Capítulo 9: Ideas sugerentes

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Abrir los ojos se estaba convirtiendo poco a poco en una experiencia renovadora para Patricia; aún se sentía prisionera al estar recluida en su casa por causa del tratamiento, pero levantarse y ver en el espejo su piel cada vez más renovada y sana era un pago justo por cualquier tipo de sacrificio.

—Buenos días mamá.

—Buenos días hija.

—Matilde ya salió.

—Sí, dijo que no olvides no asomar la nariz fuera de aquí.

—Lo tendré en cuenta.

Entró al baño directamente a pararse frente al espejo para sacarse las vendas y realizar el cambio: Todos los días debía cambiarlas.

—Vamos a ver.

Ya era Viernes diez de Junio, casi daba un mes desde que tuviera el accidente pero ni ella misma diría que era tan poco al verla, parecían haber pasado meses por su piel. Por fuerza mantenía corto el cabello en el lado izquierdo para no obstruir el efecto de los medicamentos, lo que dejaba al descubierto la piel más suave y tersa del costado de la cabeza, la mejilla y el hombro. A juzgar por las imágenes que vio en la red, el avance de sus quemaduras podía fácilmente compararse con el de cinco meses de un tratamiento regular, y todavía podría decir que era aún mejor: lo que en un inicio era piel quemada, enrojecida, con gran relieve, ahora estaba mucho más lisa, de un color rojo tenue y con sensibilidad más cercana al resto del cuerpo. Además y como le anunciara su doctor, la piel de la cara avanzaba más lentamente al ser mucho más sensible, podía palpar y ver los surcos y gesticular seguía siendo bastante doloroso, pero no podía quejarse.

—Ahora a cambiar las vendas.

Le entregaban los vendajes dentro de una caja plástica esterilizada, desde donde sacaba una bolsa sellada al vacío por una abertura en el extremo. Al quitar el sello se sentía un suave perfume como de flores, aunque se evaporaba y solo quedaba una sensación fresca en el aire; en su trabajo tenía que saber cosas básicas de primeros auxilios, pero los días que habían pasado la convirtieron en una experta en vendajes y casi podría hacerlo sin mirar, aunque secretamente sabía que se miraba con atención porque no tenía la intención de perder detalle alguno de la evolución de su cuerpo.

A pesar de que podía llegar sola al lugar de tratamiento, de todos modos un vehículo pasaba por ella para llevarla, aunque a diferencia del primer día no era una ambulancia sino un automóvil gris conducido por un enfermero llamado Saúl y que siempre parecía muy animado; habían conversado bastante en los últimos días.

— ¿Vas a tomar desayuno?

—Solo una ensalada de fruta mamá, gracias.

Estar quieta en la casa iba a estropear su estado físico, pero por otro lado estaba disfrutando de un período de consentimiento ya que sus padres insistieran en quedarse a hacerle compañía; lo que antes le habría parecido muy molesto y un peligro para su privacidad, ahora le venía bien, al menos hasta el momento, además que en algún día muy cercano todo volvería a la normalidad y todos retomarían sus actividades ¿Que iba a hacer con la policía?

Quizás lo único doloroso en ese tiempo había sido rechazar continuamente las invitaciones y visitas de sus amigos de la unidad y los externos, aunque estaba rodeada de personas que la querían y se preocupaban por ella pero ¿Cómo iba a explicarles que de un día para otro estaba a medio camino de una recuperación casi milagrosa? Aún con las vendas puestas se notaba la diferencia en la piel, y no solo estaba lo visual, también las excusas que no terminaban de fabricar. Matilde tenía razón al decirle constantemente que debía mantenerse en el departamento y no dejarse ver, porque por mucho que confiaba en sus amigos, y que a los de a unidad les confiaría la vida, no podía arriesgar el patrimonio que le quedaba a la familia exponiendo lo que le estaba pasando, al menos no todavía. Cuando pasara más tiempo podría reaparecer, y decir que en realidad las quemaduras eran menos profundas de lo que decía el primer diagnóstico o que había estado fuera del país atendiéndose con alguna eminencia, esas ideas eran frecuentes en sus conversaciones con sus padres, que se habían tomado muy a pecho lo de mantenerla oculta por mucho que no hablaran de la hipoteca.

La última heridaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora