Someone.

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"Alguna vez

alguna vez tal vez

me iré sin quedarme

me iré como quien se va".

Árbol de Diana - Alejandra Pizarnik.


Las gotas resplandecían en el cristal de mi ventana. Mis párpados poco más podrían mantenerse quietos para poder seguir observando el total desinterés humano que se encontraba en la calle, algunos pisos abajo. El tiempo corría lentamente, el vapor de la humedad quedaba incrustado en el reflejo de mi rostro, que cada vez parecía mostrar un gesto cansado y desorbitado.

Una sola persona se encontraba causando el revuelo en mi mente. Otra única persona era quien me había desvelado hacía algo más de treinta minutos —tiempo en el que me encontraba sentada frente a mi fría ventana observando con detenimiento las acciones que parecían suceder casi de improvisto—. Quería creer que en cualquier momento dejarían de hablar, de pensar... incluso de debatir aluna estrategia. Pero el reloj seguía ocupando sus manecillas y yo me encontraba cada vez más dormida.

Eran dos siluetas negras dentro de un marco de oscuridad aún más profundo que podría sintetizar como la misma noche que los embarcaba a ambos actores de la tragedia griega que se enfrentaba ante mí. Yo era solo una espectadora, una visionaria en ciertos momentos que disponía en grado mínimo el poder de descifrar lo que, aproximadamente, decían los actores en escena. No escuchaba los gritos que se propinaban el uno al otro entre la lluvia, la que parecía ser la coordinadora de escenas o incluso una cruel titiritera que movía sus diminutos cuerpos desde muy por arriba de sus cabezas.

Nuevamente mis párpados tendieron a cerrarse, a inclinarse para que pudiera descansar como hacía días no podía. Pero intenté mantenerme despierta una vez más. Procuré permanecer atenta al menos en aquel momento en el que ambas siluetas —cada vez más pequeñas y borrosas debido a mis ojos somnolientos— se enfrentaban arduamente. Encontraba aquella discusión una peripecia en una tragedia: un cambio brusco en la dirección por la que venía hasta ahora corriendo tranquilamente su destino.

Tragedias continuas. Tragedias continuas.

Comenzaron a reírse sistemáticamente. Risas agudas interfirieron despacio por mis propios tímpanos, quebrándome el cráneo en un mareo ensordecedor. De nuevo posé la vista en las intranquilas gotas que llevaban desde hacía un buen rato desprendiendo sus cuerpecitos contra la ventana. Eran inhumanas, pesadas. Correteaban entre ellas y no dejaban paso a otro pensamiento más que al suicidio. Me relamí los labios ante tal pensamiento.

Violencia. Deberías estar viendo más de cerca.

Uno de los sujetos golpeó con el dorso de su mano la mejilla derecha de la otra sombra. Resonó en mi memoria una serie de sonidos de golpe contra la carne que desde muy chica he guardado en algún lugar muy profundo de la cabeza. ¿Cómo habrá sonado en realidad el golpe? No lo sabría jamás. Pero podía imaginarme un sinfín de respuestas mentales que tal vez se aproximarían.

¿Y la lluvia a su alrededor? No podía escucharla dentro de mí, ni siquiera podía imaginármela como un mero susurro en mis oídos. Estaba perdiendo la imaginación cada vez con más lentitud. Las siluetas empezaron a discutir más fuerte, lo podía notar en sus gestos desesperados. Intuitivamente casi homicidas.

Debes intentar hacer que sea peor para ellos.

Exacto. Debía hacer que mi prima y mi padre se despedazaran entre sí. Dejé de ver a ambos enamorados a punto de casarse, o matarse, y retiré mi punto de visión hacia mi escritorio. Me levanté del suelo despacio. Mis rodillas temblaban, mis huesos intentaban tácticas para desmejorase y presiento que en cualquier momento me estoy por caer de boca al suelo. Me dolían las articulaciones de todo el cuerpo, de manera tal que casi que no podía sentir mis propios movimientos, los cuales se automatizaban hasta el punto de no recordar el paso que había dado anteriormente.

Desestabilización. Entiende Ariana, pierdes tu cuerpo.

