Capítulo 21. Mazmorras en el Aire

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Bastian, Melowyn y Erestor cabalgaron velozmente durante toda la jornada sin detenerse apenas ni para comer ni para descansar. A decir verdad, solamente se apearon de sus corceles escasos minutos para que los animales bebieran el agua que manaba de los riachuelos que encontraban a su paso, suficiente para recobrar fuerzas y continuar la marcha.

Había caído la noche por sobre las montañas cuando divisaron la luz tenue del resplandor de la ciudadela. Las estrellas dibujaban formas y figuras en el ancho del cielo, mientras una diminuta nube avanzaba en pos de la luna llena. Los palafrenes, fatigados tras el duro día de viaje, relinchaban clamando piedad cuando Bastian vislumbró el empedrado camino que conducía a través del puerto para después elevarse hasta la embocadura de la gran muralla de piedra. El mar estaba en calma y reinaba el silencio, pues el ajetreo diurno había llegado a su cese y la muchedumbre descansaba ya en sus hogares. Los tres muchachos descabalgaron y continuaron a pie dejando de lado el puerto y unas pocas embarcaciones que flotaban en la oscuridad. Cuando se hubieron adentrado lo suficiente como para distinguir en la lejanía la original puerta excavada en las mismas entrañas de la muralla, Bastian se detuvo.

—¿Qué ocurre, por qué nos detenemos? —preguntó Erestor.

—Hay soldados montando guardia en la puerta principal —le contestó Bastian.

—Debimos suponerlo —refunfuñó Erestor molesto—. ¿Qué podemos hacer ahora?

—Pues esperemos a que amanezca —respondió Melowyn—. A la luz del día no hay soldados que vigilen la puerta de entrada, además pasaremos desapercibidos más fácilmente que si lo intentamos ahora.

—Nada de eso, no podemos permitirnos perder más tiempo, recordad que Toumas estaba herido y desconocemos su estado de gravedad. Debemos regresar cuanto antes —dijo Bastian pensativo—. Creo que tengo una idea.

—Por qué será que no tengo buenas sensaciones —susurró Erestor.

—Dejad que sea yo quien hable —dijo Bastian— y, pase lo que pase, ¡cerrad el pico! ¿Entendido?

Ambos asintieron.

Se acercaron hasta la empalizada donde los dos soldados se encontraban haciendo la guardia. Uno de los guardias era alto y fornido mientras que el otro era gordo, bajito y rechoncho. Sus rostros eran casi inapreciables debido a los morriones de acero que portaban sobre la cabeza. El más alto estaba apoyado sobre el mismo muro que lindaba con el portal y ambos vestían igual. Una cota de placas con remaches les envolvía la cintura y colgado del cinto llevaban un broquel, que no era más que un simple escudo que se sujetaba con el puño. El bajito se hallaba cabizbajo y parecía completamente dormido. Cuando llegaron se detuvieron ante ellos, el más fornido golpeó el escudo de su compañero con la puntilla de su alabarda. Éste se despertó sobresaltado y, al verlos, se orientó irguiéndose de sopetón. Al instante, y poniendo sus alabardas en cruz, les cerraron el paso rápidamente. Melowyn se temía lo peor.

—¿Quiénes sois y de dónde venís? —preguntó el más gordito con voz graciosa.

—Saludos, guardianes de la noche —dijo Bastian sumamente tranquilo. Mi nombre es Abbaer Ulric; ésta es mi hermana Ayrina y él, mi primo Caél. Venimos desde un pueblo muy alejado, situado bajo los riscos de las Montañas Pendencieras, donde nace y fluye el trasparente río Monaut. Cansados de tanta nieve, mucho frío y poco trabajo, hemos viajado por duros caminos y senderos hasta llegar a Esmenota con el fin de encontrar a un viejo amigo de nuestro recién difunto padre.

Los guardianes seguían atentos a su relato, mientras Erestor empezaba a inquietarse. ¿Por qué demonios le estaría dando tantas explicaciones?

Los Tres Reinos. Averyn.Kde žijí příběhy. Začni objevovat