viii

1K 83 1
                                        

Observé, anonadada, cómo Alby colocaba el collar alrededor del cuello del espantado chico. En cuanto lo cerró, Ben levantó la mirada. Sus ojos estaban empapados en lágrimas, cargados de terror. El Área se encontraba en puro silencio, y todos observaban con atención qué era lo que iba a pasar después.

—Alby, por favor —rogó, con la voz quebrada, provocando que un estremecimiento recorriera mi espalda. La tensión aumentaba cada vez más, al igual que la inquietud que sentía.

Ben siguió suplicando de forma patética, pero el líder no hizo más que ignorarlo. Aseguró bien el collar, y corroboró que estuviera bien fijado al caño. Pasó por delante del chico que se encontraba en el piso, sujetó el poste con fuerza y encaró la multitud.

Sin embargo, yo no podía despegar mi mirada de Ben: su cara tenía un color grisáceo. Las bolsas debajo de sus ojos eran enormes. Las venas se marcaban en su piel, violetas. Su esquelética contextura lo hacía parecer un muerto viviente. No pude seguir mirándolo, y desvié mi mirada hacia Alby.

El líder miró a todos, sin posar su mirada en nadie.

—Constructor Ben, has sido condenado al Destierro por el intento de asesinato del Novicio Thomas. Los Encargados se han pronunciado y su palabra es definitiva. Ya no puedes regresar. Jamás —hizo una larga pausa—. Encargados, tomen su lugar junto al Poste del Destierro.

No entendía lo que estaba pasando. Condenado. Destierro. Ya no puedes regresar. Jamás. Jamás. Jamás. En un segundo pude encontrarle sentido a las palabras, y la idea formada no era del todo agradable. Ben iba a ser, efectivamente, desterrado.

Su cuerpo iba a ser lanzado fuera de las Puertas; un simple trozo de carne para los lobos. Sólo que no eran Lobos, eran Penitentes. Y no era un trozo de carne, era un chico.

Debido a que el desasosiego en mi interior crecía con cada segundo que pasaba, me vi obligada a tomar una profunda bocanada de aire, buscando que el oxígeno llegue a mis pulmones y que, con suerte, disipe el mareo que sufría.

Los mencionados Encargados se acercaron uno por uno al mástil, y lo sujetaron con ambas manos. Distinguí a Newt y a Minho entre ellos.

Una vez listos, el aire resultó imposible de respirar, el silencio ensordecedor. La tensión aumentaba entre los presentes, y los sollozos y súplicas de Ben eran cada vez más, y más fuertes. Este miraba con desenfreno a ambos lados, acción impedida por el collar que le rodeaba el cuello.

La respiración de Thomas, quien se encontraba a mi lado, era pesada y errática. Casi podía escuchar la lucha interna que se desataba dentro de su cabeza. Si tenía que ser sincera, puede que yo haya estado pasando por lo mismo.

Ben lo había atacado, era obvio que merecía un castigo. Era lo justo. Además, podría haber atacado a cualquiera. Podría haber atacado a mi hermana.

Por otro lado, no lo veía moralmente correcto que vayan a desterrarlo y dejarlo a su suerte en el Laberinto, junto con las monstruosas criaturas que lo acechaban de noche. Era algo inhumano.

Al escuchar los ruegos de Ben y sus gritos de auxilio, mi estómago se revolvió e hizo todavía más dificultoso (si es que era posible) el hecho de respirar. Todos evitaban su desquiciada mirada. No obstante, yo no era capaz de despegar la vista de él.

En un momento, sus ojos se encontraron con los míos, y sentí el mundo desmoronarse a mi alrededor. Por la emoción, tardé un momento en procesar que su boca se estaba moviendo. Estaba hablándome.

—¡... por favor! —chillaba, sus ojos inyectados en sangre—. ¡Haz que se detengan! ¡Tienes que ayudarme! —se revolcaba, intentaba zafarse del agarre del collar, hacía todo tipo de intento inútil para escapar. De repente, su voz se suavizó, como si estuviera hablándole a un niño al que no quisiera espantar—. Por favor, no les diré lo que hiciste, lo prometo. Por favor...

Su voz fue interrumpida por el sonido atronador de la Puerta Este cerrándose. El suelo temblaba bajo mis pies. Respiraba entrecortadamente, y el aire olía horrible. De repente, el Área me pareció un lugar inhóspito. Quería salir corriendo de allí a toda velocidad. Pero sabía que eso no estaría permitido.

Estaba impactada. Sentía las lágrimas correr por mis mejillas, pero no podía hacer movimiento alguno para secarlas. Amelie estaba presionada contra mi costado, aferrada a mí como si su vida dependiera de ello.

A la señal de Alby, los muchachos empezaron a empujar hacia adelante, en dirección al Laberinto. Ben se sacudía, dando espasmos en su lugar. Intentaba sacarse el collar, aunque sin éxito.

Gritaba sin parar, con todas sus fuerzas. Cuando su cuerpo estaba ya en el umbral de la enorme Puerta, intentó clavar los pies en la tierra, pero la fuerza conjunta de los Habitantes que sostenían el mástil era muchísimo más importante que la suya. Por eso, de una sacudida, ya tenía la mitad del cuerpo fuera del Área.

Quise gritar, hacer que se detengan, pero me encontraba paralizada por el miedo y la impresión. Los chicos siguieron empujando, y cuando las puertas estaban solo a segundos de cerrarse, mi cuerpo y mi mente por fin respondieron. Lo primero que atiné a hacer fue salir corriendo en dirección al Laberinto.

Una mano me detuvo e impidió mi huída. Opuse resistencia lo mejor que pude, pero nada funcionaba. Ya no me importaba si me metía en problemas. Probé con lanzar manotazos al aire, pero rápidamente mis manos fueron retenidas bajo una fuerza mayor a la mía. Aullé con desespero, pero nadie parecía escucharme.

—¡Déjenlo ir! ¡Basta! ¡Por favor!

Lágrimas caían de mis ojos y nublaban mi visión. Estaban empapando mi nariz, mis labios, mi barbilla, mis mejillas. Estaban por toda mi cara.

En mi lucha por liberarme, pude ver cómo, con un último esfuerzo, Ben giraba su cuerpo y enfrentaba a todos en el Área. Sus alaridos dejaron de escucharse luego de que la Puerta se cierre herméticamente, y él quedara a la merced del Laberinto.

Sentía el gusto salado de las lágrimas en mi boca. Miré hacia atrás, hacia el chico que me rodeaba el cuerpo desde atrás. Esperaba ver a cualquiera menos a Thomas, con el rostro afligido, y los ojos cargados de lágrimas. Miré a mi izquierda, y mi hermana estaba inmóvil, aterrorizada.

Finalmente, dejé de luchar. Después de todo, ya no iba a servir de nada.


The maze runner: Una nueva variableDonde viven las historias. Descúbrelo ahora