Él.

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Me paso la mano por el cabello, rogando a Dios que pase el autobús pronto. Miro la pantalla de mi celular.

¡Cielo santo!
Son las siete veinticinco, definitivamente no puedo esperar más. Apago mis auriculares y le hago la parada a el primer taxi que pasa.

En seguida un coche se orilla y me subo lo más rápido que puedo, entre menos tiempo pierda, mejor.

—Buenos días, ¿podría llevarme al Instituto Europeo, por favor? —digo mientras me acomodo en el asiento trasero y pongo mi mochila a un costado mío.

—Claro, será un placer —me responde el conductor muy educado.

Tiro de la puerta y no mido mi fuerza que se azota sin querer, haciendo un gran eco dentro del auto. El gesto feliz en mi rostro cambia, a uno de culpabilidad. Apenado, volteo a ver al conductor.

«¡Estúpido!» ladra mi subconsciente. No puedo pelear con él. Tiene razón.

Mis ojos quedan atrapados y yo quedo embelesado al contemplar semejante adonis. Madre mía. El hombre es guapísimo, de cabello negro azabache, unos ojos azules, claros como el cielo y llenos de brillo. Una sonrisa perfecta detrás de esos perfilados y rosados labios esculpidos por los mismísimos ángeles, y una barba cerrada semi crecida.

Mi boca cae abierta, anonadado por el apuesto hombre enfrente de mí. No encuentro mi voz por ninguna parte. No sé qué decir, ni cómo actuar.

Él sólo me sonríe.

—Lo..., lo siento fue sin querer —tartamudeo. Es lo único que se me ocurre decir. ¡Trágame Tierra!

—No te preocupes, esa puerta se azota muy seguido —sigue mirándome, aumentando mi nerviosismo—. Entonces... ¿Te llevo al instituto, verdad? —me pregunta, mientras me sonríe de nuevo.

Asiento lentamente, fue la única reacción que pude artícular.

¡Carajo! Es hermoso.
Se voltea y empieza a conducir. Hasta visto por detrás, lo es.

Nuestras miradas de vez en cuando coinciden en el espejo retrovisor. Ese azul celeste provoca sentimientos en mí, sentimientos que hacen removerme en mi asiento.

«¿Cómo es posible que hay hombres tan guapos como él?», me pregunta mi subconsciente. Bueno, coincidimos en eso.

˝Tan guapos y heteros˝ rectifico.

El pensamiento me deprime bastante. Me pregunto siquiera si llegará la posibilidad de que algún día encontraré a alguien como él, un verdadero dios griego.

Sus ojos se clavan en los míos a través del espejo.

—¿Y en qué semestre vas? —pregunta, rompiendo el silencio.

Mis manos comenzaron a sudar. ¡Madre de Dios! ¿por qué?

—Sexto semestre... Señor —respondo.

Sé que soné muy raro pero, así es como le hablo a las personas que no conozco. Él ríe en voz alta y agita su cabeza, negando. Su risa es el sonido más bello y excitante que he escuchado en toda mi vida. Oh por...

Mi verdadero cieloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora