Capítulo 8. Esmenota

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Cuando despertaron a la mañana siguiente, tomaron un rápido desayuno y, tras recoger los caballos del establo y despedirse del viejo Äriston, emprendieron de nuevo su camino hacia la ciudad portuaria.

Ya había amanecido del todo y llevaban un buen trecho cuando, siguiendo su camino desde el noroeste, divisaron la ciudad de Esmenota. Variopintas banderolas y estandartes ondeaban al viento desde lo alto de las almenas, rodeadas de grises muros que componían un grande y pasmoso recinto amurallado dividido en tres niveles, uno para cada clase social. Estaba enclavada en un pequeño valle muy cercano al mar del sur, por lo que su altitud era más bien escasa. Protegida entre grandes peñascos y por las murallas que envolvían gran parte de la ciudadela, se hallaba una gran torre central situada en lo más alto, con excelentes vistas de todo lo que le rodeaba. Solía ser esta torre el aposento del alguacil, súbdito del rey Hertos, cuando este último no regentaba por los lindes meridionales del reino. No tenía río que bañara sus orillas como Gualhardet, pero un pequeño delta se adentraba lo suficiente para calar sus costas y dar alimento a las muchas familias que allí vivían, pues se alimentaban principalmente de su recurso por excelencia, la pesca. El agua que bebían era transportada en grandes barcos hasta el puerto para más tarde ser depositada en un pequeño embalse y ser repartida entre la población. La exportaban de otras regiones como Esvertía o Everthon, y poseían gran cantidad de navíos que colmaban la batiente de altos mástiles que ondeaban en el verde mar Ak-Deniz.

Se inhalaba un dulce clima litoral, pues el adusto frío había remitido, y los muchachos pudieron desprenderse de sus pesadas y gruesas capas de viaje. La nieve apenas era visible ya, solamente en las cimas de los farallones más altos quedaban restos, resguardados por la sombra de los pinos situados en la zona más elevada. Cerca del monte bajo, se cultivaban cítricos, olivos, algarrobos y almendros que en primavera solían poner una nota de colorido muy alegre al paisaje. Bastian, Yvain, Melowyn y Meliot desmontaron de sus exhaustos caballos y siguieron a pie a través de la senda hasta llegar a un pequeño puente de piedra que cruzaba el delta. Ahora, y dejando de lado el puerto, la senda ascendía con extraordinaria singularidad hasta una pequeña abertura situada en la roca del peñasco más próximo. Era la entrada del baluarte, excavada en la mismísima roca. Una gran multitud empezaba a inundar las sendas y caminos cuando al atravesar el pequeño túnel se adentraron en la fortaleza

Tras el portal de acceso al recinto amurallado se hallaba el primer nivel. Todo estaba engalanado para dicha ocasión, banderines y una apacible música ambiental se dejaban ver y oír ya por sus calles. A un lado se hallaba una iglesia de alto campanario que hacia repicar sus campanas anunciando la llegada del gran día. La calle se extendía en pendiente apareciendo a ambos lados un gran número de marchantes y mercaderes asediados por una gran multitud. Tras dejar sus palafrenes en un viejo establo habilitado para la ocasión, los muchachos se detuvieron a beber un poco de agua que manaba de una fuente de piedra enclavada en la misma pared de la muralla, y que tenía un grabado en la parte superior que rezaba Fuente de las Tres Lágrimas.

—Qué nombre tan extraño para una fuente —comentó Yvain.

—Seguramente debe albergar alguna fábula o leyenda de antaño —respondió su hermano.

—Pero, ¿por qué tres lágrimas y no dos?

—¿Quieres darte prisa y beber? —La regañó Bastian—. Hay gente que está esperando su turno.

Melowyn y Meliot rieron.

En ese justo instante, un tropel de soldados pasó junto a ellos. El capitán iba al frente del escuadrón, y en el centro una figura a caballo era acompañada por su séquito.

Los Tres Reinos. Averyn.Waar verhalen tot leven komen. Ontdek het nu