Una voz siseaba en mi cabeza con poca paciencia, como si estuviera enfurecida. Sentía la presión de su enojo contra mi oreja con vehemencia.

—Vamos Ariana, falta poco —me dije con poca paciencia.

Pero escuché la voz lejana, ajena a mí misma. Sentía que ese timbre de voz no me correspondía: yo no me pertenecía. Me alejé de mí misma, como si fuera una desconocida. A veces despacio, otras tan rápido que ni siquiera lo había percibido. Caí de rodillas al suelo y éste se convirtió en mi aposento por toda la restante noche.


Dolor. Muerte. Agonía. Tortura. Sufrimiento. Carne. Sangre. Alimento. Ariana, despierta.

Desperté con el sonido de una alarma lejana. El sonido inquietante me molestaba a tal extremo que creo que va a estallar en cualquier momento a pesar de que ellas se mantenían quietas, alertas. Abrí los ojos con desdén. Empecé a sentir un cosquilleo que recorrió toda mi piel, como si miles de gusanos se encontraran danzando sobre mi carne, impacientes ante la idea de masticarme despacio. Pero aún estaba viva. Y aún tenía un plan que llevar a cabo.

Me sentía inquieta, perturbada, como si acabara de olvidar algo importante. Hasta que lo recordé y empecé a levantarme con toda la fuerza que mis brazos me permitieron, pero ya no es la suficiente como para mantenerme de pie suficiente tiempo.

Débil.

Me encontré de rodillas, flaqueando ante la posibilidad de una caída todavía más abrupta si es que estaba de pie. El cuerpo me temblaba, casi no reconozco cómo soy. Mis facciones desaparecen al igual que mi identidad. Se infectaban de ellas, de mi objetivo. Pero sí logré percibir algunos detalles más de gente a mí alrededor. Distingo rostros en mi mente que poseen nombres abultados, casi extenuantes, que a la hora de intentar recordarlos se convierten en nebulosas grises que despedazan de a poco mis pensamientos.

Derek.

Saul.

Robert.

Gwyneth.

Jennifer.

Sophie.

Joshua.

Incluso resonó dentro de mi oído un nombre distanciado de mí misma. Su cabello oro, sus ojos grises, a veces verdes. Su mirada intensa que comenzaba a peligrar ante la oscuridad. Su porte seguro, a veces torcido por su familia.

—Jamie —recité despacio.

Silencio.


Tantee sobre mi escritorio hasta encontrar con suavidad la llanura ovalada de un cilindro pequeño: un lápiz. No tenía un solo sentimiento que pudiera tener nombre propio dentro del diccionario y así poder escribirlo de forma precisa. Seguía pensando, pero aún estaba sin poder describir lo que quería colocar allí, en el único lugar donde podía acercarme a él de manera indirecta.

Sabía desde la noche anterior que este día iba a ser decisivo, incluso agonizante. Mi destino luego de los hechos que estaba planeando hacer en el acontecimiento que en horas se realizaba iba a traerme consecuencias sumamente negativas para lo que restaba de mi vida.

Pero ya no sabía si ese acontecimiento se iba a realizar luego de los sucesos de anoche. Aquellos que había presenciado en la ventana de mi habitación, entre la lluvia y el viento que azotaba contra mi vista casi sin hacerlo del todo, podrían haber acabado con la boda. Entonces, sin darme cuenta, escribí contra la madera del escritorio tomando el lápiz con toda la fuerza que podía alcanzar, hundiendo la punta en el material dúctil. El destinatario era solamente uno, al igual que la palabra escrita. Pero lo que sentía iba más allá, y esperaba que él pudiera entenderlo en aquella palabra. Cuando terminé, suspiré despacio. Debía prepararme. Me reconocí de a poco, con suerte. Me encontré mirándome al espejo con los ojos cerrados. Me llamaba Ariana y pronto tendría una peripecia en mi propio destino trágico.


Rasgadas, en la porosidad de la madera, se encontraban escritas con desesperación dos simples palabras.

"Jamie: gracias".

Schizophrenic Obsession © (Trilogía Obsession #1)Where stories live. Discover now