Capítulo 25: Una nota sobre el escritorio

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Llegando a la unidad policial donde se desempeñaba Céspedes, Cristian dejó a Matilde en la recepción y le dijo a Lorena, la encargada ese día de la recepción, que se mantuviera atenta a ella, mientras él iba a la oficina del comandante.

—Permiso.

—Pasa.

Entró a la oficina que como de costumbre olía a madera nueva. En las paredes los trenes representados en distintas repisas en réplicas de alta calidad, que brillaban en su pequeña perfección; el comandante siempre estaba agregando alguno nuevo a su colección, y a los que se les ocurría, como a él el año anterior, hacerle un regalo, les resultaba cada vez más difícil encontrar un modelo que no tuviera.

Durante su carrera, Céspedes había estado a cargo de varias unidades, pero finalmente se había quedado en la de búsqueda de personas extraviadas, motivo por el cual no le era difícil entender lo que Mayorga le había dicho sobre el caso de las hermanas; en determinado momento habían trabajado juntos, y aunque de eso hacía un tiempo ya, el viejo policía era una fuente inagotable de conocimiento y apoyo, el que compartía con gusto, por lo cual no había sido difícil forjar una buena relación con él, que prácticamente era una amistad.

— ¿Cómo te fue en la oficina?

—Mal, la saquearon. Señor, todo esto parece solo confirmar mis suposiciones anteriores, hay alguien que está tratando por todos los medios de hacer desaparecer cualquier prueba de lo que ha sucedido; lo único bueno que puedo rescatar de todo es que hay una pista concreta del furgón en donde se llevaron a la paciente.

Cristian se sentó ante el escritorio donde, del otro lado, estaba el comandante atendiendo a todo lo que escuchaba.

—Al menos hay algo bueno que rescatar. Según mi experiencia, cuando una persona es sustraída o retenida, es de vital importancia saber cuáles son las motivaciones de quien lo hizo, para poder determinar con más precisión los movimientos que puede realizar después.

—En este caso no lo sabemos con total claridad, pero siguiendo la idea que le decía antes, es decir dos móviles cruzados, es posible que el doctor descubriera algo en la paciente que podría serle de utilidad, y viendo un buen negocio, decidió poner manos a la obra.

—En ese caso es improbable que el vehículo sea el mismo durante mucho tiempo, puede ser que no les sea de utilidad, sobre todo si es que ella está en un estado delicado. Tal vez otro vehículo grande como ese, incluso un camión pequeño donde transportarla, aunque yo no dejaría fuera a las ambulancias de servicios médicos particulares.

El más joven frunció el ceño, pensativo.

—Son demasiadas posibilidades, pero confío en la pista que tenemos y a partir de ahí y de los datos que encontremos del doctor y del otro hombre podamos construir algo más concreto.

— ¿Ya tienen sus datos?

— ¿Del otro hombre? Sí, es básicamente un delincuente de poca monta, ha estado en prisión algunas veces e involucrado en otras tantas por delitos de todo tipo, desde robo y agresión hasta falsificación de documentos públicos, aunque su área favorita parece ser la mecánica. La chatarrería es propiedad de un anciano que no se hace cargo de ella y desde luego no hay documentos en regla, pero el aporte desde ese lado no es mucho más.

Céspedes se puso de pie y caminó a paso lento hacia el pequeño bar que estaba en la esquina opuesta al escritorio. No era un mini bar en el estricto sentido de la palabra ya que no tenía licores en su interior, a cambio de ellos había todo tipo de infusiones que el comandante bebía constantemente para combatir su deseo de fumar, como él mismo se lo explicara en alguna ocasión. Cristian se sentía bastante preocupado por la rapidez que estaban demostrando quienes estuvieran detrás de aquel misterioso tratamiento y asesinato, porque a pesar de saber que en palabras sencillas no podía dar por hecho algo solo porque las circunstancias se lo indicaban, no había forma de pensar de otra forma.

La última heridaWhere stories live. Discover now