

—Pues yo te estoy conociendo un poco y no he huido – contesto con cierto orgullo, él me mira con diversión como si hubiese contado el chiste más gracioso del mundo.

—Créeme, no sabes nada – se voltea poniendo fin a la conversación. Su frialdad ha vuelto levantando las murallas que con el pasar de los días yo había logrado bajar tan siquiera un poco.

—Y... ¿Cuántos años tienes? –  ideo otra pregunta evitando que nuestra plática se dé por sentada. Él voltea su torso de nuevo en mi dirección y me mira con seriedad.

—Veintiuno

—¿Veintiuno?, pero si yo tengo los diecinueve cumplidos – hago una mueca extrañada.

— Sí, tu apenas estás en tercer semestre de tu carrera y yo ya estoy cursando el sexto de astronomía – explica con obviedad. – Y la razón del porqué estoy en tu mismo nivel de francés es porque en el otro campus de esta universidad tomé clases de alemán y no francés – finaliza dejando todo en claro. Mi mente sigue intentando analizar la razón del porqué se marchó de su otra ciudad, así que pregunto.

—¿Y porqué decidiste venirte y no quedarte allá? – prosigo. Él me ve duramente y junta sus labios en una línea inexpresiva.

—Esos son asuntos personales y lo más que puedo decirte es que no me gustaba para nada esa ciudad ya que trae malos recuerdos para mí – taja con el ceño fruncido pero muy en el interior puedo ver dolor en su verde y profunda mirada. Reúno toda la valentía dentro de mí y coloco mi mano delicadamente en su muslo confortándolo. En un principio él se tensa pero luego baja su vista y pone su mano sobre la mía, la cual es mucho más grande que ésta considerando que yo tengo dedos largos.

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