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En ese momento, sentí cómo el mundo se detenía, y se desmoronaba poco a poco. Aún podía oír los ruidos del Área, los gritos de Newt rogándonos que no lo hagamos, el estruendo que hicieron las Puertas al cerrarse. Podía ver la mirada de mi hermana, aterrorizada.

—No... —susurré, impactada por lo que acababa de pasar—. No, no, no. Por favor. —Comencé a golpear las paredes repetidamente, haciendo que mis nudillos sangren y se entumezcan.

Golpeé las Puertas una y otra vez sin ningún propósito más que descargar la ira que crecía en mí, pues sabía que no había manera de que salga del Laberinto con vida. Oí los quejidos y gemidos que lanzaban Minho y Alby detrás de mí. Me detuve y me giré hacia ellos, con la cara empapada en lágrimas.

Thomas había corrido en su ayuda. Minho había logrado ponerse de pie con dificultad. En cambio, Alby se encontraba en el piso, con su ropa hecha jirones y los brazos cubiertos por cortes y moretones. Me pregunté si había sido atacado por un Penitente.

—Larchos —dijo Minho—, si piensan que fueron valientes al venir acá, van a tener que escucharme. Son los garlopos más mierteros que conozco. Ya están muertos, igual que nosotros.

La situación tomó posesión sobre mí. Me acerqué a Minho sin siquiera pensarlo e hice lo que hace ya mucho tiempo tenía ganas de hacer: le asesté un puñetazo en la nariz. Sin embargo, no me sentí como esperaba sentirme. Sentí la culpa reemplazar la furia que había en mí, y me arrepentí en el momento en que lo hice.

—Lo siento —musité, tapándome la boca—. No pretendía...

—No importa —respondió, sobándose la nariz y limpiándose el hilo de sangre que caía de ella—, creo que me lo merecía, después de todo. De todos modos estaremos muertos en poco tiempo.

La realidad me golpeó como el puñetazo que le había dado al chico hacía un instante. Estábamos del otro lado de las Puertas, y era de noche. Por lo que tenía entendido, nadie sobrevivía una noche en el Laberinto. Por la noche, los Penitentes acechaban...

Según Minho, Alby se salvaría sólo si regresábamos antes del atardecer del próximo día para recibir el Suero —ya que había sido pinchado, concepto que no entendí del todo—, cosa que no iba a pasar. No había ninguna posibilidad de que regresemos antes del atardecer con vida, según el Encargado de los Corredores.

—Vamos, tiene que haber algo que podamos hacer. ¿Cuántos Penitentes nos van a atacar? —preguntó Thomas, la irritación evidente en su voz.

—No lo sé —contestó Minho.

—Pero... ¿qué pasó con Ben? ¿Y con Gally... y los otros que fueron pinchados y sobrevivieron?

Dejé de escucharlos y me resigné a acercarme a una de las paredes y sentarme con la espalda pegada a esta. Pegué las rodillas a mi pecho y escondí mi cara en ellas. Había hecho algo estúpido por personas que no conocía, teniendo la estúpida esperanza de que pudiera salvarlos. Dejé a mi hermana sola, no pensé en ella y fui totalmente egoísta al correr hasta allí. Fui una estúpida.

Pero no tenía tiempo para pensar en eso. Había corrido para salvarles la vida, y eso es lo que iba a hacer, incluso si moría en el intento. Preferiblemente no. Me levanté y caminé con paso decidido hasta donde estaban Thomas y Minho, limpiándome las lágrimas en el camino.

—No sé de lo que ustedes dos, par de idiotas, estén hablando —comencé, llamando su atención, intentando parecer segura a pesar de que moría del miedo—, pero no pienso quedarme de brazos cruzados esperando que vengan a matarme unas anomalías de la naturaleza. No sé cuál sea su motivación para vivir, pero yo tengo una hermana de la que hacerme cargo y no pienso dejarla sola, ¿me entienden?

Se callaron de inmediato. Minho confirmó lo que dije asintiendo, y tomó los brazos de Alby, haciéndole un gesto a Thomas hacia los pies.

—Sujeta esas cosas apestosas. Tenemos que llevarlo hasta la Puerta. Démosles un cuerpo que será fácil de encontrar en la mañana.

