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La puerta no se abrió por mucho tiempo, maldito lugar cerrado.

Greg entro luciendo satisfecho con mi estado.

—¿Qué quieres de mi? —mi voz sonaba rasposa.

Greg me estudio un largo rato, mientras avanzaba hasta mi, saco un cuchillo de la cinturilla de sus pantalones y se acuclillo frente a mí.

—¿Cómo te sientes?

No podía quitar los ojos del cuchillo, este era mi final.

—querida mía, me gusta que me contesten cuando hago una pregunta —me apunto con el cuchillo y yo me pegue mas a la pared —ahora lo haremos una vez más, ¿Cómo te sientes?

—mal.

Greg sonrió complacido. Levanto el cuchillo, como si me hubiera olvidado de el, y se corto en la muñeca. La sangre empezó a manar oscura y espesa, el olor de la sangre me hizo jadear.

—la quieres ¿verdad? —negué —no mientas mi dulce, la quieres. No la bebes desde hace mucho, debes extrañarla.

—eras tú, el de mis sueños —gemí, el olor hacia que la cabeza me dé vueltas —no me siento bien.

—es el hambre —puso su muñeca frente a mi rostro —solo debes dejarte llevar por tus instintos. Bebe.

Sus ojos se volvieron de un rojo intenso, salvaje. Sus palabras me engatusaron, las gotas color carmesí empezaron a caer más lento y más lento, hasta que podía jurar que las podía oír deslizarse contra su piel. Cerré los ojos tratando de frenar esa imagen, pero mi pecho apretaba y mi garganta dolía.

Pero eso termino de golpe. Un momento estaba en agonía y al siguiente nada. Un gemido atravesó mis oídos y una ronda de gruñidos me hizo abrir los ojos, tenía sujeta la muñeca de Greg con la boca.

Los gemidos eran míos y los gruñidos eran de Greg. Me aleje de él lo más rápido posible.

—yo lo siento —jadee, las lagrimas volvieron borrosa mi visión —no quería... lo juro, no sé que me paso... no quería...

—oh querida, pero claro que querías —la voz de Greg era tan dulce y comprensiva —está en tu naturaleza ahora, no debes pedir perdón. No a mí al menos.

No quería oírlo, puse mis manos abiertas en mis oídos y apreté mis ojos cerrados. Sus manos suaves tomaron mis muñecas acercándolas a él.

—tranquila, mi pequeño dulce, no debes estar asustada.

—¿Qué me paso?

Sus ojos eran tristes y su voz sonaba melancólica cuando me dijo:

—estoy esperando que lo recuerdes, porque yo tampoco lo sé.

Vi en sus ojos duda y, tal vez lo imaginaba, pero también había miedo. Se fue dejándome sola una vez más. Me hice un ovillo y llore hasta quedarme dormida.

Tristeza y rabia se mesclaban en el ambiente.

Un ruido sordo y llanto. Alguien lloraba de forma amarga y desconsolada.

—¡¿Por qué lo hiciste?! —un grito enfurecido seguido de unos golpes —tu eres mía, no eres de esas cosas...

—¡basta!

Un hombre elegantemente vestido aparece en el lugar. Toma el bulto que tiembla en el suelo y lo acuna contra su pecho. Una chica, el golpeaba a una chica.

—¿si padre se llega a enterar de esto?

—no, no le digas a nadie lo que viste —llora ella —él me matara si se entera.

—¿si se entera de que?

El tipo, el que la golpeaba, deja caer algo al suelo y se arrodilla frente a ellos.

—dile, —pide —dile porque lo hice.

Ella solo llora y escode el rostro en el pecho de su defensor.

—¡vamos! Abre la boca, maldita...

—basta ya, —su defensor se puso de pie con ella en brazos —se lo diré a padre.

—ella se ve con uno de ellos —siseo con saña.

Cuando desperté me sobe los brazos instintivamente, pero no había señal de ningún maltrato. ¿Así era como había conseguido los moretones?

Olvídame  Where stories live. Discover now