Prólogo

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El Acecho de un Destino

Más allá de las montañas de Arramount, bajo los incansables rayos del sol, la silueta de un varón de mediana edad se erguía a través de una senda colindante al diseminado bosque de Escobon. Mientras caminaba, lento y pensativo, observaba cómo las escasas nubes blancas parecían seguir sus pasos. Su Nirvel también lo acompañaba sin perderlo de vista, como había hecho desde el día en que las hadas se lo habían otorgado al nacer. Aunque no podía verlo, dada su irrefutable invisibilidad, característica original de cualquier Nirvel, le gustaba convocarlo, notar su presencia y tenerlo siempre cerca. De esta forma se sentía menos solo.

Aquel hombre había partido de su afable hogar en busca de respuestas. Y las había encontrado. Habían sido muchos años de espera, pero por fin sabía que su búsqueda no había sido en vano. Su empeño y dedicación habían dado sus frutos. Ahora debía regresar y contar todo lo que había descubierto.

A cada paso que daba se sentía un poco más agotado. Su marcha empezaba a ser débil y sin rumbo. Su mente se hallaba sumergida en el mismo pensamiento obsesivo de los últimos días: compartir aquella información de gran importancia y utilidad. Pero no podía hacerlo con cualquiera. Debía ser con una persona sabia, apropiada y entendida en la cuestión, dada la magnitud del hallazgo. En su fuero interno sabía perfectamente quién era esa persona, pero la anciana Amanieu se encontraba muy lejos todavía. De todos modos, debía indagar un poco más en el asunto, y terminar lo que empezaba a ser un descabellado argumento. Por ende, sabía que poder liberarse de aquel pensamiento era sólo cuestión de tiempo.

Seguía esforzándose por caminar y no trastabillar con las piedras del camino. En lo más recóndito de su retina se desdibujaba aquella pequeña Rosa Negra que había despertado de su sueño eterno. Oía cómo gozaba florecida en el Lar Viejo. Desconocía si aquella visión traería prosperidad o sombras. Todavía era pronto para saberlo.

La Rosa Negra había sido erigida por un linaje mágico y ancestral. En verdad era una flor especial, dado que no necesitaba agua ni sombra, y en su ambicioso y tácito ultimátum sólo aspiraba a ser encontrada. Así lo citaba la profecía.

El elegido debería encontrarla y cumplir su cometido antes de que floreciera en todo su esplendor, evitando que el paso del tiempo y el cansancio de la espera le hicieran perder hasta el último de sus pétalos negros. Una cuenta atrás en la que el llamado descendiente debería encontrar el tesoro más oculto y preciado de esta ralea. Una vez hallado, ya no habría vuelta atrás. Una nueva guerra se libraría, siendo la libertad el único propósito. Viana, la dama del lago Yesian, le había transmitido el conocimiento y la sabiduría de aquellas palabras encantadas. ¿Cómo lo había averiguado la gran dama? Ese detalle se escapaba a su entendimiento.

De repente el hombre se detuvo. La brisa del viento rozaba sus mejillas y el pelo sucio y raído sobre sus hombros ondeaba en el aire. Un débil olor a sudor y polvo llegó hasta su nariz. No emanaba de él mismo, a pesar de llevar muchos días sin poder darse un buen baño, la urgencia de su misión le había impedido detenerse demasiado tiempo en alguno de los muchos ríos que había cruzado.

El viento le trajo de nuevo aquel efluvio. Ahora más próximo, el olor del polvo del camino y el sudor de la carrera se mezclaban con otro que también reconoció. Caballos... Entonces supo que no estaba solo. Su Nirvel se detuvo a su lado. Los dos observaron su alrededor, percibiendo el dulce cántico de los pájaros y el roce de las hojas de los árboles. Percibiendo también el hedor del miedo y del agotamiento, cada vez más cercanos. Definitivamente, interrumpió el pequeño trance en el cual se encontraba sumergido hacía escasos minutos y abriotodos sus sentidos prestando la mayor atención posible. Poco a poco fue notando cómo el suelo empezaba a emitir un pequeño temblor, producido por los cascos de los caballos que se aproximaban a toda velocidad.

Los Tres Reinos. Averyn.Where stories live. Discover now