Capítulo 3: Cristales en mil pedazos

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En medio de la cafetería del servicio de urgencia donde había pasado la mayor parte de la mañana y junto a tres de sus amigos, Matilde estaba aterrorizada ante una simple llamada telefónica, pero aún en el estado mental en que estaba le pareció que el tono de voz de su padre era extrañamente enérgico y trivial, todo lo contrario de lo que se esperaría de noticias trágicas.

—Papá, yo...

—Dijiste que ibas a llamarnos durante el desayuno —replicó él intensamente—, y no llamaron, y después no contesta ninguna de las dos.

Se quedó un momento en blanco, tontamente mirando a la nada mientras escuchaba aquellas palabras. Y solo un momento después recordó que el día anterior los había llamado para decirles que los llamaría durante el desayuno con Patricia.

— ¿Hola?

—Sí, estoy aquí —respondió con voz mecánica—, estoy aquí, lo que ocurre es que mi teléfono está estropeado, no puedo usarlo y Patricia parece que perdió el suyo.

—Dios, estas muchachas —comentó él hacia un lado, seguramente hacia su madre—, a veces no saben dónde tienen la cabeza siquiera.

Tenía que cortar esa llamada.

—Papá, ahora mismo estoy fuera, voy al servicio técnico, llamo más tarde.

—Tu madre quiere decirte algo.

No. No iba a poder hablar con ella sin echarse a llorar; con un estremecimiento se decidió por extender la mentira que dijera momentos antes y terminar con eso.

—Papá, se me va a apagar otra vez y tendré que dejarlo en el servicio técnico ahora, los llamo luego ¿sí?

Él vaciló, pero finalmente aceptó.

—Está bien, puede esperar, además va a parir una yegua y queremos verla.

—Excelente. Te llamo después.

Cuando cortó se vio las manos temblorosas como si no fueran suyas; sus amigas, entendiendo todo, no hicieron comentarios y la guiaron hacia la mesa donde estaba Antonio en el celular.

—Tranquila, te pedimos un té de rosas.

—Gracias.

—Hice lo que me pediste —indicó Antonio con voz neutra, como si estuviera hablando de algo rutinario—, hasta ahora la noticia solo está en un medio televisivo y uno de radio, no quiero sonar frío, pero un choque en la Rotonda El Cerro tiene congregada a mucha gente en la parte norte y esos caos viales tienden a opacar lo demás.

Para Matilde sonaba increíblemente tranquilizador, pero comprobar que sus padres aún no se enteraran de nada no quitaba las posibilidades de que eso ocurriera, inclusive sabiendo que no se moverían de Rio dulce por causa de los animales.

—Gracias Antonio.

—De nada, tener costumbre debe servir de algo —al ver que las tres lo miraban confusas, explicó—, estoy trabajando en proceso de datos en Sircamp desde que salí del instituto.

Por un momento Matilde se sintió ridícula.

— ¿Trabajas en Sircamp?

—Sí.

—Mi tía trabaja ahí —dijo en voz baja—, tal vez la has visto. Alta, cabello rojizo, más de cincuenta, usa un bastón...

—La señora Andrade, claro —replicó él perplejo—, nunca había hecho la relación, pero la conozco, es decir la he visto con los peces gordos.

La última heridaWhere stories live. Discover now