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Thomas y yo quedamos impactados. Mi antipatía por Minho crecía conforme cada segundo que pasaba. Él, que había sido el Corredor, el experimentado, el que sabía qué hacer, había entrado en pánico y huido, dejándonos a los novatos solos.

—Maldito shank —solté sin pensar, y me sorprendió la naturalidad con la que había dicho la extraña palabra.

Los ruidos aumentaban. Una serie de chirridos metálicos, que me recordaba a una vieja máquina de fábrica. El aire estaba viciado de un olor parecido al aceite quemado, asqueroso. La expectativa era sin duda lo peor. Saber que un monstruo tan terrible como un Penitente nos acechaba y no poder ver nada en la oscuridad de la noche podía volver a cualquiera loco.

—Thomas —susurré, ni siquiera segura de que pudiera escucharme—. Debemos hacer algo.

Se dio vuelta hacia Alby que se encontraba sentado, con la espalda recostada sobre la pared. Apenas distinguí cómo apoyó sus dedos en el cuello del chico, supuse que para tomarle el pulso, y cuando acercó su oreja a su pecho, para escuchar los latidos débiles de su corazón.

—Aún respira —me avisó—. Debemos hacer algo con él.

—No sé si tengamos tiempo, Thomas —mascullé aterrada, escuchando aún más cercanos los espeluznantes sonidos.

—¿Y qué vamos a hacer? —replicó—. ¿Dejarlo aquí para que hagan lo que quieran de él?

Tenía razón. En realidad, nunca había pensado en abandonar a Alby bajo ninguna circunstancia. A pesar de lo malhumorado que fuera el chico, además de que me odiaba, no podría haberlo dejado morir. No hubiera podido dejar morir a nadie. Esa fue la principal razón por la que me encontraba en el Laberinto en ese momento.

—Arrastrémoslo a un lugar seguro, donde no lo vean —propuse. No tenía idea de si encontraríamos un lugar seguro en todo el lugar, pero tampoco podíamos llevarlo con nosotros mientras huíamos de los Penitentes.

Asintió y se acuclilló para tomar los brazos del moribundo chico y pasarlos sobre su cuello. Cuando logró cargar todo el peso en la espalda, intentó incorporarse. No lo logró. Se desplomó en el piso y Alby cayó de costado con un fuerte golpe.

—Shuck, es demasiado pesado —se quejó en voz baja. Al parecer, no era la única que se había acostumbrado a las expresiones del Área.

—Te ayudaré a cargarlo, Thomas, pero apúrate, por el amor de Dios. —Estaba espantada: podía escuchar el temblor en mi voz y mis piernas se sentían como si fueran a vencerse en cualquier momento.

Lo tomamos por debajo de los hombros, y empeñando el mayor esfuerzo posible, lo llevamos a rastras lo más lejos que pudimos del ruido de los Penitentes. Agotados, lo dejamos apoyado en la pared, unos metros más delante de donde estaba antes. Nos sentamos junto a él, agitados y exhaustos.

No sabía qué hacer. Miraba por todos lados pero no parecía haber ninguna alternativa disponible sobre qué hacer con el cuerpo del pesado líder. Mi esperanza iba disminuyéndose de a poco, y el pavor empezaba a tomar parte en mí. Comencé a temblar, no estaba segura si de miedo o a causa del sudor frío que recorría mi espalda. Probablemente, fue por las dos.

De repente, Thomas se levantó de un salto y caminó un par de metros hasta llegar a un muro cubierto casi en su totalidad de tupidas enredaderas. Lo observé estirarse y tomar una de las lianas más largas, de las que tocaban el suelo. Envolvió su mano con ella y tiró. Un sonido como papel rasgándose se escuchó.

Luego, fue caminando hacia atrás. Al principio pareció vacilar, pero después tiró de la liana con todas sus fuerzas. Nada pasó. Repitió la acción, una y otra vez. La soltaba y tiraba de ella con ambas manos y también con una sola. Incluso se colgó de ella. La liana no se rompió.

En seguida, comenzó a probar varias otras lianas de la misma manera, todas resultando ser tan fuertes como la primera. Al terminar, formó una serie de lianas de las que colgarse.

En ese momento, creí que el pobre chico había perdido la cabeza, tirando de lianas y colgándose de ellas. Pero pronto ese pensamiento se desvaneció cuando se acercó hasta Alby y me pidió que lo ayudara a cargarlo otra vez. Entonces, tuve una ligera idea de lo que estaba planeando hacer.

