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Habían pasado al menos dos horas, y aún no podía dormirme. Daba vueltas en la cama, de un lado a otro. Me paraba, chequeaba que Amelie estuviera bien, hacía cualquier cosa para dejar pasar el aburrimiento que el insomnio me estaba causando.

Ya resignada, decidí volver a la cama, y hacer el mayor esfuerzo por conciliar el sueño. No obstante, en el momento en que estaba por acostarme de nuevo, escuché una especie de susurros. Repetían mi nombre. Y el de Thomas. Era una voz meliflua, dulce. Era, sin duda alguna, la voz de una chica.

Confundida, me concentré en el sonido de su voz, tratando de ver de dónde provenía. Al final, supuse que la voz se originaba en un cuarto contiguo al nuestro, pues se escuchaba alarmantemente cerca. Era como si estuviera susurrando directo en mi oído, directo en mi mente.

Salí por la puerta con el mayor sigilo posible, cuidando de que la hinchada madera no rechinara mucho al abrirse. La curiosidad era más grande que mi confusión y mi miedo, por eso seguí la voz hasta un cuarto contiguo, como yo había previsto.

La puerta era igual a la de mi habitación, de una madera vieja. La abrí, y rechinó tan fuerte que creí que todo el mundo en el Área pudo escucharlo. Me adentré en la habitación y busqué el interruptor de la luz. Cuando por fin lo encontré, lo activé y dejé que la claridad recorriera el cuarto.

Lo que vi me dejó anonadada. Lo que menos esperaba era encontrarme con la chica que había subido por la Caja. Pero allí estaba ella, su cabello negro desparramado sobre la almohada, sus ojos cerrados y su boca entreabierta. Otra vez, esa sensación extraña que había sentido antes se apoderó de mí.

Tomé una gran bocanada de aire y me acerqué hasta ella. Desde allí, parada a su lado, pude contemplarla mejor. Sus labios eran rosados y parecían suaves, su cabello era lo más sedoso que había visto nunca, su nariz respingada, sus largas y abundantes pestañas. Era hermosa. Sin embargo, sentí una ráfaga de odio recorrer mi cuerpo luego de un tiempo de observarla. Me sorprendí, y pestañeé un par de veces para disipar la repentina furia que se había apoderado de mí.

Noté que había cerrado mis manos, clavando las uñas en las palmas. Mi mandíbula estaba tensa, y al relajarla pude sentir el dolor que le había causado a mis dientes tanta presión. No entendía por qué había reaccionado así.

De repente, un nombre apareció en mi mente como por arte de magia, al igual que había pasado cuando conocí a Thomas. Teresa. Mis ojos se abrieron ante lo que había pasado, haciendo que comprenda todo en un milisegundo. La conocía. Se llamaba Teresa, y estaba un cien por ciento segura de que la conocía.

No podía recordar nada de ella excepto su nombre. Ni quién era, ni cuántos años tenía, ni de dónde o por qué la recordaba. Sólo sabía que la conocía, y sentía una ola de furia recorrer mi cuerpo cada vez que la veía, por lo que supuse que no debimos llevarnos muy bien en el pasado.

Otra vez me sorprendí de cómo funcionaba mi pérdida de memoria. No podía recordar hechos, ni rostros, ni nada en específico. Pero sí podía recordar sensaciones, cosas básicas de la vida, y reconocía a dos personas en el Área pero no completamente, lo que era desconcertante.

Nosotros les hicimos esto a ellos. Debes decirle a Thomas.

De inmediato salté hacia atrás, ahogando un grito. ¿Qué demonios...? Asustada, me aparté de la inconsciente chica y miré hacia todos lados, buscando el lugar de donde había venido la voz, tratando de convencerme de que no estaba loca, y que no había escuchado lo que acababa de escuchar.

Sin embargo, sabía que la voz pertenecía a la chica, a Teresa. Pero era imposible, ya que había estado mirándola a la cara todo el tiempo, y su boca no se había movido en ningún momento. Aún espantada, me acerqué con cautela hacia donde se encontraba ella.

The maze runner: Una nueva variableWhere stories live. Discover now