01| Promesas

12.9K 1K 102
                                    

CAPÍTULO UNO

El rostro de Keera se mantuvo sereno, sonriendo, sin que la iluminación de su gesto llegara a sus ojos. Su piel de porcelana apenas se arrugó con aquella sonrisa. Sus demonios gritaban por salir; ellos le pedían que gritara, que matara a Snow, y que hiciera atrocidades a todo los involucrados, los ciudadanos del Capitolio. Pero se quedó estática, serena.

Keera sabía que no tenía oportunidades en la arena. La última vez casi no salía viva de allí. Había ganado los Juegos hacía tres años. Keera solo había ganado por una razón: su compañero. Ella se había aliado con él y juntos eran destructivos. Edgard era un asesino, una fiera, no titubeaba al matar y tampoco se lamentaba las muertes. Él tenía dieciséis y había entrenado desde niño para llegar a donde había llegado. A pesar de ello, él no había olvidado quién era. Juntos sólo asesinaban a quienes eran amenazas, ya que no les interesaba ganar matando a los tributos restantes. Mantenían la calma y sólo esperaban hasta que algún estúpido intentara atacarlos. Cuando lo hacían, los mataban brutalmente.
Cuando los tributos empezaron a caer poco a poco y tan solo quedaban seis de ellos, decidieron que era mejor que cada uno siguiera por su lado. De esa manera, no tenían que arrebatarse las vidas.

Veo la misma mirada en ti que en tu madre.” había dicho él chico, antes de marcharse.

Horas más tarde, su nombre aparecía en el cielo, acompañado de un cañón.

A partir de eso, juntó todas sus armas y comenzó a matar a todos los tributos que quedaban. Estaba sola y necesitaba volver a casa. Se vengó de los asesinos de Edgard, llegó hasta la cima del triunfo y la gloria. Se convirtió en aquello que quería evitar. Con sus manos manchadas de sangre, ganó los Juegos.

Keera Pevensee caminó hacía el escenario, donde la presentadora la esperaba, sonriendo y aplaudiendo. Todos estaban espectantes, podía oir los murmuros que salían de otras bocas.

—¿Cómo estás?— preguntó Ciresst. La mujer tenía una peluca de color rosa chicle y su vestimenta era un vestido ridiculo de cuero rosa, con pequeñas manchas naranjas. Su maquillaje —como siempre— era completamente exagerado, las pestañas postizas eran bastantes similares a unas arañas a punto de salir de sus ojos. Su piel morena cubierta de sombras y polvos blancos.

—¿Cómo esperes que esté?— El silencio habitó en el lugar y todos observaban expectantes.—Estoy bien.— se retractó y continuó con su sonrisa falsa.

La mujer dijo unas palabras, tratando de tranquilizar el ambiente, con comentarios estúpidos.
Los ojos marrones de Keera se dirigieron a su familia. Su papá la observaba con sus ojos cansados. Después de la muerte de su mujer, él se había encargado de seguir adelante.  Trabajando más de quince horas por día, algo inhumano. No necesitaba trabajar, la riqueza proveniente de su hija era bastante, pero él necesitaba saber que servía para algo, además se mantenía ocupado. Su cabello se había vuelto más canoso y su rostro más triste.
Luego, al lado de él estaba Rocco, ambos se agarraban de las manos, mientras él pequeño lloraba. Los rizos castaños en su cabeza, estaban despeinados y sus ojos azules la observaban llorosos. Por último, Artemis contenía una mirada seria, pero sus ojos la delataban.

Ansiaba abrazarlos.

Ciresst dijo unas palabras, mientras metía su mano en el recipiente donde estaban los papeles con nombres. Keera enfocó sus ojos en las uñas de acrílico sacando el papel doblado.

—Brutus.— anunció con felicidad. Él hombre se subió a el escenario, con aire de grandeza. Su cuerpo estaba lleno de músculos. Medía al menos dos metros, era gigante, parecido a un oso. Entonces ahí fue cuando Keera dejó de prestar atención a la situación.

Hurricane ✓ ⋆ Finnick OdairWhere stories live. Discover now