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Había vencido. El Jinete Negro había logrado derribar de su caballo a sir Caelan Fiztroy. Los vítores del público la ensordecían, los caballeros le palmeaban la espalda felicitándola y Annabelle había corrido hacia ella para abrazarla en un gesto de lo más inapropiado, teniendo en cuenta que todos creían que era un hombre. Entonces, ¿por qué sentía que aquello no estaba bien?

Simplemente porque no lo estaba, pensó. Caelan la había dejado ganar, estaba segura de ello. En el último momento había bajado su lanza y había aceptado el golpe de la suya para caer pesadamente contra el suelo. Ni siquiera se había intentado sujetar a las riendas.

Sus movimientos habían sido prácticamente imperceptibles pero ella los había visto. La pregunta ahora era ¿por qué? ¿Por qué se había dejado vencer? ¿Y por qué de aquella manera?

Lo buscó con la mirada pero no lo había visto desde que la rodearon para felicitarla. Apenas prestaba atención a lo que sucedía a su alrededor. Sólo deseaba encontrarlo y preguntarle por qué había hecho aquello.

-Enhorabuena, Kaetie - oyó que le susurraban desde atrás. Nadie más lo había oído, salvo ella.

Se giró en redondo y allí estaba. Tan espléndido con su pelo negro húmedo peinado hacia atrás y sus profundos e insondables ojos negros mirándola con conocimiento. Lo sabía. A pesar de todo, había averiguado su verdadera identidad.

-No hace falta que digas nada. Vuestro secreto está a salvo conmigo - miró hacia Annabelle un segundo - Espero que el caballero que elija lady Annabelle merezca la pena tu esfuerzo.

-Caelan, yo...

-Después - la interrumpió - Cuando vuelvas a ser mi Kaetie.

Le sonrió con tal sinceridad que supo que no estaba enfadado por el engaño. Su Kaetie, había dicho. Suya. El corazón amenazó con huir de su pecho y alojarse en el de él. Aunque era lo que más quería en ese momento, no pudieron hablar de nuevo. El Jinete Negro era requerido por todo el mundo y ella no podía despojarse de su identidad hasta que todos estuviesen satisfechos. Se le haría muy larga la ceremonia de envestidura.

-Supongo que no nos obsequiaréis con vuestra verdadera identidad - lord Dedrick no pretendía sonar ansioso pero sus ojos lo delataban.

-Lo lamento, milord - le dijo - He venido por lealtad a lady Annabelle. Habiendo cumplido con mi cometido, regresaré a mi hogar.

-Al menos disfrutad del banquete en vuestro honor.

-Ofrecédselo a lady Annabelle, milord. Como he dicho en alguna ocasión, ni bebo ni como.

Su comentario provocó las risas de los presentes en el palco. Bryce simplemente sonrió. Había sido el primero en oírlo y estaba prevenido.

-Después de las hazañas presenciadas los últimos días no me extrañaría que fuese cierto, Jinete Negro - asintió el lord - ¿Y no habría forma alguna de disuadiros? Un caballero como vos nos sería de gran estima.

-No soy caballero, ni podré serlo, milord.

-Padre, os ruego que dejéis marchar al Jinete Negro - Annabelle acudió en su ayuda - Como ya os he dicho, sólo ha venido para ayudarme. Por una vieja deuda que tenía conmigo.

-¿Y qué deuda podría adquirir un hombre como él contigo, Belle? - su escepticismo fue evidente.

-Eso queda entre nosotros - lo desafió con la mirada - Teníamos un trato, padre. Ateneos a él.

-Está bien, Belle. No me gusta renunciar a un buen soldado cuando lo encuentro pero lo haré.

Catriona se inclinó hacia delante en una graciosa reverencia y montó en Dìleas, que estaba todavía más ansioso que ella por alejarse del bullicio. Su misión como Jinete Negro estaba finalizando y aunque un poco triste, se sentía realmente aliviada.

Para entretener por última vez al expectante público que todavía se agolpaba a su alrededor, Dìleas se elevó sobre sus cuartos traseros y pateó el aire como había hecho en su primera aparición. Tras un fuerte relincho que resonó en el aire y se extendió hasta el castillo, jinete y caballo se alejaron al galope, dejando tras ellos la sensación de que todo había sido un sueño.

Annabelle, en cambio, sonreía satisfecha. Ella tenía a su amado caballero y Catriona regresaría pronto para compartir su dicha. Nada podría salir mal ahora.

Catriona sintió los vítores incluso después de desaparecer tras los árboles. A pesar de su reticencia inicial, admitió que la experiencia había sido increíble. Desde luego no había esperado ganar el torneo aunque se había prometido intentarlo por Annabelle.

Ahora había ganado, su amiga se casaría con el hombre al que amaba y ella podría volver a ser simplemente Catriona. Estaba ansiosa por abandonar al Jinete Negro para poder hablar con Caelan.

Sabía que no debía hacerse demasiadas ilusiones, él era un caballero y debería desposarse algún día con una dama de su misma condición pero no podía evitarlo. Tomaría lo que pudiese ofrecerle mientras pudiese ofrecérselo. Después, intentaría seguir con su vida. Su vacía vida sin Caelan.

Al llegar al lago, desmontó y se acercó al agua. Después de sacarse el almófar, refrescó su cara. Ocultarla durante todo el día era algo que no echaría de menos. Inspiró profundamente para llenar sus pulmones de aire fresco y cerró los ojos para permitir que el sol calentara su rostro.

-Sabía que haría de ti un gran guerrero algún día, gruagach - aquella voz le heló la sangre - Aunque estoy decepcionado de que pierdas tu tiempo en estúpidos juegos con los ingleses en lugar de acabar con sus patéticas vidas.

-No todos compartimos tu visión sobre la diversión, padre.

Permaneció arrodillada, de espaldas a él. No estaba preparada para enfrentarlo.

-Veo que tu lengua se ha afilado con los años - rió - Eso me complace. Ninguno de mis hijos mostrará jamás debilidad de ningún tipo.

Sus palabras le dieron el coraje suficiente para girarse y mirarlo a la cara. Había envejecido en aquellos ocho años pero seguía manteniendo el vigor y la fortaleza de antaño. Su rictus serio y cruel no había cambiado en absoluto. La miraba con cierto orgullo en los ojos. Algo nuevo, sin duda, pero no la engañaba. Su padre era un hombre despiadado incluso con su propia familia.

Ya no le parecía tan alto ni tan ancho como cuando era una niña pero seguramente se debía a que ella había crecido. Seguía teniendo un amplio pecho y unos brazos que podrían partir un cráneo sin grandes dificultades. Vestía el plaid de los Quigley, lo que dejaba sus velludas piernas al descubierto. También los músculos estaban desarrollados en ellas.

Pero si su corpulencia no era suficiente para asustar al más valiente, su fría y cruel mirada bastaría para helar su sangre. La recordaba demasiado bien, tantas veces la había mirado con desprecio con sus fríos ojos azules. Tan azules como un témpano de hielo, siempre brillaban con rabia.

-¿Qué haces aquí? - no la intimidaría nunca más.

-He venido a recuperar lo que es mío, gruagach. Me perteneces.

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