Capítulo 18

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ORLANDO

El maldito sonido del celular, no ha parado de sonar. Abro los ojos y me encuentro tirado en el frío y duro suelo de la habitación del hotel.

Me duele la cara y el estómago.
El cerebro no deja de palpitarme dentro de la maldita cabeza, tengo la boca seca y parece como si me hubiese arrollado un tren.

Me pongo de pie y me siento sobre la orilla de la cama mientras llevo las manos sobre mi cabello.

Aún no puedo creer el estado en el que me puse anoche, sin duda regresé a actuar como un verdadero troglodita.
La pantalla del celular se ilumina y vuelve a timbrar.

¡Mierda!
El sonido hace a mi cerebro convulsionarse, obligándome a esbozar una mueca de dolor.

Lo tomo de la cama y el número es de papá, lo rechazo. De seguro quiere que vaya a trabajar, pero me niego rotundamente. Tengo el ánimo por los malditos suelos en este instante.

Vuelve a sonar, ¡carajo!
Decido tomarla de una vez, o no lograré quitármelo de encima.

—¿Qué? —ladro.

—¿Quién putas te crees que eres?, ¿el rey de Inglaterra? Quiero verte en este instante en la junta de la compañía. No me importa dónde o con quién estés. ¡Dije ahora, Orlando!

Cuelga antes de que pueda darle una negativa. En un momento de rabia, grito y aviento el jodido teléfono por los aires y sólo escucho cómo se estrella contra la pared.

¡Maldita mierda!

En contra de mi voluntad arrastro mi cuerpo hasta la regadera, decenas de maldiciones brotan de mi boca.
Me desnudo y entro a la regadera. El alcohol reclama lo suyo y la resaca hace que esta ducha me sepa a gloria. Las tibias gotas de agua acarician mi cuerpo adolorido, reconfortándome.

Cuando termino, salgo y me paseo desnudo por toda la habitación. Siempre me ha gustado hacerlo, este, es mi hotel y puedo hacer lo que quiera en él. Mi vista es atraída hacia los anillos tirados en el piso, junto a una carta totalmente destrozada. El corazón se me estruja y me siento como un imbécil. Los recojo y guardo dentro de mi portafolios.

El recuerdo de lo que pasó ayer llega a mi mente, mientras escojo algo decente que ponerme.

Bien, el gilipollas de Alberto logró arrebatarme lo que en verdad me interesa en este jodido mundo. No culparé a Ricardo de nada, sé que yo tuve toda la culpa en esto.

Jamás hubiera ido a ese bar y así no me hubiese encontrado a Iker.

—O la Barbie plástica, como le dice él —digo para mí. No puedo evitar reír.

Así no se me hubiera insinuado y no hubiese caído en su maldita trampa.

«¡Eres un maldito pérfido!»

Sé que debí haberle ocultado la verdad, pero no quiero más mentiras en nuestra relación, además, de que miento como la mierda cuando estoy con él. Nunca debí haberle puesto una mano encima, fue un accidente; sólo espero que lo entienda, no fue mi intención hacerle daño.

Debo darle tiempo para que procese todo lo que pasó ayer. Sé que me ama un tanto más que yo.
Aunque por dentro estoy confundido, y un poco cabreado, él debió haberse quedado conmigo, como esposos que ahora somos.

Mi verdadero cieloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora