Tienda comercial.

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Orlando lleva su dedo índice hasta sus labios, indicándome que guarde silencio.

—Ehmm... —carraspeo lentamente mi garganta—. Sí, todo bien. Gracias —respondo.

—¿Es la talla correcta? puedo traerle la siguiente —sugiere, muy amable.

«Si supiera que es la talla perfecta para mí. Y no estamos hablando precisamente de jeans»
Mi subconsciente puede a veces ser demaciado vulgar.

—La talla es perfecta. Le llamaré si necesitamos algo. Gracias.

—Muy bien. Disculpe, ¿y el señor Del Real? ¿no estaba con usted?

—No, debe estár por ahí... —miro a Orlando y me sonríe, entonces se clava en mí y gimo cerrando los ojos. ¡Ah!— Ya aparecerá.

—Regreso en un momento.

Se escucha que se alejan sus pisadas y Orlando vuelve a arremeter contra mí.

—Ahora sí cariño, terminemos con esto, o se darán cuenta de estamos los dos aquí.

Toma mis caderas y libera mis manos. Las llevo contra de la pared mientras soporto sus embestidas.

—Lo hiciste bien, pequeño. Pero aún no puedes correrte.

Acelera su ritmo y yo no paro de gemir en voz baja, bajo mi mano y comienzo a darme placer yo mismo. Oh diablos, lo necesito. Su pene entra en lo más profundo de mí, acariciando, rozando, estimulando esa parte dentro de mí que me hace estallar.
Apreto todo mi cuerpo, incluídos mis ojos, y y cuando estoy a punto, Orlando se detiene y mi cuerpo se queda temblando, el inminente orgasmo se esfuma entre mis dedos como arena. No, no pares, por favor.
Orlando comienza de nuevo y pongo mala cara, ¿por qué él sí y yo no?

—Oh, carajo —exclama y sus dedos se clavan a mis caderas.  Su cuerpo se tensa, liberando todo lo acumulado en su cuerpo, en total silencio. Gimoteando en voz baja.

El pene de Orlando sigue dentro y siento como comienza a expandirse y como llena mi recto con sus fluidos. Sus dientes muerden mi espalda, obligándome a chillar.
Me recargo rendido sobre la blanca pared, tratando de buscar algún lugar dónde reposar.

Cuando la razón regresa a nuestros cuerpos, me subo el pantalón y trato de alisar mi camisa arrugada. Orlando hace lo mismo y cuando estamos de nuevo presentables, toma los pantalones tirados del suelo y abre la puerta y sale. Echa un vistazo y me hace una seña con la mano para que salga del probador.
Sin decir nada lo sigo camino hasta la caja de pago y miro a mi alrededor.
Cielo santo, tuve sexo en una tienda. La cruda moral me llega, haciendo que me sienta culpable.

Julia se nos acerca sonriente y le devolvemos el gesto.

—¿Alguno fue de su agrado?

Asiento, mintiendo. No del todo, no me vine. ¿Qué esperaba? Pienso internamente.

—Los llevaremos todos —anuncia Orlando.

Pongo los ojos en blanco a sus espaldas. Este hombre no tiene remedio.

Julia sonríe contenta. Otra más que hace la venta del día. Fácil, son como treinta jeans. Reviso la etiqueta de uno de ellos y me encuentro con el exorbitante precio de dos mil setecientos ochenta y nueve pesos.
Santo Tomás.

Mi verdadero cieloWo Geschichten leben. Entdecke jetzt