Capítulo 32. Piel de Ángel

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Flik y Grapis habían conducido a los chicos en su cuarto día hasta un claro alejado. Los faunos habían hecho todo el camino sin bajar la guardia ni un solo momento. Era tan importante que nadie sospechara que los estaban ayudando que utilizaron todo su empeño y sus recursos. Los muchachos les seguían sin mostrar recelo o dudas, aunque todos se sentían inquietos. ¿Cómo sabían que no les estaban conduciendo a una muerte segura? Bastian no quería pensar en ello. No se fiaba ni de su sombra, pero no les quedaba otra alternativa. El joven los miraba atento sin apartar la vista lo más mínimo, y verdaderamente los faunos parecían asustados tras haberlos llevado más allá de donde ambos hubieran querido.

Más tarde, y tras llegar al punto exacto que habían descrito momentos antes, les indicaron el lugar donde podían acampar y descansar tranquilamente de la larga caminata. Después, desaparecieron como el sol en el ocaso casi sin dejar rastro ni huella. No quisieron saber nada más al respecto, no contestaron a más preguntas. Ni siquiera se despidieron al abandonarlos en aquel lugar. Bastian no se extrañó ni lo más mínimo, aunque agradeció en parte el cumplimiento de su promesa. Quizás en un futuro les prestara más confianza de la que les había dedicado en esta ocasión.

Parecía un lugar seguro a primera vista, pero no quería confiarse. Primero echaría un ojo a todo cuanto les rodeaba. Tras un primer análisis y si no había alternativa alguna, seguiría los consejos de Flik al pie de la letra. Él era conocedor de cada rincón de Garsenda y los peligros que albergaba en su interior. Al menos eso quería creer o le había dicho él.

Se hallaban en una pequeña planicie junto a un río caudaloso que vertía sus aguas en un malecón poco profundo unas millas más abajo. Aquel bonito paisaje estaba formado por roquedos labrados sobre la caliza, que habían sido originados por la acción erosiva del río. Se hallaban rodeados de altos chopos y sauces. Allí descansarían esa tarde y pasarían la noche. Tras meditarlo lo habían decidido conjuntamente.

Ahora que volvían a estar solos, los muchachos habían decidido crear unas normas básicas a seguir de obligado cumplimiento. El acuerdo contemplaba no separarse durante el día del grupo más allá de lo que su vista alcanzaba a ver y, por descontado, estaba terminantemente prohibido ausentarse solos durante la noche. Todos estuvieron de acuerdo, aunque bien sabían que tenían que hacer sus necesidades y no podrían estar acompañados en todo momento.

Las siguientes horas las dedicaron a establecerse y asentar las mantas en un lugar seco y poco pedregoso. Mientras Ian y Erestor se encargaban de buscar un poco de leña, Meliot y Toumas escudriñaban en busca de piedras grandes con las que rodear el fuego. Yvain y Melowyn escrutaban entre las alforjas disertando sobre lo que prepararían para la cena. Bastian miraba a su alrededor. No querían agotar provisiones si no era necesario, pero el bosque parecía estar en calma y sería difícil cazar alguna pieza con la que poder darse un pequeño festín.

—Daré un rodeo en busca de comida. Esto es un bosque y nadie lo diría —dijo socarronamente.

—Te acompañaré —le dijo Meliot.

—No hace falta, Mel. No me alejaré demasiado a vuestros ojos. Recogeré bayas o frutos si no hay carne fresca.

—De algo se alimentarán aquí, digo yo —rio Toumas, que había escuchado la conversación entre ambos.

—Melowyn, ¿me prestas tu arco?

—Claro, Bas. Está apoyado sobre aquel tronco.

—Gracias. Volveré enseguida.

Bastian se acercó, cogió el arco y empezó a caminar adentrándose entre los árboles. Observaba las copas más altas intentando inmiscuirse entre el follaje, quizá viera algún petigrís saltar de rama en rama. Tanto silencio lo abrumaba. No era lógico ni normal. Seguía caminando entre los matojos y ramas caídas. Pese a las lecciones de Ama no conseguía diferenciar las distintas variedades de plantas. No las cogería si no estaba seguro. Caminaba tan concentrado en su entorno que cuando quiso darse cuenta se había alejado demasiado. Se dio la vuelta y no distinguió los colores afines del campamento. Las voces tampoco se oían en la lejanía a pesar de la calma en la que andaban envueltos. Viró hacia un lado subiendo a un pequeño montículo y decidió volver sobre sus pasos bordeándolo. Unos metros más adelante había como un gran magnolio gris que ocultaba una zona sin árboles tras él. Decidió acercarse y ver el paisaje desde aquella situación.

Los Tres Reinos. Averyn.Où les histoires vivent. Découvrez maintenant