Capítulo 19: Sigue caminando

17 3 0
                                    



— ¿Dónde vamos?

La doctora estaba cada vez más nerviosa; casi no tenía dudas, ese caso era algo parecido a lo que Roberto le había dicho anteriormente sobre Patricia, pero eso solo hacía que todo fuera muchísimo más peligroso: si los interminables rumores acerca de una congregación de profesionales que trataban a personas de poder, y aplicaban en ellas tratamientos sorprendentes y de alcances insospechados, quien sea que hubiera cometido un error, el que desencadenó el ataque de Patricia, estaba claramente dispuesto a todo con tal de mantener el secreto. Ese hombre llamado Vicente, el amigo de Matilde, ¿Cuánta gente más? No sabía en quien confiar y había dejado a Patricia en manos de Medel, quien por cierto no le producía la más mínima confianza, de modo que las alternativas se cerraban.

—Estamos llegando, ya lo verá.

En todo el mundo había pocas personas en quien podía confiar, pero si tenía que elegir a una sola, era Santito. Estacionó el automóvil y bajó a carreras; la casa no tenía timbre, pero ella entró sin golpear.

—Buenos días.

Santito era un hombre de edad indescifrable que vivía recluido por decisión propia en una casa donde hacía sus negocios de todo tipo: ella lo conoció en la época de la universidad, cuando andaba buscando métodos para mantenerse despierta, típica historia de estudiante que llega a un dato por medio del amigo del conocido de un amigo.

—Romina, qué alegría verte.

El hombre era de baja estatura, de piel pecosa y cabello corto, aunque desordenado; en ese momento vestía una jardinera de mezclilla con evidentes muestras de haber estado trabajando en el jardín.

—Santito, te necesito.

—Siempre me necesitas —dijo él riendo—, pero hace tiempo que no pasa.

—No, no es eso, necesito la ambulancia, no puedo explicarte por qué.

Le pareció mejor no decirle nada, aunque era improbable que alguien pudiera establecer una relación entre ellos.

— ¿Está todo bien?

—No, no lo está.

El hombre adoptó una actitud mucho más seria, que a pesar de su aspecto le dio un aire de autoridad; no era de los que hacen preguntas innecesarias.

—Atrás, las llaves están en la guantera.

—No sabes cuánto te lo agradezco. Escucha —replicó mirando a sus ojos tan oscuros—, si llega a aparecer alguien...

—No creo que me encuentren, iré a dar un paseo donde mis familiares en el sur.

Ninguno de los dos dijo más. Era un hombre inteligente, muy por sobre la media y gracias a eso podía desarrollar sus propios medicamentos y fórmulas, y era lo suficientemente astuto como para saber cuándo había peligro cerca.

—Perdóname por meterte en esto.

—He pasado por cosas peores —repuso él con liviandad—, no pasa nada. Pero promete que vas a cuidarte.

—Lo haré.

Un par de minutos después Matilde y Soraya subían a la ambulancia.

— ¿Qué pasará con su auto?

—Este barrio es tranquilo aunque está relativamente cerca del Boulevard, el progreso todavía no llega hasta aquí —tardaremos menos de diez minutos en llegar, dijo para si— estará a salvo, ahora lo importante es que podamos entrar y sacar a su hermana. Matilde, tiene que estar muy atenta, si Antonio está en las inmediaciones las cosas van a ponerse muy feas.

La última heridaWhere stories live. Discover now