No podía creer que en serio esté diciendo eso. ¿Acaso estaba sugiriendo dejar el cuerpo del chico por el que había quedado encerrado como carnada? Lo morboso de la situación me superaba.

—¿Cómo puede ser que esto esté ocurriendo de verdad? —gritó Thomas, girando sobre sí, mirando a todos lados como un loco.

—Deja de llorar. Deberías haber respetado las reglas y permanecido adentro. Vamos, levanta las piernas.

Con una mueca, Thomas se acercó y tomó los pies de Alby. Levantaron el cuerpo y lo transportaron hasta donde Minho había indicado antes. El chico casi no respiraba, su piel estaba empapada en sudor, y no parecía que iba a durar mucho más.

—¿Dónde lo picaron? —preguntó Thomas—. ¿Puedes verlo?

—Ellos no te pican, te pinchan, ¿entiendes de una vez? Y no, no puedes verlo. Podría tener marcas en todo el cuerpo —contestó el otro con impaciencia, recostándose en la pared cansadamente.

—¿Y eso qué quiere decir?

—Solo tienes que verlos para entender de qué estoy hablando, hermano.

Preguntas y respuestas iban y venían, y yo estaba impacientándome. No podía creer que estén conversando con tanta normalidad en un momento así. Aunque seguro estaban más que preocupados, no actuaban de esa manera.

—Solo trato de ayudar, viejo. —Escuché a Thomas decir, enojado—. ¿Por qué no dejas de rechazar todo lo que digo y me hablas?

—¡Es que no lo entiendes, garlopo! —gritó Minho, ya sacado de las casillas por las constantes preguntas del chico—. ¡No sabes nada y estás empeorando las cosas al tratar de tener esperanzas! Estamos muertos, ¿me oyes? ¡Muertos!

Aferraba la camisa de Thomas con fuerza, así que decidí interponerme antes de que las cosas se fueran de las manos.

—¡Nenas, nenas! ¿Quieren dejar de pelear? Por favor, ¿qué tienen? ¿Cinco años? —espeté furiosa—. Compórtense como dos chicos de su edad y dejen de causar más problemas de los que tenemos.

Ambos callaron al instante y me miraron sin decir una palabra. Minho miró sus manos, colocadas alrededor del cuello de la camisa de Thomas, y lo soltó rápidamente, despegándose de él.

—Ay, hermano —susurró, desmoronándose hacia el suelo y enterrando la cara entre sus puños apretados—. Nunca tuve tanto miedo en mi vida.

Su afirmación hizo que el pánico en mí incrementara. Minho, tan seguro de sí mismo, tan despreocupado siempre, estaba aterrorizado. Eso no me levantaba la esperanza en lo más mínimo.

De repente, un ruido se escuchó. Se escuchaba lejos, pero todos sabíamos de qué se trataba, y no era para nada agradable. Thomas giró la cabeza en todas las direcciones. Minho levantó la mirada y dirigió la vista hacia uno de los oscuros pasillos de piedra. Pude oír cómo la respiración de ambos chicos se aceleraba y se tornaba irregular, al igual que la mía.

Era un sonido metálico, intercalado cada dos o tres segundos, como dos cuchillas afiladas chocándose entre sí. El volumen incrementaba con los segundos, y pronto una serie de chasquidos terroríficos se le unió, como uñas repiqueteando contra un vidrio. Un gemido ahogado llenó el aire, seguido de algo parecido al arrastre de cadenas.

Todo junto era espeluznante, y el escaso valor que había reunido se esfumó en un instante.

Minho se incorporó, su cara apenas era visible en la sólida, aunque no absoluta, oscuridad del Laberinto. Imaginé sus ojos cargados de terror cuando habló.

—Tenemos que separarnos, es nuestra única posibilidad. ¡Empiecen a correr y no se detengan! —exclamó.

Dio media vuelta y empezó a correr lo más rápido que había visto correr a nadie. En pocos segundos, ya se había desvanecido y había sido tragado por la oscuridad, dejándonos a mí, a Thomas y a un moribundo Alby con nuestra propia suerte.

Miré a Thomas, que estaba estático en su lugar, observando en la dirección en la que Minho había marchado. Finalmente, se giró para verme, y ambos lo supimos en ese momento. Estábamos muertos.


The maze runner: Una nueva variableTempat di mana cerita hidup. Terokai sekarang