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EDITADO 18.07.21

IRENE

Llegué a casa en la moto de Álvaro -otra vez, sí-. En cuanto pisé el asfalto de la carretera me sentí aliviada, y no solo porque estaba deseando bajarme de la moto. Durante todo el trayecto no paraba de pensar en lo importante que era Álvaro para mí y, precisamente, por eso la decepción que sentía era tan grande. Me daba rabia, mucha; mi mejor amigo se estaba convirtiendo en un perfecto desconocido para mí.

— ¿Estás enfadada?— me preguntó alzando la voz, cuando me encaminé hacia el porche de mi casa.

— ¿Tú que crees?— le dije, girando sobre mis talones y sonriendo sarcásticamente. 

— Ya te he dicho que era cuestión de elegir entre tú o el local.— respondió serio. Encima tenía los santos cojones de mostrarse cabreado por no entenderle. No, guapo. 

— ¿Y esperas que esté agradecida de que no me hayas escogido?— contraataqué mientras me cruzaba de brazos. No entendía qué clase de gente superficial apostaba personas. De toda la vida De Dios, se apuesta dinero. ¿O estaba equivocada?—Además, no me has dicho el porqué soy una de esas opciones.— no éramos pareja, y él tenía más amigos aparte de tenerme a mí. Eso era lo que más desconcertada me tenía, que por qué yo.

— Si te lo digo, correrías peligro.— y soltó la bomba; que mentiría si dijera que me la creí. Si pensaba que me iba a convencer o aterrar, estaba muy MUY equivocado. Estallé a carcajadas para después añadir: 

— Madura Álvaro, esto no es una puta película de Fast and Furious.— me giré e, ignorando sus gritos, me encaminé a la puerta de casa de una manera triunfal, aunque me sentía bastante desgastada.


DANI

Las dos y media y sin rastro de Irene. 

El tic tac del reloj del pasillo definía a la perfección cómo me sentía. Cada segundo que pasaba, sentía una presión en el pecho que se denominaba, ni más ni menos que: culpabilidad.

Entré de nuevo en el cuarto de Irene, como si fuera a aparecer por arte de magia allí. Cuando vi que no había ni rastro de ella, me di cuenta de que había sido absurdo pensar que estaría en su cama tumbada leyendo alguno de sus libros. Recorrí con una mirada rápida toda su habitación, ye centré en lo que adornaba su pared frontal; fotos de cuando era pequeña con una sonrisa de oreja a oreja, lo que ahora no tenía. Sin embargo, seguía teniendo esas pecas en la nariz que tanto me gustaban. Entre sus fotos colgadas, encontré una que me llamó bastante la atención. Salía ella sacando la lengua junto a un hombre algo mayor.

Me acerqué a su armario de madera y abrí un cajón. En él, se encontraba lo que parecía ser un diario, un álbum familiar y un colgante de un corazón pequeño y dorado. En el mismo momento en el que me incliné para cogerlo, apareció Jesús.

— Irene.— dijo con voz agitada—. Irene ha regresado.— y acto seguido, desapareció.

Una sonrisa en mi interior amenazó con salir. Cerré el cajón con cuidado y apagué la luz del cuarto antes de cerrar la puerta. Comencé a descender las escaleras de dos en dos, necesitaba verla en carne y hueso. Necesitaba comprobar que era ella; que estaba bien. Y así fue. La vi de pie en el comedor conversar con Jesús, y mi corazón pasó de dar saltitos de alegría a volvarse, como si quisiera vomitar ante la escena. El alivio se desvaneció al instante, y me apresuré a acercarme a ella. Sentí el leve impulso de abrazarla pero me contuve, como tan bien se me daba hacer. Sin embargo, fue inevitable mostrar una pequeña sonrisa al comprobar de cerca que era ella y que estaba bien. 

Y me terminaste gustando #1Where stories live. Discover now