Capítulo 6. Nilmar

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A la mañana siguiente, cuando Bastian se despertó y se vistió, lo primero que hizo fue dejar la carta superpuesta entre la guía de cuerno de la ventana. Había pasado gran parte de esa noche pensando en aquel emisario. ¿Y si la carta no la había escrito Daeron? Podía ser una opción. ¿Y si era una trampa? ¿Qué querían conseguir con ello? No, era de Daeron. Estaba seguro, o al menos quería creerlo. Sin duda aquello le traería más de un quebradero de cabeza.

Seguidamente bajó al salón, donde Garmon lo esperaba sentado sobre el banquillo de madera. Al verlo se levantó y, tras recoger los enseres que Melianda les había preparado, salieron juntos de la casa. Cargaron un pequeño fardo junto con su desayuno y algunas herramientas sobre el carro y partieron con Zefiro a faenar hacia los campos colindantes. Pasaron gran parte de la mañana esparciendo semillas a mano sobre la tierra. Los pájaros solían intentar comérselas, y casi siempre conseguían robar bastantes granos. Pero nunca suficientes como para arruinar su labor de siembra.

Cuando llegaron a casa de nuevo tras la dura jornada de faena, y después de haber comido un suculento plato de liebre con especias, Bastian subió a su habitación con el ansia y la esperanza de no encontrar la pequeña hoja sujeta a la ventana. Sus pobres ilusiones quedaron hechas añicos al contemplar que su nota seguía allí. Frustrado e impotente pensó por un instante en cogerla y destrozarla en pequeños fragmentos. Era estúpido. Jamás desaparecería. Pero algo en su interior clamaba paciencia. Pasó la tarde dando de comer a las gallinas en el concurrido establo, y tras una cena rápida se acostó pronto, pues se hallaba abatido y sentía que las fuerzas ya no le acompañaban.

El día siguiente fue muy similar al anterior, y nada de lo que ansiaba Bastian ocurrió. El tercer día, cuando se levantó y se vistió, tardó varios minutos en percatarse de que la carta había desaparecido. Se acercó rápidamente a la ventana y rastreó toda la zona cerciorándose de que el viento no le hubiera jugado una mala pasada. Pero no vio ni rastro de ella. Bajó al salón sintiéndose más feliz que nunca. Esa felicidad haría más corto y llevadero el día de trabajo que le esperaba en el campo.

Ya entrada la tarde, fue en busca de su amigo Meliot para contarle todo lo sucedido. Cuando llegó a la herrería, encontró a Melkiades empuñando un gran martillo que hacía entrechocar el más fuerte de los metales contra el sólido yunque de hierro. Después de echar un rápido vistazo a su alrededor evidenció que su amigo no estaba allí. Melkiades había cesado sus martillazos y lo miraba, esperando una pronta reacción.

—Buenas tardes, Mel —dijo al fin—. ¿Por casualidad no sabrás dónde ha ido Meliot?

—Salió hace escasamente una hora. La verdad es que pensaba que estaría contigo. Me dijo que iba a dar un paseo por el viejo campo de tiro, o eso es lo que me pareció oír.

—Gracias —le respondió el muchacho. Y salió corriendo a toda prisa.

—¿Quieres que le...?

Empero Bastian ya había desparecido de su campo de visión y se encaminaba por la senda, río abajo, hacía el añejo campo de tiro. ¿Habría ido a buscar a Melowyn? ¿Por qué no le había avisado?

Cuando llegó al lugar comprobó que no estaba vacío. Dos siluetas se hallaban bajo la sombra de un nogal. Algo en su interior se revolvió y un sentimiento desconocido lo invadió. No era un sentimiento agradable, y no le gustó. Supuso que la desilusión se reflejaba en su rostro, y se obligó a sonreír. Se acercó hasta donde se encontraban los dos jóvenes y los saludó con gran énfasis.

—¡Hola, chicos! —dijo, intentando ignorar lo que estaba sintiendo—. Tengo nuevas noticias.

—Venga, no te hagas el remolón —le apremió Meliot.

Los Tres Reinos. Averyn.Where stories live. Discover now