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Para: Orlando
Vie 24-05-2014 1:40 PM
Estoy justo enfrente del bar "Eclipse". Ven y hazme el favor.
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Presiono enviar. No puedo creer el cinismo en mi respuesta, tal vez el no es gay y yo insinuándomele como una perra.
«Pero mira cómo te trae, haces todo lo que él dice, eres tan fácil», grita mi subconsciente y yo asiento, con una sonrisa lobulona. En verdad quiero verlo, quiero hablarle, quiero besarlo... todo... cada centímetro de su piel.

De pronto una voz me saca de mis pensamientos.

—¡Oye!, sí, te estoy hablando a ti, no te hagas el sordo —giro la vista de mi celular a un tipo desaliñado—. Dame todo lo que traes y no te pongas roñoso o aquí mismo te quedas —dice el vagabundo detrás de mí.

Me asusto y mi rostro pierde el color cuando saca un picahielo de su bolsa. Siento que mis piernas se vuelven gelatina, no me responden. Quiero correr.

En mi mente aparece lo que me habían dicho mis padres, sobre qué hacer durante un asalto: ˝Sólo haz lo que te dicen, es mejor acceder. Un celular no vale lo mismo que tu vida.˝

Abro mi mochila y primero saco mi cartera y se la entrego.

—Ahora el reloj... ¡Rápido marica! —me grita y mientras me quito las correas del reloj.

Volteo hacia la avenida en busca de auxilio, pero no viene nadie. Sólo pasan carros y carros. Cuando vuelvo la mirada, siento un golpe en el rostro.

¡Dios!
Me ha dado un golpe en la mejilla, haciéndome encorbar de dolor y mirar hacia el suelo.
¡Mierda! cómo arde. Me llevo la mano a la cara, tratando de apasiguar el dolor. Mi mejilla picando y en mis ojos las lagrimas quieren fluir pero no las dejo.

—¡Rápido! ¿quieres que te vuelva a golpear?

Lo encaro de nuevo y me quito el reloj y se lo entrego junto con mi celular.

—Es todo lo que traigo, señor.

Me tomo unos segundos para observarlo, está muy sucio y maloliente, su ropa andrajosa y rota y no lleva zapatos. Su cabello está hecho rastas sucias y tiene unos dientes amarillentos. Cuando sus ojos se topan con los míos, sonríe y me mira de pies a cabeza, como analizando qué más quitarme.

—Quítate los zapatos y la ropa —sonríe—. Estoy seguro que somos de la misma talla —suelta una carcajada.

Dios mío... la ropa no por favor. ¿Cómo me vería desnudo por la calle?
La imagen en mi cabeza me da náuseas, pero tengo que acceder.
Me empiezo a quitar el sueter y se lo entrego, después sigo con mi Converse izquierdo.

—¿Qué carajo está pasando aquí? —escucho detrás de mí y enseguida volteo. Me invade el alivio cuando veo los ojos azules de Orlando. Me quedo con el tenis en la mano y hago una mueca de resignación encogiéndome de hombros.

—Lárgate de aquí, si no quieres que te toque también a ti imbécil, ésto no te incumbe. Ésto es entre la mariquita y yo —grita el vagabundo, refiriéndose a mí.

¿Es tan obvia mi homsexualidad o qué?
Orlando sigue caminando hacia nosotros hasta que se detiene a mi lado. Oh no...

Mi verdadero cieloWaar verhalen tot leven komen. Ontdek het nu