-Ellos están pagando esto, no seai mal agradecida- si él supiera que no gastan un solo peso en mí.

-Pero no les cuesta nada venir a ver a su hija- suspiré con tristeza.

-O quizás sí- hice una mueca de desagrado y él agarró mi mano.

Se quedó un rato más, de hecho, hasta que terminó el horario de visitas, como lo hace todas las semanas.

Volví a mi habitación cuando se fue. Me senté mirando por la ventana el patio lleno de flores y cosas que evitaran profundizar una depresión inminente en las personas que estaban internadas en el centro.

Personas como yo.

Tomé un libro y salí a leer.

Recuerdo perfectamente bien cómo fue el día que llegué.

La primera semana.

El primer mes.

Me saqué el chaleco, dejando a la vista mis brazos delgados y pálidos. Lleno de moretones y marcas.

Los dos iguales.

Cuando saliera de aquí, lo primero que haría será buscar un tratamiento para eliminar esas marcas o simplemente tatuarlas.

Intenté despejar mi mente con el libro que había sacado, pero las lágrimas no se resistieron y comenzaron a caer, mojando las hojas del libro. Lo cerré de golpe y lo lancé a un arbusto.

Miré a todos lados viendo si es que alguien me había visto, pero por suerte no.

Mínimo esa acción me costaría unas 3 horas más con el psiquiatra.

Me puse de pie y recogí el libro con lentitud.

-Saavedra - me llamó una enfermera.

-¿Qué?- contesté hostil.

-Es hora de ir a la cama.

Asentí ordenando mí vestido y caminé a mi habitación arrastrando mis pies, cansada.

(...)

-Rebecca, sigues tú- me dijo la psicóloga.

Me puse de pie, fui hasta el frente y los miré a todos, mis compañeros internos que se habían convertido en mi familia aquí.

-Hola, soy Rebecca Saavedra. Llegué aquí hace 6 meses y estoy limpia desde entonces, no he tenido la oportunidad de tener una recaída, pero me siento preparada de enfrentarme al mundo exterior, de nuevo.

-Un aplauso para Rebecca, muy bien- todos aplaudieron forzadamente, pero yo no borraba la sonrisa de mi cara por el logro. La psicóloga se puso de pie y me dio una ficha con un 6- por tus 6 meses.

Guardé la ficha en mi bolsillo y volví a mi habitación campante, pero no duró mucho esa felicidad.

Ese día, fue en el que tuve mi tercera crisis de abstinencia.

La primera fue cuando llevaba una semana.

La segunda fue cuando llevaba 1 mes.

Y ahora la tercera, cuando llevaba 6 meses y lo peor es que fue el más fuerte.

Una necesidad de consumir algo, de sentirme relajada, de dejar de sentir.

Cualquier cosa.

No había nada.

Grité y tiré mi pelo. Pasé mis manos por la cara y le di una patada al velador.

Busqué en mi habitación, pero no había nada.

Salí, tenía que encontrar algo en alguna parte.

Pero no encontré nada.

Tenía escalofríos y me picaba el cuerpo.

Fui al baño y vomité todo. Me resigné a llorar y gritar.

Llegaron enfermeras y me comenzaron a tocar la cara, me hablaban, pero yo no hacía más que gritar y suplicar por algo.

Por obvias razones no me sedaron, pero me calmaron de alguna forma.

¿El Edgar?

No venía a verme desde hace poco más de 1 mes y yo no podía llamarlo ni nada, estaba completamente aislada.

Y lo peor es que todavía me quedaban 6 meses más aquí.

Cada vez los días pasaban más lentos, cada vez sentía que nunca saldría y que quizás me suicidaría antes de salir.

Lo más probable es que este sentimiento lo esté desarrollando mi obvia depresión, pero no lo quería creer así.

Las únicas pastillas que puedo tomar, además del paracetamol, son los antidepresivos.

(...)

-¿No vinieron a verme durante casi un año y vienen para mi cumpleaños?, no hay personas más hipócritas que ustedes- dije mientras juntaba mis manos sobre la mesa.

-Tuvimos cosas que hacer- mi papá se removió en su silla y me miró.

-Nunca tuvieron tiempo de venir a ver a su desperdicio de óvulo y espermatozoides, lástima- mordí el interior de mi mejilla- feliz cumpleaños para mí.

-Tu hermano dejó embarazada a la Rosario, tuvimos que trabajar el doble- susurró mi mamá.

Solté una risa y me eché para adelante poniendo mi mejilla derecha en una mano.

-Son unos padres ejemplares, su hija de 20 sale un maldita drogadicta, su hijo de 16 años embaraza a una niña de 15 y su hija de 24 es una fracasada incapaz de sacar un título universitario- me puse a aplaudir irónicamente y ellos me miraron severos- los felicito.

-Rebecca, escúchanos, no es fácil venir a ver a una hija aquí, menos en el estado en que te trajimos- se justificó mi papá.

-Para mí no fue fácil estar aquí sola, nadie me venía a ver, la única que me mandaba cartas era la abuela con mis primas. No tengo amigos, el único que tenía no me viene a ver y no sé porque, tuve 3 crisis y nadie además de unas enfermeras estuvo para mí. Me hablan de cosas difíciles, pero ustedes no tienen idea de lo que es estar aquí- no quise decirles que en realidad había tenido más crisis, ellos sabían que lo natural eran solo tres y creo que ya voy en la quinta.

-Puedes salir ahora si quieres, vamos a comer y te traemos devuelta a aquí- dijo mi mamá tomando mi mano.

-No, gracias. Pueden decirle al Benjamín que es harto weon. Espero que vengan más seguido a verme- dije y ellos asintieron desganados.

-Sobre el Edgar, está en la universidad- cambió de tema mi mamá.

Me miraron los dos. Bajé la mirada y suspiré.

-Qué bueno, me alegro por él- dije sincera.

(...)

-Exactamente hoy se cumple un año desde tu ingreso- me dijo la psiquiatra. Estábamos las dos solas en la sala donde acostumbrábamos hacer las citas- ¿Cómo encuentras que estás?

-Bien, mejor que antes. Mucho mejor- dije sonriendo débilmente.

-Eso es algo positivo. Según algunos exámenes que te hicimos y muestras, has tenido un total de 5 crisis en este año, el último fue hace 2 semanas. Normalmente, una persona con tu estado tiene 3 crisis y la última es la de los 6 meses. Pero tú tuviste 2 más después de esa, una después de tu cumpleaños y otra hace menos de 2 semanas.

Asentí y me mordí una uña.

-No sé cómo decirte esto Rebecca, pero... tienes que quedarte 6 meses más aquí.

-¿Qué?- no me lo podía creer.

-Hablaremos con tus papás, para que vengan y hablen los tres. Es por tu bien, no sería bueno que tuvieras una recaída sola. Pueden ser hasta tres meses, pero todo depende de cómo reaccione tu cuerpo y mente.

01 de abril 2017

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