Capítulo 46.

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Regresé prácticamente corriendo en dirección al castillo, sentía tanta emoción en mi interior que quería gritar. Era una niña. Tendría una hija. 

   No la deseaba, cierto. Y acostarme con su madre me daba asco, pero estaba emocionado, era algo inexplicable, algo mágico. 

    Tenía que decírselo a alguien, o sentía que explotaría. Corrí por todo el bosque en dirección al castillo, seguí corriendo incluso cuando llegué a los jardínes, hasta que me topé con mi tropa y a George y Ringo, que lucían preocupados -¡Tengo que decirles algo!- les dije, tomando aire y sujetando mis rodillas -Ahora no, Paul ¡Han entrado! ¡Los jacobitas están atacando el pueblo!- 

   -¿Qué?- pregunté, aún sin entender bien que era lo que había dicho, pero en cuanto capté la idea, tomé un casco del montón de armaduras que se encontraba tirado en los jardínes y comencé a colocarme una armadura, al igual que George y Ringo. 

    Estaban aquí, nos estaban atacando. Por alguna razón en la primera en la que pensé fue en la tía de John. Tan sola en esa horrible casa, y sin ninguna protección. Sabía que debía de ir por ella para ponerla a salvo en el castillo, y eso haría en cuanto saliéramos. Llegaron corriendo tres sirvientes con los caballos de George, Ringo y el mío, que venía siendo arrastrado por Cynthia. 

   -Toma- me dijo, entregándome el lazo del caballo -¿Donde está Jane?- pregunté impaciente, colocando la última parte de mi armadura -No lo sé, no la he visto- sentí un nudo horrible en el estómago al pensar que algo le podría pasar a mi hija -¡Necesito que la busques y ambas se pongan en un lugar seguro! Intentaremos bloquearlos- subí al caballo y rápidamente me posicioné frente a la tropa, que ya se encontraba formada y lista para atacar. 

    -No hay mucho que deba de decirles, solo ¡Piensen en todo lo que aman, y defiéndanlo!- un grito de aprobación surgió de las gargantas de todos los hombres y de inmediato comenzamos a avanzar hacia el frente. Cabalgué a toda velocidad sobre el puente del castillo mientras el resto de los soldados corrían detrás de mi, y cerrando la marcha iban George y Ringo. 

   Al llegar a las calles principales del pueblo todo parecía estar normal, así que envié a un par de hombres a la casa de la tía de John para que la escoltaran hacia el castillo. Seguimos avanzando por la calle principal, y con cada paso que dábamos, la presencia de los jacobitas se hacía más evidente, buena parte de las casas estaban abandonadas, y no había nadie en las calles, además de que se podían ver algunos destrozos. 

   Al llegar a la frontera del pueblo con el bosque fue cuando nos encontramos con la batalla. La tropa de mi padre era la que estaba atacando a los jacobitas, llevábamos ventaja, ya que parecía ser que los superábamos en número, pero no por eso dejaban de ser demasiado salvajes. De inmediato mi tropa se dispersó y comenzó a atacar, mientras que yo iba sobre el caballo intentando llegar a mi padre derribando a todos los enemigos que se me cruzaban.

    En unos cuantos minutos la sangre que corría en el piso era impresionante, y Azufre ya tenía las patas teñidas de rojo, pero a pesar de eso no nos detuvimos —¡¿Cuál es el plan?!– le grité a mi padre una vez que estuve lo suficientemente cerca de él. —¡Matar a todos, después haremos un fuerte!– bajé del caballo y de inmediato tres jacobitas se abalanzaron a atacarme, durante unos minutos todo lo que escuchaba eran gritos, alaridos, el sonido del acero al chocar con más acero y maldiciones.

    Estábamos ganando, el número de jacobitas había disminuido considerablemente y todos los que quedaban con vida ahora comenzaban a retroceder. Habían herido a muchos de mis hombres, y algunos más yacían muertos en el piso, y pasar por sus cadáveres era bastante doloroso. Tenía unos pequeños cortes en los brazos, pero de ahí en fuera la armadura me había cubrido bien.

    Habíamos avanzado tanto que ahora ya estábamos internados en el bosque, donde casi todos los sobrevivientes enemigos se habían ido a esconder. —¡Eso es todo, vámonos!– les grité a los hombres que veían detrás de mi. Estos de inmediato retrocedieron para ir a ayudar a todos los heridos, y George y Ringo surgieron de la multitud, George con una herida en el hombro y Ringo con sangre en la cabeza y la nariz pero no por eso no estaban sonriendo.

   —Lo logramos – dijo Ringo con lo que parecía ser todo lo que le quedaba de aliento —No, volverán, no se cansarán hasta que todos terminen muertos– contestó George con una expresión de dolor. Le iba a contestar que mataríamos a todos, quizá comenzaría a reírme por la incredulidad de Ringo, pero llegó el dolor.

    Un dolor horrible en mi costado.

    Una flecha.
  
    Mucha sangre.
 
    Y todo oscureció.

With a little luck. [McLennon]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora