Prólogo

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ADVERTENCIA: ¡! Segunda parte de SMILE. No leer sin haber leído la primera. ¡!

Una chica pelirosa era presente en los sueños de la Uchiha. Esa hermosa chica tenía los ojos jade, una sonrisa que parecía no desaparecer y una hermosa piel pálida y suave además de aquel rombo en la frente, el mismo que tenía Tsunade-sama. Pero de repente, despertó algo agitada y sudorosa tocando su frente.

—¿Quién es...ella?—preguntó dudosa y mirándose en el espejo. Salió de su cama para, en paso lento, colocarse delante del espejo—. Es igual a mí... ¿verdad?

—¿Estás bien?

La voz ronca de su padre hizo que la pequeña—ya no tan pequeña— se agitara en cuestiones de segundos, miró a Sasuke y sin más, habló.

—Soñé con ella de nuevo.

El Uchiha suspiró intentando hacer que su hija no se diera cuenta de que, cuando ella soñaba con aquella pelirosa, le dolía. Claro, ya no eran nada debido a la distancia y a los diecisiete años sin verse, pero le dolía. Más cuando durante todo el tiempo no supo por qué se fue, dejando a una familia, a sus amigos, y a la aldea por la que tanto quería luchar. Si lo hubiese sabido, él hubiese dado lo que sea para intercambiar los papeles. Pero a pesar de todo, no la odiaba. Ya era la hora de que fuese él quien tuviese que esperar un beso de nuevo, aunque ha de admitir que diecisiete años sin sexo es toda una tortura.

—Papá... ¿quién es aquella pelirosa?

—No más preguntas, Sarada. Vuelve a la cama.

Sasuke se marchó hacia su apartamento pero Sarada se quedó allí, quieta, intentando olvidar a aquel rostro que tantas esperanzas le traía, incluso, aunque sonase una tontería, soñar con aquella mujer le confiaba. Y si su confianza crecía, más sus métodos de aprendizaje y así podría convertirse en un Hokage como Uzumaki Naruto.

A pesar de que eran las cinco de la mañana, llamó a Himawari, una de sus mejores amigas.

Un tono... Dos tonos... Tres tonos...

Al no responder ella, suspiró. Volvió a llamar.

—¡¿Puedes irte a la santa mierda, gilipollas?!—gritó Bolt nervioso.

—Soy yo—contestó Sarada sabiendo que había despertado a su rubio enemigo—. Pásame a tu hermana, por favor.

Y en cuestiones de segundos Himawari se puso al teléfono.

—Lo siento, mi hermano es taaan...idiota. Lo despertaste—rio—. ¿Qué ocurre? Me pillaste viendo un maratón de películas.

—¿A estas horas?

—Sí, me dejé el teléfono en la habitación de mi hermano—sonrió la Uzumaki—. Dime... ¿qué ocurre?

Sarada se sentó al filo de su cama mientras seguía observándose en el espejo. Por un momento, en frente del espejo, juró ver como un fantasma. Aunque ella sabía que era una ilusión ya que desapareció en cuestiones de segundos.

—Hima-chan... Creo que me estoy volviendo loca.

—¿Qué ocurre?—preguntó la peliazul preocupada por su mejor amiga.

—¿Te acuerdas de la mujer de mis sueños que te conté? Ahí estaba, de nuevo. Cuando le pregunto a papá él se vuelve... como melancólico. Sé que esa mujer tiene algo que ver conmigo... Y necesito saber qué.

—¿Por qué?

—Es que siento que me está pidiendo ayuda, Hima-chan. Llámame loca per-

—Cuenta conmigo—le habló su mejor amiga sin apenas dudarlo.

—¿Contigo? ¿Para qué?—Sarada escuchó a Bolt al otro lado de la línea. Ella solo bufó mientras Himawari se dedicó a ignorarlo.

—Muchas gracias, Hima-chan—sonrió—. Y ya sé por dónde comenzar. 

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