Dosis de sentimientos

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Habían pasado los días transparentes, sin ninguna situación llamativa, Stephan no había vuelto a dirigirle la palabra a Ariadne como había dicho y ella a pesar de todo había extrañado el no tenerlo cerca, pero también comprendia su posición, el sentía que se había equivocado, por lo que la mejor opción era no efectuar acción alguna. Pero que rayos sucedia con su auto-control... tan sólo pasaron dos días alejado de Ariadne, dos eternos días que no pudo extenderlos a mayor porque sentía que estaba sufriendo sin una de las calidas sonrisas de Ariadne, sin sus hermosos y oscuros ojos observándolo... sin su estrepitosa risa y ver arrugar su pequeña nariz cuando lo hacia...

Demonios...

Estaba cayendo en un abismo extremadamente empinado, su juicio estaba por los suelos y ya nada le importaba mas allá que sus sentimientos, se había enamorado de Ariadne, como nunca creyó posible que fuera, sabía que quería despertar junto a ella todos los días, besarla hasta el cansancio... amarla hasta que perdiera la noción del tiempo. Quería que Ariadne fuera suya para siempre, que nadie fuera capaz de ponerle una mano encima, que ningun hombre fuera capaz de tocar su suave piel y lograr estremecerla hasta perder la cordura. Él, sólo él podría lograr eso, solo el la amaría... y se encargaría de que así fuera.

Ya eran las tres de la tarde, soleada a pesar de estar en Londres y una brisa cálida abrazaba suavemente la piel. Ariadne no había dormido bien esos últimos días, -cómo si fuese posible dormir bien luego de la escena con Stephan- pensó mientras miraba distraída el agua que emanaba la fuente del jardín, la condesa la había sofocado con recomendaciones hacia el señor Lancaster, cada palabra que emitía la condesa sobre él eran agradables al oído, sabia que ella adoraba al muchacho, pero a pesar de todos sus esfuerzos Ariadne sabia que estos eran en vano, no podría quitar a Stephan de su mente luego de lo sucedido y la condesa –obviamente- no lo sabía.

Luego de tantos días Stephan apareció en el jardín, Ariadne se ahogó con el té y lo observó inquieta.

—Querida... te encuentras bien?

—Si Elizabeth, sólo me distraje un momento, estos bien gracias.

—Buenas tardes madre, Ariadne.

Stephan se acercó a las mujeres y tomó asiento un momento.

—Hace un día espléndido no creer?

—Asi es, será mejor aprovechar que las inclemencias del tiempo cesaron unos días para poder salir a tomar aire tranquilamente.

—Concuerdo con usted Elizabeth, es un cambio de aire satisfactorio para el cuerpo, necesario para el alma sin duda.

Stephan la observó incesantemente viendo como Ariadne fruncia el ceño ante su introspección. Él solo le sonrió guiñándoles un ojo, lo que ocasionó que su cuerpo se tiñera de un rojo poco favorecedor.

—Te encuentras bien Ariadne?

—Si Stephan, sólo un poco acalorada... ¿no sienten que subio la temperatura?

—No querida, tal vez debas caminar un poco para volver a tu temperatura normal. Stephan hijo, ve con Ariadne a caminar por el jardín, yo estaré aquí no hay problema alguno.

—Por supuesto, no tengo ningun problema.

Luego de observarla tendió su mano para que sr levantara del pequeño sofá blanco.

El simple contacto de su piel electrificó cada fibra nerviosa inclinándola a pensar que sería muy difícil estar junto a él sin temblar.

Bajaron la escalinata de mármol que unia el jardín con la pequeña terraza donde disfrutaban las tardes veraniegas.

A un verso de ti...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora