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EDITADO 10 SEPT. 21

JESÚS

— Venga corre, que vas a llegar tarde— le dije a Irene, cuando supe que eran las seis. Ella me miró no cabreada, sino decepcionada. ¿Decepcionada? A mí se que me decepcionaba ver cómo caía tan bajo.

Para mi sorpresa — y para la de todos, sobre todo para Irene— apareció Guille en medio del camping. Mientras que por la cabeza de Yasmina pude adivinar que pensaba que aquel tipo era guapísimo, por la de los chicos y por la mía pasaba lo mismo: ¿cómo coño sabe que estábamos en esta parte del camping? Si nos habíamos puesto en la parte más escondida para no estar tan agobiados con el tema de dejar la nevera ahí en medio de todo el mundo. 

— Guille— Irene le saludó esta vez con dos besos—. Bueno, ellos son...

— Encantado— la interrumpió—. Irene, al final tengo media hora solo de descanso, ¿nos vamos ya?

Eso sí que me extrañó bastante.

— En media hora no creo que os dé tiempo a muchas copitas eh— fue Yasmina quien hizo es comentario, con una sonrisa ladina. 

— Tienes razón— le respondió Guille, devolviéndole misma sonrisa. En sus ojos cambió algo, y si fuera oculista seguro que lo adivinaría en cuestión de segundos. Bueno eso de oculista, no sé si serviría mucho. Pero si de algo estaba seguro, era que ese tipo planeaba algo.

Su mirada no se fijó en Irene ahora, sino en mí.

— Irene, ¿qué tal si vamos a subirnos los dos a VértiGo?— no lo dirá en serio. No lo dirá en serio. Ella detestaba ese tobogán tan inclinado, daba miedo.

— Ella no se subiría nunca en ese, personaje.— le escupí. Pero cometí un error en hacerlo, ya que si algo le caracterizaba a Irene era en ser orgullosa. 

— Que no me haya subido nunca, no significa que no vaya a hacerlo ahora.— su mirada era retadora, pero sabía que cometía un grande error también ella. Y ella lo sabía.

Miré a Dani, esperando a que la detuviera. Ellos dos tenían una conexión envidiable, pero permaneció mudo observando el cubo que había entre sus pies. Estaba ausente, pero sabía que estaba escuchando toda la conversación.

— Está bien— dije— Irse los dos a tomar por culo.

Perdí los papeles, lo sé.


Conforme se fueron, me levanté del banquillo y pegué un puñetazo al muro que había detrás. Cuando le iba a dar por segunda vez, Álvaro me cogió el puño cerrado para evitarlo.

— ¡Jesús, tranquilízate!— me dijo intentando separarme de la pared, pero yo tenía más fuerza.

— ¡La odio! — grité y pegué otro puñetazo a la pared—  ¡La odio, la odio, la odio!— volví a gritar, dando puñetazos al compás.

— ¡Jesús, por favor!— gritó más fuerte esta vez Álvaro, pero pasé de él.

— ¡La odio!— comencé de nuevo— Y odio cómo soy cuando estoy con ella.

— ¡Mentira! ¡La amas!— gritó esta vez Álvaro.

Al escuchar eso, paré de repente de dar puñetazos y me quedé pensativo, exhausto, muerto,...

— La amas, y no odias cómo es tu nueva versión, que te aseguro que es la mejor de todas— me dijo— Odias que sea ella la que te haga ser buena persona, en lugar de ser tú mismo el que encuentre ese camino.

Silencio.

— Mira Jesús, te voy a ser sincero— me cogió de la cara con sus dos manos para asegurarse de que le mirara a los ojos—. No me gustas nada para Irene, de hecho, si tuviera que elegir entre las dos copias, elegía a Dani. Pero eso no importa, ¿sabes por qué? Porque ella te elige a ti siempre. Por encima de todas las opciones.

Sentí una descarga eléctrica de realidad por todo el cuerpo, y me aparté.

— La he perdido— solté, como si me hubiese despertado de repente, desubicado.

— Aún no —me dijo— Pero estás a punto de hacerlo con tus comportamientos bipolares.

—¿Qué? ¿A qué te refieres?— fruncí el ceño.

— Estás volviendo a cambiar, y mucho. Es difícil que vuelvas a ser el mismo de antes, pero puedes ir y disculparte con el corazón en la mano. Decirle la verdad, lo que piensas y lo que sientes; que todo lo que has estado haciendo era para que ella no sufriera por ti porque se merece a alguien mejor, y todo lo que quieras y debas decirle a ella— pausó—. Eso si, si no vas ahora detrás de ella y la buscas, la vas a perder. Los dos sabemos muy bien, incluida ella, que lo que más quiere en este momento es que vayas detrás de ella, detengas la locura que está a punto de hacer, porque ella no nos engaña. No se fía ni de la sombra de ese Guille.

— ¡Es que odio que sea tan orgullosa!— exclamé, cabreado.

— ¡Tú también lo estás siendo ahora mismo!— se acercó alzando la voz— Pero eso no te hace ser mejor persona. Yo voy a por ella, allá tú si prefieres quedarte anclado aquí.


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