—No estarás pensando en... —dije, alarmada.

—¿Tienes un mejor plan? —espetó, furioso.

—Maldita sea, Thomas, es demasiado arriesgado —repliqué—. Ni siquiera sabemos qué tan lejos están...

Un estallido sonó por el Laberinto súbitamente. Sobresaltada, observé a los tres caminos del Laberinto para ver si algo se acercaba, pero no conseguía ver nada debido a la densa oscuridad. Sin embargo, los sonidos seguían intensificándose: los zumbidos, los gruñidos, el traqueteo del metal. Los Penitentes estaban cerca.

—Ayúdame —suplicó, su voz quebrándose—. Por favor.

No me preocupé en contestarle y de inmediato ayudé a levantar a Alby, para luego llevarlo hasta el muro cubierto de enredaderas. Lo apoyamos contra la pared e imité los movimientos de Thomas, dando varias vueltas a la liana debajo de su brazo izquierdo y anudándola al final, mientras él se encargaba del otro. Luego, repetimos la acción con las piernas.

—¿Y si le corta la circulación? —inquirí.

—Vale la pena correr el riesgo.

Tomó una liana y empezó a trepar por la enredadera. Las gruesas hojas resultaban un excelente anclaje al muro y las grietas de este le otorgaban a Thomas la firmeza que necesitaba para no caer. Cuando pasó unos sesenta centímetros por encima del líder, se ató un par de lianas por debajo de las axilas y se dejó caer, y el alivio se hizo evidente en su cara al notar que la liana no se rompía.

Las cuatro lianas que sujetaban a Alby colgaban a su alrededor. Primero buscó tirar de la que sujetaba la pierna izquierda, pero no funcionó, pues el chico era demasiado pesado para que Thomas pudiera levantarlo solo. Por esa razón, decidí ayudarlo, empujándolo desde abajo.

De a poco, entendí el plan de Thomas y me puse a trabajar en complemento con él. Lentamente, fuimos subiendo a Alby por la pared de piedra. Yo trepaba debajo de él, empujando sus piernas, atándolas y haciéndoles un nudo. Thomas ejecutaba el mismo proceso pero invertido; trepaba sobre él, tirando de sus brazos.

Los ruidos de los Penitentes seguían aumentando, y con ellos mi inquietud.

Por fin, los tres quedamos suspendidos unos nueve metros en el aire, con lianas atadas alrededor de todo nuestro cuerpo para sujetarnos. Estaba exhausta, y no creía que pudiera seguir haciéndolo mucho tiempo más.

—Thomas, no puedo —anuncié, mi respiración agitada.

—Sí —respondió él, un poco más arriba—. Tampoco yo. Quedémonos aquí, es lo único que podemos hacer. Esperar.

Un silencio ensordecedor, dejando de lado los horrorosos sonidos de los Penitentes, inundó el Laberinto. El deseo y la esperanza de que todo acabara de una buena vez hacían que mi corazón latiera a mil por hora. No iba a poder soportarlo por mucho tiempo.

Luego de unos minutos, el primer destello de luz se coló por las paredes interiores del Laberinto. Ya no había tiempo para hacer nada, aunque quisiéramos. Ya estaban allí.

Rogué porque los Penitentes no miraran (o no fueran capaces) de mirar hacia arriba. De esa manera, estaríamos perdidos. Tampoco habíamos considerado la idea de que pudieran trepar. ¿Qué pasaba si...?

Basta, me dije a mí misma. Detente antes de que se ponga peor. Me concentré en no hacer ruido, y en disminuir lo más posible el sonido de mi respiración, que parecía que podía oírse a kilómetros de distancia.

Otro chirrido inundó el aire, cada vez más cerca, seguido por el traqueteo de máquinas y engranajes trasladándose a gran velocidad. Sobre mí, vi que Thomas se relajó y apoyó todo su peso en las lianas, quedando así su cuerpo inerte, al igual que el de Alby. Con miedo, lo imité lo mejor que pude.

Un momento después, algo dobló la esquina frente a nosotros y se dirigió hacia la pared.

Algo que ya había visto, pero detrás de la seguridad de una ventana.

Un Penitente.


The maze runner: Una nueva variableWhere stories live. Discover now